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Sin papel, pero un libro al fin y al cabo

Sin papel, pero un libro al fin y al cabo Los libros impresos ofrecen placeres que ningún aparato creado por un ingeniero electrónico puede igualar. El dulce olor de un libro nuevo. Los placeres táctiles que brinda el pasar una página. La imagen tranquilizadora de nuestra trayectoria personal en las estanterías. Pero nada de esto explica por qué los libros se han resistido a la digitalización. Eso es más sencillo: los libros son portátiles y fáciles de leer.

Crear un lector electrónico portátil era la parte sencilla; igualar la calidad visual de la tinta sobre el papel llevó más tiempo. Pero la tecnología de las pantallas ha avanzado hasta tal punto que la página digital también tiene buen aspecto. Por fin, un lector electrónico da un buen rendimiento cuando se le hace competir página a página con el papel. A consecuencia de ello, pronto llegará el día de la digitalización de las colecciones personales de libros.

La música muestra el camino. No obstante, la digitalización de colecciones personales de música comenzó tras la llegada de la combinación adecuada de programas y equipos: la tienda iTunes Music Store y el iPod. E igual que hizo Apple con los amantes de la música, alguna empresa ideará una combinación irresistible de programas y equipos para los compradores de libros. Esa empresa podría ser Amazon.

El primer intento de Amazon de crear un lector de libros electrónico es el Kindle. Presentado en noviembre, pesa unos 300 gramos, tiene capacidad para más de 200 libros y puede reproducir periódicos, revistas y blogs.

El dispositivo emplea la tecnología E Ink, desarrollada por la empresa del mismo nombre, que ofrece un texto con una nítida definición.

Sony utiliza E Ink en su Reader, un lector de libros electrónicos que presentó en 2006, pero el Kindle incorpora una prestación que Sony y muchos predecesores no ofrecen: los libros y otros contenidos pueden cargarse sin necesidad de cables utilizando la red EVDO de alta velocidad, de la compañía telefónica Sprint.

El Kindle es caro (269 euros) pero se agotó a las seis horas de su debú, en noviembre. Hace muchas cosas bien. Puedo ver que el texto tiene un aspecto espléndido. Pero cuando pulsamos una barra para "pasar" una página, la imagen se invierte de un modo que me pareció incoherente: el fondo iluminado se vuelve negro y el texto negro se vuelve blanco, y luego la página nueva aparece y todo recupera la normalidad.

Steven P. Jobs, consejero delegado de Apple, no tiene nada que temer del Kindle. Nadie lo consideraría un competidor del iPod. El Kindle reproduce textos en cuatro animados tonos de gris, y lo hace bien.

Sin embargo, cuando se pregunta a Jobs qué opina del dispositivo, deja claro su menosprecio por el sector de los libros. "No importa lo bueno o malo que sea el producto; el hecho es que la gente ya no lee", espeta. "Un 40% de los estadounidenses leyeron un libro o menos el año pasado".

La situación del sector no es tan nefasta como él insinúa. En 2008, la edición de libros obtendrá unos beneficios que rondarán los 10.130 millones de euros en EE UU, según Book Industry Study Group, una asociación de comercio.

El mundo del libro siempre ha contado con una ventaja que compensa la carencia de unos ingresos y unos beneficios enormes: la apasionada adhesión que sienten autores, editores y clientes habituales por los propios libros.

El objeto que estamos acostumbrados a denominar libro está sufriendo una modificación profunda. El éxito a largo plazo del Kindle todavía es una incógnita, pero debería reconocérsele a Amazon el hecho de haber redefinido con imaginación su línea de productos original, sustituyendo el negocio del libro por el negocio de la lectura.

Randall Strosses es un escritor de Silicon Valley y catedrático de empresariales en la San José State University de California.

AMAZON.COM

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