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Cambio en la Casa Blanca | El ganador

La suerte de llamarse Barack

Barack Hussein Obama, 47 años, forjó su temple y su carácter en las experiencias personales y profesionales

"Tienes un futuro brillante, muy brillante. Pero yo llevo tiempo aquí y, permíteme que te diga, es una ciudad que puede llegar a ser muy dura. Cuando llamas mucho la atención, como la has llamado tú, la gente empieza a ponerte en su punto de mira. Todo el mundo espera que tropieces. ¿Sabes lo que quiero decir? Así que ándate con cuidado".

George W. Bush acertó: Barack Obama -nacido en Hawai en 1961, hijo de un emigrante de Kenia y una norteamericana blanca de Kansas y recriado en Indonesia- tenía un futuro brillante. El día de la predicción de Bush era el 3 de enero de 2005, cuando el feroz frío propio de Washington en invierno no alteró la emoción del novato senador Obama al visitar la Casa Blanca, como contó en su libro La audacia de la esperanza.

Le definen su calma frente a la adversidad y su capacidad de comunicación
"La clave del político es estar involucrado en algo que le apasione a uno"

Además del consejo, a Obama le llamó la atención que el presidente, nada más saludarle, pidió a un asistente que le echara un poco de desinfectante en las manos. "¿Quieres un poco? Es fantástico para no pillar resfriados". Por no parecer poco higiénico, escribe Obama, me eché un poco.

Obama se lanzó públicamente hacia la Casa Blanca el 27 de julio de 2004 en la convención demócrata de Boston. Nadie de los que estuvieron en el Fleet Center pudo dejar de quedarse fascinado por la fuerza de su mensaje y por la imagen del entonces senador por Illinois saludando desde el escenario con su mujer, Michelle, y sus dos hijas, Malia y Sasha. La audacia de tener esperanza, tituló su discurso, sacado de un sermón que escuchó cuando tenía 15 años. Allí empezó a narrar su vida a los norteamericanos, al hablar de sus orígenes, de sus raíces africanas y blancas, de sus padres: "Me llamaron Barack, afortunado, porque pensaban que, en una América tolerante, el nombre no es obstáculo para el éxito, y me imaginaron yendo a las mejores escuelas, aunque no eran ricos, porque en una América generosa no hay que ser rico para desarrollar lo que uno tiene dentro".

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Obama arrancó aquel discurso con un relato poderoso y evocador del sueño americano. "En ningún otro lugar del planeta hubiera sido posible mi historia". Y evocó algunos de los puntos también presentes en su soberbia pieza de oratoria de la madrugada del miércoles en Chicago.

¿Por qué sus mensajes, sus experiencias, son bien acogidas por aquellos que las comparten, pero también por los que son totalmente ajenos? "Porque es una de esas personas, muy auténticas, que pueden hablar de asuntos a gentes distintas en una forma que no causa reacciones adversas", en opinión de Joel Bleifuss, un periodista que vive en Chicago, donde dirige la revista In These Times, y que estuvo el martes por la noche entre las 125.000 personas que escucharon a Obama en directo en Grant Park. "Al crecer en una cultura mixta, criado por sus abuelos maternos, sabe cómo cruzar las barreras raciales, cómo despertar distintas expectativas". "Tiene una capacidad de comunicación de la que carece la mayoría de los afroamericanos. Y tiene una gran confianza. Lo demostró cuando perdió en New Hampshire ante Hillary, en un momento muy delicado, no le echó la culpa a nadie, no se puso nervioso".

Calma frente a la adversidad, capacidad de comunicación y organización. Eso define a Obama. En buena parte, todo ello le viene de su experiencia vital y profesional.

Los padres de Obama, que se habían conocido en la universidad de Hawai en 1960, se separaron tres años más tarde. El padre volvió a Kenia y sólo vio a su hijo una vez más antes de morir en accidente de automóvil en 1982. Obama vivió con su madre y el nuevo marido de esta en Indonesia hasta los 10 años; de allí volvió a Hawai, donde se crió con sus abuelos maternos hasta que acabó el colegio. Años más tarde hablaría de su época salvaje, con 17 años, y del alcohol, de la marihuana y de la coca como su "mayor fracaso moral".

De Honolulu, Obama fue a Los Ángeles, y después a Nueva York, para estudiar Derecho y Ciencias Políticas. Cuatro años más tarde, viajó a Chicago, en donde se dedicó durante tres años -en una organización religiosa- a dirigir la asistencia social en los peores barrios pobres negros de la ciudad.

Después, en 1988, viajó a Europa, visitó Kenia y conoció a la familia de su padre. A la vuelta, a finales del año, ingresó en la Facultad de Derecho de Harvard, en donde fue nombrado director de su prestigiosa revista, en la que trabajaban 80 personas y donde nombró para diversas responsabilidades a estudiantes conservadores, a pesar de su encuadramiento en el sector progresista.

En 1991 volvió a Chicago con un magna cum laude bajo el brazo.

Fue profesor de Derecho Constitucional durante 12 años, dirigió un proyecto de inscripción de electores, trabajó como abogado. Y empezó a pensar en su futuro desde esta convicción: "La clave del político es estar involucrado en algo que le apasione a uno. Da igual lo que sea: mejorar el sistema escolar, extender los cuidados médicos para los niños, desarrollar estrategias para no depender tanto del petróleo... Renunciamos a nuestro poder con mucha facilidad; se lo entregamos a los políticos profesionales, a los grupos de presión, al escepticismo. Y la democracia sufre".

En 1996 dio el salto a la política. Fue elegido senador por Illinois. En el 2000 hizo un primer intento para el Congreso nacional y fue derrotado en las primarias. Luego vino su intervención en Boston, en 2004, y el escaño en el Senado, ese mismo año.

Durante ese periodo se forjó el Obama político, con rasgos difíciles de encasillar: crítico temprano de la guerra de Irak, no por ello dejó de ser un halcón en política exterior, siempre a la búsqueda de un cierto centro moral: "No entiendo", dice en el capítulo de su libro dedicado a la política internacional, "por qué los progresistas deberían sentirse menos afectados por la represión que había al otro lado del telón de acero que por las brutalidades que había en Chile". Se desmarcó del tradicional apego demócrata por el sector público y alabó la visión del multimillonario Warren Buffet, pero también cuidó las causas de los sindicatos, que ahora le han devuelto el apoyo. No ocultó nunca su religiosidad, pero siempre defendió que su fe es compatible con las ideas progresistas. "Estoy seguro de que algunos de estos puntos de vista me meterán en líos", escribió.

En todos aquellos en los que se ha metido, siempre ha tenido esta calma que le sitúa como el hombre ideal para afrontar la crisis económica y llevar a EE UU al siglo XXI. Como señala Bleiffus, "ha sido una mano firme en el timón de cualquier cosa que haya hecho, de cualquier sitio en el que haya estado".

SCIAMMARELLA

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