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Crítica:OTRAS MÚSICAS | Ara Malikian y Fernando Egozcue Quinteto
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Aluvión de notas contra la modorra

Nada mejor que un poco de buena música para combatir los peores males estivales: la molicie prolongada, la indigestión de siestas, la calorina impenitente, los líderes que claman por la mansedumbre de las masas, el opresivo letargo postvacacional. El agosto matritense es un secarral para la melomanía, pero en esas llegan dos tipos como los de anoche, nuestros ya viejos conocidos Ara y Fernando, y de pronto se vislumbra un fulgor de luz al final del túnel, vaticinio de un regreso ya inminente al fragor noctámbulo.

Malikian y Egozcue son músicos de formación originalmente clásica y vocación en teoría minoritaria, pero se han acabado convirtiendo en un secreto a voces. Más de 300 personas abarrotaban ayer la sala Clamores, para sorpresa de los propios intérpretes, en la primera de sus tres comparecencias consecutivas. Difícil resistirse al embrujo de una música compleja y virtuosa, pero accesible en diversas lecturas, desde las más sesudas a las desprejuiciadas. Porque hay mucha música, y no pocas veces endiablada, en las composiciones de Egozcue, pero también la permanente sensación de que cualquier aficionado atento podrá desentrañarlas en alguna medida.

Unas 300 personas abarrotaron ayer la sala Clamores para escuchar al tándem

El violinista armenio-libanés y el guitarrista bonaerense son instrumentistas muy cualificados, pero entre sus encantos figura que le hayan declarado la guerra frontal a la pompa y las pajaritas. El fenómeno es aún más acentuado en el caso de Ara, que horroriza a la circunspecta academia con sus saltos tribales durante los solos y esa intolerable sensación de que se lo pasa muy bien haciendo su trabajo sobre el escenario. La ortodoxia ya ni se molesta en seguirle la pista, pero ayer habría empezado por santiguarse con su atuendo: vaqueros desgastados y chaleco oscuro sin camiseta debajo, por aquello de lucir bíceps, tatús y bisutería barata de colores. En comparación, el bamboleante flequillo entrecano de Fernando resulta de lo más discreto.

El tándem y sus tres hábiles socios arrancan a tumba abierta con esa fuga -casi embriagado aluvión de notas en cascada- que lleva por título Creo, porque Egozcue siempre fue muy superior escribiendo partituras que bautizándolas. Puede que constituya una temeridad someterse a tal lluvia de semifusas con los dedos todavía fríos, e incluso el mismo Malikian acusa el vértigo y ensucia más de tres o cuatro notas, algo que siempre gustan en subrayar sus detractores. Existe margen de mejora en la interpretación del ubicuo violinista, sin duda, pero también mucho escozor al comprobar que los músicos clásicos se comunican mejor con el auditorio cuando rebajan la sacralización en su comportamiento.

Egozcue es algo menos vehemente, pero solventa pasajes dificilísimos con un toque angelical. Con los años ha ido elevando el mástil de la guitarra, quién sabe si por tocar en garitos angostos, y ahora ya la coloca al borde de la verticalidad. Así tampoco gozará de las bendiciones en los Conservatorios, pero puede estar muy tranquilo: pocos guitarristas tocan y componen hoy en esta ciudad como él.

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La mencionada Creo explora en la herencia inmensa de Piazzolla, mientras que en otras de sus piezas, como Situaciones o Ser dos, queda más patente el influjo de Ralph Towner o Pat Metheny. Pero el reciente nuevo disco del quinteto, Con los ojos cerrados, deja entrever otras líneas creativas de Egozcue, como esa maravillosa chifladura rítmica titulada Rumba. Malikian acabó de destrozar con ella las cerdas de su arco, pero esta noche volverá a tenerlo todo a punto. Y surgirá una nueva ocasión de combatir la modorra con un sabio chorreo de notas en aluvión.

Ara Malikian (a la izquierda) y Fernando Egozcue durante la actuación anoche, en Clamores.
Ara Malikian (a la izquierda) y Fernando Egozcue durante la actuación anoche, en Clamores.CARLOS ROSILLO

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