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Columna
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Apuestas en el crematorio

Existen timadores porque existen personas inocentes, pero también porque existen personas ambiciosas que, en algunos de esos casos, como por ejemplo en el del famoso timo de la estampita, logran el prodigio de ser a la vez los héroes y los bandidos de la historia. ¿No son esas víctimas del engaño, en realidad, simples desalmados que pretenden robarle a un tonto su dinero? Juan Urbano pensó eso, y se acordó de una mujer de Las Rozas que, cuando él era un niño, sufrió ese timo y además de quedarse sin dinero se quedó sin dignidad, avergonzada hasta tal punto por lo que había intentado hacer que cayó en una depresión sin regreso, no volvió a salir de su casa para evitar las miradas de sus vecinos y murió en unos meses. La frontera entre la honradez y la miseria moral es tan delgada que ni siquiera hace falta moverse para cruzar, basta con mirar hacia otro lado.

Los timos son eso, una trampa que consiste en vendernos algo para quitárnoslo

Pero otras veces, los timos afectan a personas decentes y, de hecho, lo hacen buscando entre sus problemas y sus necesidades como quien escarba en la basura de otro en busca de pruebas de alguna clase contra él. Y esos timos en ocasiones los hacen bandas de delincuentes, en otras publicistas que intentan venderte productos milagrosos de toda clase, y para comprobarlo no hay más que poner la televisión por las mañanas, y en otras políticos que prometen lo que no existe, lo que no tienen o lo que no piensan darnos porque lo quieren para ellos. En el primer caso, la policía acaba de desarticular en Madrid una banda experta en el timo del nigeriano, que consiste en enviar una carta a alguien asegurándole que un pariente remoto le ha dejado una herencia multimillonaria y empezarle a sacar dinero para gestionarla, para pagar el papeleo necesario. Los ladrones enviaban 20.000 cartas diarias a Estados Unidos y a diferentes países de Europa, y estafaron a 150 personas. Se hicieron de oro y se han hundido abrazados a ese mismo oro, como todos los piratas.

En cuanto a los políticos y la publicidad, Juan Urbano, cuya mente es asociativa por naturaleza, saltó a ellos desde el timo del nigeriano con la facilidad con que Tarzán soltaba una liana para agarrar otra, al leer que la Comunidad de Madrid va a celebrar una carrera de hospitales en la región. El plan es darles más dinero a los que mejores resultados obtengan, y poner en la balanza de resultados el número de fallecimientos, el número de infecciones nosocomiales, que son las que se contraen en los propios centros sanitarios, y el de reingresos. Juan se entregó al humor negro imaginando casas de apuestas en las que se ganaría una fortuna acertando cuál iba a ser el crematorio más vacío del mes, y luego, poniéndose serio, se preguntó si eso haría, por ejemplo, que los especialistas o los cirujanos se negasen a ingresar en sus ucis a pacientes terminales o a hacer operaciones de riesgo en sus quirófanos para no empeorar su estadística y así largarle el muerto a otro. La Federación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid ha calificado la iniciativa de auténtico disparate y ha dejado sobre la mesa un argumento difícil de rebatir: "En un sistema público los hospitales tienen que ser complementarios, no competitivos entre sí". Aunque hay quien asegura que mientras esas palabras se oían por la radio, del despacho más alto de la Comunidad salían unas carcajadas tremendas y que, entre risa y risa, se pudo escuchar la frase: "Divide y privatizarás".

Juan Urbano acabó su café y entró en su oficina pensando que la iniciativa anunciada por los responsables de la Sanidad madrileña era un simple timo, porque los timos son eso, una trampa que consiste en vendernos algo para quitárnoslo.

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