_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Buscando a Buda

Un lama anda suelto por Madrid, tiene 24 años, se declara agnóstico, toca en su guitarra temas de Jimi Hendrix, su nuevo gurú, estudia cine y elabora con sus manos pequeñas piezas de artesanía hippy. Osel Hita Torres, nacido en la Alpujarra granadina, superó en su desvalida infancia las pruebas iniciáticas y esotéricas de una irracional y supersticiosa oposición a la que le presentaron sus padres en 1986 y que le llevó a ser entronizado, con categoría de divinidad en prácticas, en un monasterio de India. Le sentaron en un trono con un gorrito amarillo y una túnica azafrán y durante 14 años le veneraron con unción y le molieron a palos y a plegarias para deshumanizarle y sacarle el dios que llevaba dentro.

Quizá un Partido Budista de los Trabajadores (PBT) pudiera devolvernos la fe a cambio de la 'Esperanza'
Nadie sabe quién podría haberse reencarnado en Tomás Gómez, con más 'karma' que carisma

Cuando todo da lo mismo por qué no hacer lamaísmo. Sirva la paráfrasis de Javier Krahe para resumir la ruta de senderismo espiritual que para los progenitores españoles del niño divinizado terminó en un centro budista, franquicia tibetana en las arriscadas laderas de la Alpujarra, un Tíbet en miniatura al que fueron en busca de redención muchos hippies en su camino de vuelta, de la alucinación a la iluminación, de la utopía a la inopia por la abrupta senda del budismo mahayana, estricta y radical disciplina muy alejada de los ocurrentes juegos verbales y las incitantes paradojas del budismo zen, cuajadas de sabiduría y sinsentido, polo de atracción desde los años sesenta del pasado siglo para multitud de jóvenes occidentales, desengañados de las explosivas pompas y de las perversas obras de la sociedad de consumo.

Osel el niño lama, legítima reencarnación del lama Yeshe, desertó a los 18 años, volvió a las andadas y hoy, más hippy que bonzo, deambula por Madrid, desnortado y con una brújula como amuleto.

De la lamasería de Sera, en India y tras pasar por Canadá, el joven Osel recaló en 2005 en el colegio mayor San Juan Evangelista, el añorado Johnny amenazado de extinción, en el que pasó dos años sin apenas salir de su celda casi monacal, abrumado por su indeseada fama. En Madrid estudió cine y eligió bando, participó en las manifestaciones contra la guerra de Irak y recibió los primeros palos de los guardianes de la ley y el orden que llovieron sobre sus espaldas castigadas antes por los guardianes de la fe y de la ortodoxia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

En una entrevista, sin fotos, concedida al diario El Mundo y resumida por la revista Hola, Osel cita al maestro Hendrix: "Cuando el poder del amor supere el amor al poder el mundo conocerá la paz". Mientras tanto, cámara o guitarra en mano, el lama desertor se busca y busca su lugar bajo el sol, lejos del loor de santidad y de las luminarias de la fama. Hay quienes dicen haber visto a Osel deambulando por las noches de Malasaña canturreando mantras con ritmo de reggae, y otros que, sin mayor fundamento, aventuran que suele ir a meditar a la cornisa de Las Vistillas, paraje místico a punto de ser colonizado y franquiciado por la Iglesia católica contra la mayoritaria oposición de los vecinos de la zona, católicos y agnósticos, ateos y descreídos. Pero las inquietudes del lama desertor se centran más en otra franja, la de Gaza y en otra ocupación, la de Palestina. Si el joven Osel recuperase en su nuevo camino un mínimo reflejo de su halo de divinidad y como el Gautama Buda pusiera los pies en la Tierra por la que peregrina, podría tal vez señalar con su dedo milagroso nuestro camino hacia el nirvana: sus dotes taumatúrgicas, homologadas en cónclave de bonzos, marcarían el rumbo de la desnortada Comunidad de Madrid. Quizás un Partido Budista de los Trabajadores (PBT), con su bandera amarilla y azafranada y sus mensajes pacifistas y ecologistas, pudiera aliviarnos el karma y devolvernos la fe a cambio de la Esperanza. ¡Por caridad!

Ensoñaciones en vísperas del Corpus, deslumbrante jueves, fiesta litúrgica que por veleidades del calendario laboral inicia este año un largo puente, bienvenida oportunidad para la meditación de las izquierdas desbandadas, sin luz y sin guía. Aunque ningún consejo de lamas haya confirmado su mística condición, se sospecha que Esperanza Aguirre pudiera ser la reencarnación, algo precipitada, de Margaret Thatcher, pero nadie sabe quién podría haberse reencarnado en Tomás Gómez, enredado entre los radios de la eterna rueda del Samsara, con más karma que carisma. Una voz anónima del partido socialista de Madrid puso en las páginas de EL PAÍS un primer atisbo de budismo-socialismo: "Ignorar la realidad es lo peor que puede pasar". La realidad es engañosa, sobre todo la que parecen percibir los políticos. Cuando ya no quedan pistas por qué no hacerse budista.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_