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Columna
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Bachillerato de excelencia

De vez en cuando en el panorama educativo aparece alguna brillante idea, alguna iniciativa, que nos pone los pelos de punta. Generalmente está dirigida a salvar a los más listos de la tontería de los demás. Existen centros con eso que llaman "educación diferenciada", que quiere decir que han vuelto a la vieja práctica de los chicos con los chicos y las chicas con las chicas bajo el pretexto de que nosotras maduramos antes física e intelectualmente que ellos y excusas por el estilo. El caso es volver a separar en las aulas lo que en la sociedad no tiene más remedio que convivir, porque se trata de que las oportunidades y las dificultades de la vida, que son muchas, no se distribuyan según el sexo.

Por no encajar no hay que dar por perdido a nadie, porque podemos excluir a un genio

Y ahora el Gobierno de la Comunidad de Madrid ha tenido otra brillante idea: crear un instituto de Educación Secundaria con Bachillerato de excelencia. Los mejores alumnos y los mejores profesores al servicio de una avanzadilla de élite. Un grupo de escogidos que nos saquen de las brumas de la mediocridad. Pero una pregunta: ¿quiénes son los mejores? Y los mejores ¿en qué y para qué? La adolescencia es una línea muy frágil de crecimiento, de acopio de sensaciones, de aprendizaje de la vida combinada con el aprendizaje de la escuela. Quien ayer era disciplinado y sacaba buenas notas hoy deja de hacerlo, el que ayer era un bala sufre una transformación, no se sabe por qué, y empieza a interesarse por las matemáticas o la literatura.

¿Es el mejor el que se adapta sin fisuras al sistema educativo? Y lo más importante, ¿podemos confiar en que nuestro sistema educativo seleccione a los mejores? Es un sistema rígido al que hay que adaptarse en lugar de adaptarse él a las cualidades particulares del alumno. Y por no encajar en el sistema no hay que dar por perdido a nadie, porque podemos estar excluyendo a un genio o simplemente restándole calidad de vida en el futuro a alguien. Tampoco se entiende por qué los mejores profesores tienen que estar reservados para unos pocos. ¿Los demás no tienen derecho a tener buenos profesores? ¿Se les condena a la medianía? Y a los profesores, ¿con qué criterio se les seleccionará? ¿Cuál será la guía para descubrir la magia que convierte a un profesor en alguien fundamental en la vida de un adolescente?

La opinión que la calidad de la enseñanza le merece a la presidenta de nuestra Comunidad se refleja en sus palabras cuando critica a quienes no están de acuerdo con dar un trato exclusivo a alumnos sobresalientes que no tienen medios para estudiar Bachiller "fuera o en colegios de élite". O sea, que quien estudie en un instituto normal sin salir de nuestra Comunidad lo lleva claro.

A todos nos marca la larga, larguísima época en que uno sale por la mañana de casa con la mochila llena de libros y regresa por la tarde después de haber vivido toda una vida. Los compañeros, los profesores, las matemáticas, la lengua, el recreo, los exámenes, el complicado acoplamiento social con los otros y el acoplamiento mental con quienes tratan de enseñarte cosas necesarias, que tendrían que interesarte, pero que, por alguna extraña razón, se quedan muchas veces revoloteando en el mundo de la tarima sin lograr ni siquiera rozarte.

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¿Pueden más los pájaros en la cabeza o las explicaciones del profesor, la atención o el dulce no pensar en nada y dejar vagar la mirada por el planeta? La clase es un planeta en pequeño donde prácticamente se concentran todos los ejemplares humanos y las emociones que nos vamos a encontrar más adelante cuando nos sueltan por el mundo. A algunos ese ansiado momento de la libertad se les hace demasiado lejano y abandonan la escuela, la educación, como el chico del relato autobiográfico de Thomas Bernhard, El sótano, que deja los estudios para trabajar de aprendiz en una tienda: "A los otros hombres los encontré en la dirección opuesta, al no ir ya al odiado instituto, sino al aprendizaje que me salvaría". Sentirse excluido es más fácil de lo que parece, y excluirse a veces es una poderosa tentación y en este momento es cuando la mano del docente, del maestro, es decisiva, y aquí es donde demuestra si es excelente. Porque por muy echado a perder que esté ese infeliz adolescente escurridizo, huraño u hostil, que nos trae de cabeza, dentro de él se esconde su propia oportunidad, y solo hay que ayudarle a encontrarla.

Y no deja de ser curioso que del desaguisado escolar hayan salido tan buenos escritores. Pío Baroja, por ejemplo, confiesa en Juventud, egolatría: "Como estudiante, yo he sido siempre medianillo, más bien tirando a malo que a otra cosa. No tenía gran afición a estudiar, verdad que no comprendía bien lo que estudiaba".

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