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Columna
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Los 'think tanks', miseria de ideas / 2

Sólo hay la retórica habitual, el mercadeo publicitario y una patética miseria de ideas

El Project for the New American Century es el instrumento privilegiado por Cheney y Wolfowitz para condicionar la acción exterior de EE UU, aunque más de 1.500 organizaciones distribuidas entre conservadoras, centristas y progresistas le acompañen en ese intento. Entre las primeras, identificadas con los neocons, las más influyentes son la American Enterprise Institute que con el Hudson Institute, el Center por Security Policy, la Heritage Foundation, con sus portavoces políticos, Newt Gingrich, antiguo representante republicano del Congreso, y Don Quayle, ex vicepresidente de Reagan, y el Leadership Institute constituyen un frente belicista, ligado a la industria del armamento, que se proponen reforzar el arsenal nuclear y quieren programar su utilización.

La radicalidad de este integrismo se atenúa en parte en la doctrina y la acción de la Brookings Institution, creada en 1927 y dotada con 40 millones de dólares, lo que la sitúa en cabeza de los think tanks de EE UU, a la que se han incorporado bastantes colaboradores de Clinton. Forman bloque con ella el Carnegie Endowment for International Peace, que desde principios del siglo pasado se ha centrado en el estudio y promoción de la política exterior norteamericana, así como el Center for Strategic and International Studies, en el que colaboran grandes personalidades de todas las opciones como Kissinger, Schlesinger, Brzezinski, etcétera, y también el Institute for International Economics.

Todas ellas se sitúan en la frontera de la contrarrevolución conservadora sin abrazar sus principios y políticas, pero sin oponerse frontalmente a ella. Algo más escorados hacia el centro-izquierda, en términos políticos norteamericanos, nos encontramos, como señala Andrew Rich, Think tanks, public politics and the politics of expertise, Cambridge Univ. Press, 2004, con el Center for American Progress que John Podesta, secretario general de la Casa Blanca en tiempos de Clinton, promueve en 2003 con Robert Boorstin y preside desde entonces. La incorporación de George Soros permite que, a pesar de sus modestos orígenes -sólo ocho personas y apenas un millón de dólares-, en menos de dos años se conviertan en una pieza importante para proponer un nuevo planteamiento de la guerra de Irak.

Asociado con el Progresive Policy Institute, al que vienen a sumarse el Institute for Policy Studies y el Council of Foreign Relations, quieren superar todos los radicalismos y poner fin a lo que consideran el obsoleto antagonismo entre los viejos conservadurismos y la socialdemocracia clásica. El lanzamiento de la Tercera Vía en la conferencia sobre La gobernanza en el siglo XXI, que reúne a Bill Clinton, Tony Blair, Massimo d'Alema, Gerhard Schröder y Wim Kok, a finales de 1999, responde a ese planteamiento. Sus dos grandes referentes, Democracia y Mercado, pronto se funden en el sintagma Democracia de mercado, que confirma ese consenso blando que sólo impugnan los integristas Robert Kagan, en su libro El poder y la debilidad, y William Kristol, quien fustiga a los que siguen los resultados de los sondeos. "No se trata de obedecer a la opinión pública sino de crearla". La combatividad de la derecha dura, antecedente de los neocons, que aparece a finales de los 60 en lo que se llamó la guerra cultural, como reacción frente a la revuelta estudiantil y a la ola de reivindicaciones sociales, tanto laborales como de vida cotidiana, se tradujo en el amortiguamiento de la voluntad de cambio que existía en todos los países, anticipó la renuncia de la izquierda real y propició el entreguismo en que acabaría desembocando.

En el Reino Unido, ni el Institute of Economic Affairs y el Adam Smith Institute en el bando conservador, ni el Policy Network, Demos, el Foreign Policy Center o el Institute for Public Policy Research en el laborista, lograron suscitar una confrontación al mismo tiempo rigurosa y radical de sus antagónicas opciones y de las propuestas que de ellas podían derivarse. En Francia, tampoco las iniciativas más ambiciosas, como el Institut Français des Relations Internationales, el Institut de Développement Durable, el Institut Montaigne, l'Institut des Relations Internationales et Stratégiques, la Fondation pour l'Innovation Politique, Notre Europe, La République des Idées, al igual que las fundaciones vinculadas a partidos políticos -Jean Jaurès al socialista, Gabriel Péri al comunista, Robert Schuman a los centristas, Copernic a la izquierda radical-, han conseguido crear un espacio, exigente de reflexión y debate político.

Lo más desconsolador de este censo de organizaciones y de sus operaciones es que ni siquiera cabe hablar de guerra de ideas. Pues, con excepción de los exabruptos y anatemas de la derecha ultrarreaccionaria, no hay guerra; y, en cualquier caso, no hay ideas. Sólo hay la retórica habitual, el carrerismo, el mercadeo publicitario y una patética miseria de ideas. Las elecciones en todas partes, nos lo están confirmando.

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