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Columna
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Esta vez es diferente

Europa nunca ha desaprovechado una crisis. De hecho, se ha construido a golpe de ellas. Así ha sido desde el origen cuando, en los años cincuenta, el miedo francés a la reindustrialización de Alemania empujó a la creación de la Comunidad Económica del Carbón y el Acero, precursora de las Comunidades Europeas. Posteriormente, en los años ochenta, el temor a ser desbordados por las economías estadounidense y japonesa llevó a los líderes europeos a completar el mercado interior. Más recientemente, en los años noventa, el terremoto geopolítico desencadenado por la unificación alemana se convirtió en el impulsor de la unión económica y monetaria. Y ahora, en mayo de este año, la amenaza de un colapso financiero propició la creación de un fondo de rescate de 440.000 millones de euros. Que la aprobación de dicho fondo tuviera lugar el mismo día (el 9 de mayo) en el que Europa celebraba el sesenta aniversario de la declaración Schuman es una feliz coincidencia. Al fin y al cabo, como decía dicha declaración, "Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto".

Dejar el futuro de la Unión Europea en manos de los mercados es una irresponsabilidad

Esta vez, sin embargo, es diferente, pues los líderes europeos, y más en concreto Alemania, se resisten a aprovechar la crisis. Hasta ahora, Berlín, con el sorprendente apoyo de Francia, ha rechazado de plano todas las iniciativas destinadas a consolidar la unión monetaria. No a la propuesta de emitir eurobonos, lo que supondría reducir el coste de la deuda para todos los Estados; no a un programa como el TARP estadounidense que permitiera la recapitalización bancaria a un coste reducido; no a aumentar el presupuesto europeo para que sirviera de estabilizador. No a todo, pues, con la salvedad de aquellas medidas que, caso por caso, fueran absolutamente imprescindibles para salvar la eurozona del colapso (como el fondo de rescate, las inyecciones de liquidez o la compra de deuda por el BCE).

Ese colapso, bien porque a algunos países se les mostrara educadamente la salida de la eurozona o bien porque Berlín decidiera marcharse, tendría un coste enorme para Alemania, no solo porque la inmediata apreciación de su moneda o depreciación de las de los demás tiraría por la borda diez años de ajustes salariales y recortes sociales, sino porque el sector bancario alemán también sufriría graves pérdidas. Por tanto, por interés propio, Alemania respalda la zona euro y hará todo lo que esté en su mano para sostenerla. Pero ello no significa que piense que haya que cambiar las actuales reglas. Así que, salvo pequeñas modificaciones, el sistema diseñado en Maastricht para supervisar el cumplimiento de las obligaciones de los Estados, y que hasta ahora no ha funcionado, sería el que se mantendría. Fin de la historia.

La perspectiva alemana no es difícil de entender. El mismo día que se rescata a Irlanda, el índice de confianza empresarial alemana registra su punto más álgido en los últimos veinte años. Y el día que los mercados cargan contra la deuda española, los trabajadores de Mercedes renuncian a sus vacaciones de Navidad para servir la demanda del mercado chino. Tras cincuenta años de competición, el modelo alemán ha ganado por goleada. Ya teníamos una Alemania europea, ahora toca una Europa alemana. La cuestión es si esa Europa alemana se impone por la vía de los mercados, lo que ya está sucediendo, o por la vía de un gran acuerdo entre Estados, lo que no termina de suceder. Es en ese sentido en el que Alemania confía en que se pueda aprovechar la actual crisis: las reformas que los alemanes hicieron desde el Estado, los demás las harán ahora por la presión de los mercados. No es necesario, por tanto, introducir ninguna gran innovación institucional en el ámbito de la gobernanza económica sino abrir el paso al darwinismo y que los Estados se adapten o perezcan.

El problema es que esa visión nos condena a vivir en un sistema de crisis permanente, ya que son los mercados los que llevan la iniciativa y los Gobiernos, a la defensiva, van de sobresalto en sobresalto. Un riesgo evidente en esta aproximación es que el euro caiga por un error de cálculo: bien porque los mercados se pasen, bien porque los Gobiernos se queden cortos o por una combinación de las dos cosas. Los mercados financieros no entienden el euro: ni en la teoría, ya que esta sostiene que una unión monetaria sin un presupuesto y un gobierno económico es imposible; ni en la práctica, como demuestran muchas de sus decisiones. Dejar el futuro de Europa en sus manos es una irresponsabilidad.

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