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Columna
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Chirimbólica

"Trasto. Cosa, generalmente de forma algo complicada que no se sabe cómo nombrar... Bártulos, chismes, enredos". El diccionario de doña María Moliner incluye estas acepciones para definir chirimbolo y el usuario agradece una vez más su precisión para acotar lo impreciso. El chirimbolo era un objeto difuso y molesto, inútil hasta que los Ayuntamientos decidieron dotarle de utilidad convirtiéndolo en soporte publicitario que obstaculiza el paso de los viandantes y su visión de los edificios y monumentos circundantes y les ofrece a cambio mensajes visuales incitadores al consumo en todas las esquinas.

En su última y polémica siembra de chirimbolos urbanos, el Ayuntamiento de Madrid ha rizado el rizo chirimbólico despojándole de uno de sus atributos. El chirimbolo ya no es una cosa de forma algo complicada. Es un objeto de diseño minimalista como el nuevo despacho de Gallardón en la Cibeles, un soporte mínimo y sin coartadas decorativas para el ornato urbano como sus predecesores, aquellos quiosquillos afrancesados y anacrónicos de material sintético y oscuro coronados por cabezas de osos como trofeos y floripóndicas guirnaldas que basaban su presunta utilidad en albergar contenedores para pilas usadas. Reciclar en ellos era otro anacronismo y, además, en ocasiones, no eran lo suficientemente estancos y rezumaban fluidos tóxicos que absorbían, con grave perjuicio para sus organismos, chuchos husmeadores y lamedores.

Ruiz-Gallardón es otra cosa, tiene otro estilo más austero y proclive al minimalismo

Aquellos cachivaches fueron sin duda del gusto macarrónico del alcalde Álvarez del Manzano, pero Ruiz-Gallardón es otra cosa, tiene otro estilo más austero y proclive al minimalismo, como puede percibirse en las fotografías de su nuevo despacho de la Casa de Correos, de escueto mobiliario y paredes de color garbanzo, tal vez sutil y descontextualizada referencia a la leguminosa reina del tradicional y emblemático cocidito madrileño.

El alcalde aún no ha tenido tiempo para personalizar su paisaje laboral, pero se supone que no será tan recargado y antañón como el estilo al uso en el vetusto caserón abandonado de la plaza de la Villa, sede de históricos fantasmas ululantes. En el Palacio de Telecomunicaciones de la Cibeles, los fantasmas serán más recientes y menos históricos, y circularán en forma de ondas y frecuencias, o serán destilados de los miles de cartas perdidas en sus voraces entrañas, cartas cruciales que no llegaron a su destino y trastocaron la vida de remitentes y destinatarios, volanderos fantasmas de papel y tinta confinados en los amplios y catedralicios espacios del Palacio de Correos, al que los madrileños que le vieron nacer, bautizaron con su característico gracejo de Nuestra Señora de las Comunicaciones, feliz advocación, santa patrona de los tiempos que corren a velocidad lumínica, supervisora mística de la Red y guardiana de las nuevas tecnologías comunicadoras.

Desde su torreón almenado con vistas a La Cibeles, la visión del alcalde no se verá obstaculizada por los chirimbolos más grandes de España, que respetarán, se supone, el entorno de monumentos y edificios históricos y singulares. Tal vez no le vendrían mal al alcalde, para cubrir la desnudez de las paredes de su despacho, unas cuantas pantallas chirimbólicas. Una, al menos de cuatro metros por uno y medio, y un par de las de tres por dos metros, pantallas que reflejarían en todo momento el paisaje urbano y a sus paisanos, algunos de los cuales ya han expresado propuestas muy cercanas a esta idea, contando dónde les gustaría que el señor alcalde se metiera los trastos de marear, descarados bártulos que no contribuyen en nada al ornato ciudadano, ni a la circulación rodada o peatonal, ni a la seguridad o la información pública, pues sólo contribuyen a la recaudación de las arcas municipales.

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La decoración a base de pantallazos saldría muy barata, pues podría realizarse con los chirimbolos sobrantes, porque el modoso alcalde ya ha anunciado, para desmotivar la polémica callejera, que revisará la ubicación de los que reciban quejas o dificulten la visibilidad de monumentos históricos. El alcalde vuelve a usar una táctica que utilizó en la guerra de los parquímetros: se siembran miles y se recogen docenas para salvar la cara. Por cierto, la decoración del despacho podría incluir también algunos parquímetros retirados, totémicos y robóticos iconos del devastado paisaje urbano.

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