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Reportaje:

"Mi sueño es tener un Estado"

Sara Alí Sharif no quiere casarse ni tener hijos en un país violento y sin ley como Somalia

Ramón Lobo

"Nunca he visto un Gobierno en mi vida, sólo he visto jóvenes con armas y mucha destrucción", asegura Sara Alí Sharif, de 18 años, bien cubierta con el hiyab (pañuelo) musulmán. "Imagino que un Estado es algo que te protege de las balas y de los bombazos". Sara vive en Galcayo, cerca de la frontera etíope, y lejos de su familia, que permanece atrapada en Mogadiscio. "El Kaláshnikov es la única autoridad real de Somalia", afirma Amin, uno de los dos médicos del hospital de Galcayo.

Galcayo, como la Beirut de los ochenta, es una ciudad partida por una línea verde que casi nadie se atreve a cruzar. Al norte, el clan de los Darod, mayoritario en la semiautónoma Puntlandia; al sur, el clan de los Saad, sus enemigos ancestrales. No hay marcas en la tierra, la linde está en la mente, en el miedo y el odio que se transmite de padres a hijos.

"Cuando desaparece todo, se regresa a la autoridad del clan", afirma Amin

Galcayo es un terreno pedregoso e inhóspito habitado por gentes de ceño fruncido y donde la autoridad reside en quien blande más bravo su Kaláshnikov, y son muchos quienes lo exhiben en esta ciudad de 80.000 habitantes y de casas bajas techadas con láminas de hojalata. Por esta zona de Somalia no hay tropas etíopes, ni del Gobierno provisional, ni restos de los islamistas, ni de supuestos terroristas de Al Qaeda, ni siquiera de los aviones norteamericanos. Por esta zona del país sólo hay un vacío absoluto de poder que tratan de llenar los ancianos de Galcayo sur constituidos en consejo tradicional.

Clanes, subclanes y sub-subclanes, que no cesan de ramificarse en una madeja impenetrable de intereses, a menudo mafiosos, son los culpables de 16 años de guerra civil en los que se ha evaporado cualquier forma reconocible de Estado. Ni siquiera hay moneda, sólo copias falsas, y copias de las copias, de los antiguos chelines de Siad Barre, depuesto en 1991. El divertimento consiste en descubrir si se trata de un doble, un triple...

"Cuando desaparece todo se regresa a la autoridad del clan", asegura Amin, uno de los dos médicos del hospital de Galcayo sur que gestiona Médicos Sin Fronteras (MSF). "Pero esa autoridad básica no puede resolver muchos de los problemas que tenemos en el país y el más grave es el exceso de armas en circulación. A veces, cuando no le damos un trabajo a un tipo, éste se presenta al día siguiente con un Kaláshnikov y dispara al aire y nos amenaza con represalias".

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Karim Abshir Sallad está postrado en una cama del hospital. Tiene la pierna izquierda escayolada hasta la ingle. Un proyectil le partió el peroné. Asegura tener 33 años, pero su mirada parece arrastrar otra cuenta de la vida. Amin explica que la herida se la provocó un combate con los tribunales islámicos. Karim, minutos después, delante de otros curiosos, explica que le tocó en mala hora la bala perdida de una refriega entre dos milicias locales. Habla contra los islamistas, a los que acusa de todos los males, pero viste una camiseta con una palabra impresa: Faluya. No recuerda de dónde la sacó e ignora que se trata de una ciudad de Irak cuna de la insurgencia suní.

La Unión de Tribunales Islámicos nunca tomó Galcayo. El clan de los Darod de Puntlandia amenazó con atacar el sur si entraban los islamistas y los ancianos Saad les exigieron que se quedaran fuera para evitar una matanza. "Durante los seis meses que los tribunales gobernaron hubo paz en Mogadiscio. Confiscaron las armas y hubo seguridad y se abrieron muchos negocios. Eso nadie lo puede negar", asegura el doctor Amin. "Su error fue creerse demasiado listos y fuertes y atacar al Gobierno provisional en Baidoa. Los etíopes tenían 17.000 tropas dentro de Somalia y tenían aviones. Ahora están acabados y no creo que regresen jamás", añade.

Sara Alí Sharif no es Darod ni Saad, pertenece a un clan fuerte en el sur de la capital, los Rawen, pero inexistente en Galcayo. Vive en una pequeña habitación por la que paga el equivalente a 15 dólares al mes. Su sueldo como traductora de MSF en el hospital es de 260 dólares.

"Mando 200 a mi familia en Mogadiscio. Allí viven mis padres y mis cinco hermanas. Me conformo con los 60 restantes. Aquí es suficiente. En comida gasto el equivalente a 20 dólares y la ropa me la manda mi madre. No tengo miedo de vivir sola en Galcayo. Prefiero estar así antes de casarme y tener hijos en un país donde no existe un Estado. Mi sueño es que haya paz en Somalia y tengamos ese Estado. Si no, mi otro sueño, mi sueño personal, es vivir en Europa con mi familia".

Tras la derrota fulminante de los islamistas a finales de diciembre, a los que aún se persigue a sangre y fuego en el sur -donde los kenianos han cerrado sus 1.500 kilómetros de frontera a refugiados y sospechosos de ser combatientes-, en Somalia hay miedo a que el poder retorne a los señores de la guerra.

"Estamos hartos de violencia", dice Mohamed, quien confía en los etíopes y en el Gobierno provisional. D., un europeo con amplia experiencia en Somalia y que vive en Nairobi, tiene otro punto de vista. "Es falso. No están hartos de guerra. Si lo estuvieran no tendrían un Kaláshnikov en su casa. Esto no es Mozambique: dos guerrillas que se enfrentan y la gente en el medio; en Somalia, todo el mundo es protagonista de la guerra. Por eso la solución es imposible".

Sara Alí Sharif, en Galcayo.
Sara Alí Sharif, en Galcayo.JUAN CARLOS TOMASI

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