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Reportaje:

La Academia de San Fernando crece por dentro

El museo gana 5.000 metros cuadrados, devueltos por el Ministerio de Hacienda, que le procurarán 22 nuevas salas

La Academia de Bellas Artes de San Fernando, considerada por muchos como primera institución cultural de España, que aloja al decano de los museos de Madrid, afronta la recta final de su última reforma. Es quizá la de mayor envergadura de cuantas sufrió en las tres centurias anteriores a partir de su instalación, por orden del rey Carlos III, en el palacio de don Juan de Goyeneche de la calle de Alcalá, 13.

Con esta rehabilitación, el edificio ganará una quinta parte de su superficie, estimada en 25.000 metros cuadrados. Y ello a costa de recobrar dos enormes plantas utilizadas por su vecino Ministerio de Hacienda. Tras comprobar el estropicio histórico que tal ocupación causaba a la institución artística -explica la arquitecto y conservadora del museo, Emanuela Gambini-, el titular del departamento y vicepresidente del Gobierno, Rodrigo Rato, decidió el mes de junio de 2000 hacer retornar tal ámbito a su dueño natural.

Su fachada a la calle de Alcalá se alzaba sobre una formación de roca viva suprimida por Diego Villanueva

Las plantas ganadas incorporan 1.500 metros cuadrados de superficie nueva, pero el reacomodo de las oficinas preexistentes y el aprovechamiento de sus espaciosos interiores -maximizado por la arquitecto Gambini- le permitirá una ganancia de hasta 3.500 metros más, 5.000 en total. En otros términos, a partir del próximo verano, el Museo de la Academia de Bellas Artes de San Fernando contará con 22 salas más para exponer sus fondos, a sumar a las 36 salas con las que hasta ahora contaba. Una o dos de ellas suelen permanecer cerradas, pero la ampliación dotará a su recinto de una holgura evidente, que le permitirá hacer aflorar buena parte de los mil lienzos que duermen en sus almacenes. Con estos nuevos espacios, el museo se convertirá de manera definitiva en el más importante de los de Madrid, después del Prado. Es preciso remarcar que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando se encuentra situada a medio minuto a pie a la Puerta del Sol.

El monto de la reforma se elevará, en su primera fase, por encima de los cuatro millones de euros, según los arquitectos.

El palacio, perteneciente a un prócer navarro, indiano y amigo del primer Borbón, Felipe V, abre hacia la acera izquierda de Alcalá su fachada neoclásica, que se ve flanqueada por dos columnas dóricas y una base almohadillada, bugnato, de sabor italiano. No se trata de un museo estatal. Fue el rey Carlos III quien decidiera, con su alojamiento en el palacio de la calle de Alcalá, incorporar a la titularidad del edificio su contenido como patrimonio exclusivo de la institución. Hoy alberga casi 800 piezas escultóricas, algunas de ellas, como un magnífico Lacoonte, traídas personalmente a España por el aposentador real y genio de la pintura Diego Velázquez, en el año de 1654, durante su segundo viaje a la Roma de la Villa Médicis.

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Cuenta asimismo el magno museo madrileño con 2.000 cuadros, señaladamente lienzos y tablas, firmados entre los siglos XVI y XX, entre los que destacan la tabla La primavera, obra de Giuseppe Arcimboldo en 1563, emblema de la Academia.

La colección de óleos del extremeño Francisco de Zurbarán es, sencillamente, deslumbrante. Junto a Rubens, Mengs, Van Loo, incluso Picasso y Vázquez Díaz, abundan los cuadros venecianos y las esculturas y porcelanas más delicadas. Pero los florones de este museo, poco conocido aún por los madrileños, según confiesa su conservadora, Mercedes González de Amezúa, son algunos de los mejores óleos de Francisco de Goya: El entierro de la sardina; los retratos de Leandro Fernández Moratín, Juan de Villanueva, La Tirana, Francisco Godoy, y el ecuestre -cargado de sarcasmo- de Fernando VII, amén de los dos autorretratos más célebres del pintor aragonés, cuya última paleta se exhibe allí mismo entre laureles de oro. El museo posee además 15.000 dibujos originales y hasta 17.000 planchas de grabados, todas las de Goya. Su colección de partituras goza de nombradía, como sus miles de planos arquitectónicos; en ellos dormita, dibujada, la osamenta de los principales edificios de España y muchos de los mejores de Europa, así como sus ornamentaciones. Tras las obras, la Academia tendrá un salón de actos, para cien personas, 'con todos los avances técnicos', asegura Gambini.

Museo de Bellas Artes. Martes a viernes, de 9.00 a 19.00. Sábado a lunes y festivos, de 9.00 a 14.30. Entrada, 400 pesetas.

El talento de Churriguera

La Real Academia de San Fernando sigue viva. Sus actividades concernientes a pintura, escultura, música, arquitectura, cine y fotografía, más las reuniones de sus numerarios y su política de adquisiciones, han proseguido casi sin interrupción desde el comienzo de las obras, iniciadas el verano de 2000. Su culminación se prevé para primavera. Entre sus recientes compras, asegura Mercedes González de Amezúa, un fastuoso Vanitas, atribuido al pintor Andrés Deleito (1650- 1690), aguarda su encuadre sobre los nuevos muros. El edificio que alberga la Academia fue obra del arquitecto y escultor barroco José Churriguera (1656- 1725). Autor del palacio de Nuevo Baztán, entre otras magnitudes, alzó la fachada a la calle de Alcalá sobre un montículo de roca viva, hoy inexistente. La fachada sería transformada por Diego de Villanueva, hermano mayor de Juan, arquitecto del Prado. Diego otorgó una impronta distinta, neoclásica, a su nuevo pórtico. Alteró también muchos de sus componentes interiores, pero no así la disposición axial de su planta ni su escalera imperial, considerada como una de las más originales de Madrid. Pese a que Villanueva suprimió la ornamentación churrigueresca, la 'tectónica' sobre la que su escalera organiza la nervatura y la circulación del edificio, conservan todavía destellos del genio de Churriguera. Ascender sus escalones permite adquirir un ritmo de marcha cuyo tempo avanzante sólo es parangonable al que aún envuelve a quienes surcan los de las más sublimes escaleras de Florencia, con sus peldaños espaciosos, de métrica solemne, que piden suavidad a la zancada larga.

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