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Reportaje:

"Cambiábamos naranjas por papel de fumar de trinchera a trinchera"

Bibiano y José Luis participaron en el origen y el fin de la Guerra Civil en Madrid

Son dos hombres recios Bibiano y José Luis. Tienen en común la dignidad de su porte, la claridad de sus miradas, ambas de ojos claros, y la blancura de sus cabellos. Pero poco más.

Bibiano Morcillo, de 92 años, nacido en Torre de Juan Abad (Ciudad Real), procede de una familia manchega de canteros marmolistas. Fue teniente republicano. Es jubilado del comercio del hierro y tiene cuatro hijos y nueve nietos. Vive en el barrio de Aluche. Hoy lleva boina y calza zapatillas deportivas.

José Luis Rodríguez Viñals, de 87 años, también jubilado, es natural de Montemolín (Badajoz). Combatió en el bando nacional. Es abogado y ha sido profesor de Derecho Mercantil en la Complutense; vive junto al paseo de la Castellana. Tiene seis hijos y 11 nietos.

"Hay que olvidar, sí, pero reparando las injusticias", afirma Bibiano
"Sellé con la bandera la boca de un cañón", recuerda José Luis
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Ambos protagonizaron sendos episodios que signaron el origen y el fin de la Guerra Civil en Madrid. Su historia comenzó entre el 19 y el 20 de julio de 1936 en Madrid, justo sobre el lugar al que los dos hombres han acudido para la entrevista. Bibiano servía entonces en un regimiento de Zapadores del Cuartel de la Montaña, enorme edificio construido sobre el paraje que hoy ocupa el Templo de Debod.

Auxiliar de un oficial franquista vinculado a la conspiración de los generales Mola y Franco contra la República, Bibiano recibió de aquél la orden de regresar al día siguiente al cuartel vestido de uniforme, "porque mañana vamos a tomar Madrid", le dijo.

"Aquello no me gustó nada y lo comenté a unos obreros que se hallaban en un bar de Ferraz, contiguo al cuartel", dice Bibiano. Le indicaron que fuera a avisarlo a una sede del Partido Comunista de España, detrás de la Telefónica, y de allí le enviaron al Ministerio de la Guerra. De vuelta al cuartel de la Montaña a la jornada siguiente, la noticia del intento de golpe había trascendido y el edificio se hallaba repleto de militares acuartelados y de falangistas al mando del general golpista Joaquín Fanjul, mientras el exterior permanecía rodeado por miles de personas afectas a la República y guardias de asalto que lo cercaban.

Todo se desarrolló velozmente a partir de entonces. "Varios aviones soltaron pasquines sobre nuestras cabezas; nuestros oficiales acuartelados nos prohibían leerlos. Pero yo leí uno: 'Soldados, no obedezcáis órdenes de vuestros mandos, porque el Gobierno de la República os ha licenciado', decían las octavillas".

Alguien exhibió banderas blancas desde ventanas del cuartel; personas surgidas de entre las gentes que rodeaban el cuartel se aproximaron al edificio a parlamentar; súbitamente desde el interior surgieron disparos... "Observé a un corneta de mi regimiento abrir una puertecilla del gran portón cuartelero y entonces me puse a llamar a voces a la gente de alrededor para que entrara al cuartel", dice Bibiano. "La gente que entró en tropel casi me arrolla; cuando pude, me acerqué a una sala que había dentro y vi con horror varias decenas de oficiales muertos sobre charcos de sangre... Pienso que se acababan de suicidar ante el inminente asalto popular. Había unos 70 cadáveres...". Al fondo, un cañón que las fuerzas leales a la República habían instalado junto a la plaza de España bombardeaba luego a los sublevados hasta su completa rendición. Aquellos hechos marcaron el arranque de la Guerra Civil.

Tres años después, en el último día de la guerra, José Luis Rodríguez Viñals se hallaba en el Alto de Extremadura. Desde mediado del año 1938 pertenecía a la Compañía B del batallón de San Fernando número 1. Rodríguez Viñals había llegado a primera línea de combate tras ser levado nada más cumplir los 18 años. "Los primeros días, el miedo era atroz, pero luego te acabas acostumbrando...".

Los dos hombres sonríen.

¿Confraternizaron alguna vez...?

"Sí, en ocasiones, de trinchera a trinchera, tirábamos naranjas... y ustedes a nosotros un papel de fumar estupendo y tabaco, que nosotros no teníamos...", explica José Luis.

"Ya lo creo que era bueno el papel; venía de Alcoy, en Alicante...", replica Bibiano.

José Luis subraya que aquellas confraternizaciones "se alargaban por toda la línea del frente, desde la Casa de Campo a la Ciudad Universitaria, hasta que se oían unas palabrotas, un disparo y todo terminaba".

A fines de marzo de 1939, Rodríguez Viñals recibió la orden de avanzar sobre Madrid por la carretera de Extremadura. "No había ya resistencia; por ser el benjamín de mi compañía, iba junto a mi teniente y al llegar a la plaza de España me dio una orden. Sellé con la bandera la boca de un cañón que allí había. Creo que ahí terminó la guerra en Madrid".

Hoy, los dos hombres se han acercado al templo de Debod. "Creo que usted y yo nos habíamos visto en alguna ocasión", dice José Luis, y ambos extienden sus manos para saludarse con los ojos sobre los ojos, mientras una emoción honda se extiende a su alrededor.

"Sí, sí, eso creo", responde Bibiano, cuyo hijo, Antonio Morcillo, dirige el Grupo de Estudios del Frente de Madrid, una organización que aplica la reconciliación entre españoles desde el conocimiento y recuperación de los escenarios de la guerra.

¿Se apuntarían los dos a una tercera España, que aunara lo mejor de las dos Españas y mirara al futuro? "Sí, sí", responden. "Pero olvidando todo aquello y que los estudiosos lo traten cuando ya no estemos", dice Rodríguez Viñals.

"Hay que olvidar, sí", precisa Bibiano, "pero con justicia, reparando cuantas injusticias se cometieron entonces".

Un cálido apretón de manos rubrica sus palabras. A sus espaldas, Madrid crepita en una mañana donde los árboles, pese al otoño, siguen teñidos de verde.

José Luis Rodríguez Viñals exhibe en su domicilio sus medallas y Bibiano Morcillo, su carnet de teniente republicano.
José Luis Rodríguez Viñals exhibe en su domicilio sus medallas y Bibiano Morcillo, su carnet de teniente republicano.cristóbal manuel

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