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Columna
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Casas con arte

Catalogar flores artificiales, colgar fotos de gente dormida, enterrar un jamón en un descampado como homenaje a George Orwell... Estas propuestas artísticas pueden parecer una locura o una idiotez, pero lo realmente fascinante y admirable, lo que justifica su ejecución, no son las obras en sí mismas, sino la mentalidad de sus creadores. Las dos primeras fueron expuestas el año pasado en la primera convocatoria del proyecto madrileño Casas y calles. La segunda, junto con otras sesenta iniciativas más, la podremos ver el próximo jueves 22 entre las cinco de la tarde y la una de la madrugada.

Casas y calles es un evento que montó por primera vez un grupo de artistas de Lavapiés al convertir durante un día sus pisos en galerías de arte donde reunieron más de cincuenta obras de pintura, fotografía y escultura, y donde se realizaron performances y proyecciones de vídeo. Fueron cuatro casas con entrada libre por las que los organizadores calculan que pasaron unas mil personas. En las calles del barrio señalizaron con pintura el trayecto que unía los domicilios y crearon un minicircuito artístico bajo el lema de "Hágaselo usted mismo", dando libertad a cualquiera, no sólo para visitar las casas, sino para interaccionar con algunas de las obras o incluso para aportar las suyas propias.

La semana que viene tiene lugar una segunda edición más ambiciosa. Ahora se abren siete casas por todo Madrid (el plano de los lugares se puede consultar en www.casasycalles.org) y se calcula que expondrán sus trabajos unos setenta artistas. Quien quiera participar puede solicitarlo en casasycalles@terra.es. Esta vez se desarrollarán muchas más actividades en la calle, como la programada a la hora en que comienza el evento en Preciados, donde un fotógrafo retratará a todos aquellos que lleven cartones y se tumben sobre ellos para escenificar la indigencia en un escenario de intenso consumo.

Lo fascinante de la propuesta de Casas y calles es que no pretende denunciar la falta de espacios públicos para la exposición artística ni la escasez de subvenciones gubernamentales. Los creadores no forman parte de ningún grupo preestablecido ni existe ninguna premisa indispensable para exponer. No son representativos de una generación determinada que utiliza su talento como protesta contra una sociedad tiránicamente globalizada e injusta. No pretenden promocionarse ni ganar dinero. Porque para ellos el arte es como para muchas otras personas formar una familia: no es un acto subversivo, politizado ni pretencioso, es vivir como entienden que merece la pena. Estos autores encuentran un sentido lúdico en lo artístico. Precisamente porque no ponen sus trabajos al servicio de ningún otro propósito, el arte se convierte en el propósito mismo de la vida, que no debiera ser otro que pasarlo bien.

Esta gente halla en el debate creativo, en el intercambio de inspiraciones, ocurrencias o pinceles, una ilusión que no sólo añoran en otros ámbitos como la política o los negocios, sino que tampoco es fácil de encontrar en las personas que se dedican a estas otras tareas. Su ocupación mental no está centrada en que les hagan fijos en una empresa o en lograr un buen sueldo que les permita mantener un pastor alemán y un monovolumen. Ni siquiera les obsesiona triunfar. Éste es otro aspecto sobresaliente. Entienden sus creaciones como productos de unas ideas en las que creen, no como parte de un proyecto profesional que culmina con el reconocimiento masivo. No son artistas que invierten sus horas de trabajo o entrega y que exponen gratuitamente en un piso compartido de Antón Martín como peaje al éxito. Su dedicación al arte es apasionada y altruista, por eso no le piden a la obra que algún día ella les devuelva la inversión. No están en deuda con ellos mismos y así no le deben nada al porvenir.

Tanto las personas de Casas y calles como otros artistas de mentalidades afines no aspiran más que a seguir disfrutando con invenciones casi domésticas, a juntarse con otros artistas en casas compartidas, a sentarse en sillas desvencijadas o en las piedras frías de los muros de las plazas para pensar en cómo crear nuevos sucesos, nuevas formas de expresión artística. Interpretan, en fin, la obra como materia prima para moldear la vida y no al contrario: el arte como una alquimia de felicidad.

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