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Columna
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¿Cuál será el próximo?

Es como en el juego de los bolos. ¿Cuál caerá el próximo? Derribados el del fugitivo Ben Ali, el del humillado Mubarak y el de quien, tras tildar de ratas a los rebeldes de su propio pueblo y de incitar a matarlos como a perros rabiosos, se escondió como aquellas en un conducto de desagüe y pereció como estos en un previsible, pero indigno linchamiento, las miradas del mundo entero se vuelven hacia el déspota sirio, cuyas "amadas víctimas" crecen de día en día y desmienten con su sangre las falaces promesas de aperturismo y transición a un régimen pluralista. Pese al ritmo sobrecogedor de muertos y asesinados, el bolo sigue en pie sin que ningún actor del complicado juego que allí se ventila acierte a dar definitivamente con él.

La paz que pretenden preservar el presidente sirio y sus esbirros es la de los cementerios
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En sus recientes declaraciones a la prensa británica, el acorralado dictador decía por una vez una media verdad: si la actual guerra civil o, por mejor decir, guerra contra los civiles suscita una creciente y a todas luces deseable intervención exterior, un seísmo de gran magnitud sacudiría la totalidad de la región. Por su situación geográfica -epicentro de todos los conflictos-, la caída de la interminable dictadura de su clan familiar (¡más de 40 años!) tendría efectos imprevisibles y descolocaría por razones distintas, tanto a Israel como a Irán, afectaría a Arabia Saudí, Líbano y a las enfrentadas facciones palestinas.

Mientras Ahmadineyad perdería a su único aliado en la zona, el statu quo con Israel y la frontera segura del Golán cederían paso a una tensión avivada por los sentimientos propalestinos de los rebeldes a El Asad, cuyo efecto se contagiaría a la dividida sociedad libanesa y a la inestable monarquía jordana. Por una vez, los intereses de Tel Aviv y Teherán convergen. En cuanto al reino saudí, su creciente temor a la primavera árabe y el enquistamiento de su gerontocracia, se traducen ya en la compra masiva de armas y en una política interior de palo y zanahoria, con fetuas que apuntaban su presunta sacralidad y ayuda alimenticia a una población asfixiada por el rígido armazón wahabí.

Pero el continuado martirio de Hama, Homs, Deraa y otras muchas ciudades sirias no debe permanecer impune. A diferencia de la masacre de la primera en 1982, los vídeos de los móviles, Facebook, Twitter y demás redes sociales permiten seguir día a día el empleo brutal de tanques, helicópteros y artillería contra los manifestantes; fosas comunes con cadáveres ajusticiados; la lluvia de balas que rocía a quienes desfilan pidiendo la caída del régimen; los asesinatos selectivos de disidentes y el acoso a los blogueros y medios informativos foráneos. La paz que pretende preservar Bachar el Asad y sus esbirros es la de los cementerios. El recurso a la amenaza islamista esgrimida por el dictador no debe ser una excusa para que los organismos internacionales permanezcan con los brazos cruzados ante un régimen criminal. El cuarto bolo debe ser derribado y, cuanto antes lo sea, mejor.

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