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Cumbre sobre Oriente Próximo
Columna
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Me voy antes de sentarme

Lluís Bassets

Hay pocas razones para el optimismo. Cuatro colonos han sido asesinados en Hebrón en las horas previas a la cumbre. El rabino Ovadia Yosef, jefe espiritual de Shas, partido ultraortodoxo representando en el gobierno de Benjamin Netanyahu, eleva oraciones genocidas por la muerte de los palestinos y de su máximo dirigente Mahmud Abbas; y las conversaciones empiezan bajo una espada de Damocles, la fecha del 26 de septiembre, día en que el propio Netanyahu mantiene su propósito de reanudar la construcción de viviendas en territorio palestino.

Todos los participantes en la cumbre llegan en posición de debilidad, aunque el presidente palestino es el que más, puesto que su autoridad no está reconocida en la franja de Gaza. Nada de lo que negocie vinculará a Hamas, cuya marginación de las conversaciones constituye un lastre mayor, aunque cada vez sea más incómoda e insostenible. La debilidad del rais egipcio Hosni Mubarak tiene que ver más con su edad y su salud que con el puño de hierro que jamás ha soltado. Netanyahu tiene un gobierno en el que hay más gente atareada en boicotear y romper la negociación que en empezarla. También Obama llega afectado por la flojera: en el interior atraviesa el peor momento de su presidencia, sobre todo por el mal rumbo de la economía, y en el exterior ha visto cómo se iba agotando su capital de prestigio; sin contar con las reconvenciones que está recibiendo de la internacional neocon, por boca de José María Aznar, que le reprochó ayer mismo su excesiva amistad con los países islámicos en detrimento de Israel, en perfecta resonancia con las campañas del Tea Party y de la extrema derecha norteamericana xenófoba e islamófoba.

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Pero nadie llega más débil a esta reunión que la Unión Europea, hasta el punto de que no fue invitada como tal a la cena de ayer en la Casa Blanca y ha desaparecido como protagonista con imagen propia en su acción diplomática en la región, eclipsada por el Cuarteto (Estados Unidos, Rusia, Naciones Unidas y Unión Europea) y su representante en Cisjordania, Tony Blair, nombrado para ayudar a los palestinos en la reconstrucción económica de su país. Durante toda la década anterior, la UE contó con el activismo de su Alto Representante, Javier Solana, para implicarse directamente en los intentos de resolución del conflicto e incluso actuar en numerosas ocasiones como representante del Cuarteto. Su sucesora, la británica Catherine Ashton, en cambio, ha renunciado a este protagonismo político en favor de Blair, un gesto revelador de la actitud de los 27 y las aspiraciones internacionales de los europeos, meramente centradas en la reconstrucción. Sólo el ministro francés de Exteriores, Bernard Kouchner, ha soltado algún gruñido de insatisfacción ante tanta desgana.

En una tal correlación de debilidades y pesimismos, destaca la voz optimista de Martin S. Yndik, que fue embajador en Israel en dos ocasiones con Bill Clinton y en tal condición mantuvo tensas relaciones con Benjamin Netanyahu. Cuatro son sus motivos para la esperanza: 1.- El trabajo fundamental de negociación ya está ya hecho y casi listo para firmar, después de casi veinte años de trabajo. 2-. A pesar de todo, la violencia ha disminuido sensiblemente como fruto de la acción represiva y preventiva e israelí pero también de la Autoridad Palestina. 3.- Lo mismo puede decirse de la actividad colonizadora en Cisjordania, que también ha disminuido, fruto sobre todo de la moratoria para la construcción de nuevos asentamientos. 4.- Todo el mundo está a favor de la solución de los dos estados, incluyendo a Netanyahu y a los países árabes vecinos.

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Muchos han venido sosteniendo que el acuerdo final sólo puede producirse en el borde mismo del abismo, justo en la agonía de los segundos previos a la pérdida de toda posibilidad para la paz: sin pesimismo no hay esperanza. La especialidad de estos jugadores de póquer medioorientales es evitar sentarse a negociar con el rostro iluminado de quien quiere alcanzar acuerdos rápidamente. Al contrario, lo que quieren exhibir es la faz bien hosca de quien está a punto de levantarse antes de haberse ni siquiera sentado. Así es como llegaron Abbas y Netanyahu ayer a Washington. El primero a rastras y el segundo exhibiendo la fecha del 26 para reanudar la construcción de colonias que obligaría a los palestinos a romper justo al empezar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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