Amor y eutanasia
"Tienes toda la vida por delante", le dice el doctor Katz a Momo cuando Madame Rose, su madre adoptiva, interpretada por Concha Velasco, empieza a perder el control de sí, por una esclerosis cerebral. Romain Gary, judío francés nacido en Lituania, aviador, diplomático, novelista y marido de la actriz Jean Seberg, concibió su novela La vida por delante como un desquite: dos décadas después de recibir el Premio Goncourt, la crítica lo trataba como a alguien de quien nada nuevo puede esperarse.
Gary envió su novela a la editorial Gallimard bajo el seudónimo de Émile Ajar, para el que inventó la identidad de un médico abortista argelino huido a Brasil, y la crítica saludó el advenimiento de un autor novel extraordinario: ganó el Goncourt de 1975. Lejos de temer que se descubriera el pastel, Gary contrató a porcentaje de ventas a su sobrino Paul Pavlowitch para que encarnara al quimérico Ajar en entrevistas y ruedas de prensa. Pavlowitch imprimió a su personaje maneras de artista genial y Gary continuó su carrera literaria por partida doble, hasta que, agotado y convencido de que uno es dueño de su vida, se suicidó, un año después de Jean Seberg.
LA VIDA POR DELANTE
Autor: Romain Gary. Adaptación: Xavier Jaillard. Intérpretes: C. Velasco, R. de Eguia, C. Canut y J. L. Fernández. Escenografía: Llorenç Corbella. Traducción y dirección: José María Pou. Teatro de La Latina.
La vida por delante, adaptada al teatro por Xavier Jaillard, habla con sensibilidad de educación, tolerancia, amor y eutanasia a través de una relación de pupilaje maternofilial entre una ex prostituta judía y el hijo de una mujer árabe. Jaillard convierte el extenso monólogo original en un tour de force entre una actriz veterana y un joven actor. El papel de Madame Rose, mujer corpulenta interpretada antes por Simone Signoret y Myriam Boyer, ha obligado a Concha Velasco a engordar y a caracterizarse de tal modo que una espectadora de a diario, a los 10 minutos de comenzar su actuación aún preguntaba incrédula: "¿Es ella?". La Velasco derrocha humanidad y fuerza, aunque, bien conservada como está, tiene que hacer un alarde de composición. En su trabajo, tierno, divertido y emocionante en los momentos cumbre, hay ciertas concesiones humorísticas al público del teatro de La Latina.
La otra pata de la función y su hallazgo es el jovencísimo actor Rubên de Eguia, que crea una prosodia y un lenguaje corporal descoyuntados, idóneos para ese chico meteco aclimatado en París que suelta sentencias impropias de su edad y frases donde el error de construcción se convierte en hallazgo: "Tiene el sistema cada vez más nervioso", dice de Madame Rose, acentuando las palabras donde no corresponde, separando sílabas y llevándose las "erres" al paladar. Su escucha atenta y su reactividad obligan a repartir la atención entre la Velasco y él. El director José María Pou crea un buen ritmo interno y entre todos, consiguen algunos momentos de emoción verdadera.