_
_
_
_
_
Reportaje:

'Cocodrilo Burning'

La legendaria banda de rock madrileña debuta, trás más de 30 años de historia, en los Veranos del Conde Duque y los cierra el próximo viernes

Patricia Ortega Dolz

La música se propaga por una calle de adosados de Villaviciosa de Odón: "¿Qué hace una chica como tú en un sitio como éste? / ¿Qué clase de aventura, ah, has venido a buscar?...". Proviene de un chalet con una puerta metálica abierta. Es mediodía, el sol de finales de julio abrasa y los dos perros están en el garaje. Ya suena más fuerte: "Los años te delatan, nena, estás fuera de sitio...". Tres escalones ascendentes hasta la puerta de la casa, también abierta de par en par. El sonido viene de abajo: "Vas de caza, ¿a quién vas a cazar?...". Otras escaleras, frente a la puerta de entrada de la vivienda, conducen a un sótano: "¡No utilices tus juegos conmigo...!". Y al bajar y doblar la esquina: "Mujer fatal, siempre con problemas; mujer fatal...". Los Burning, la legendaria banda de rock madrileña, tocan en ese sótano uno de sus superhits, ya casi convertido en himno rockandrollero de la movida.

Tienen su templo en un bar. Allí las paredes cuentan su vida

Una habitación en forma de tubo de 15 metros cuadrados, con los restos de un gimnasio particular; un cigarrillo, abandonado por la música, se consume en un cenicero; un póster (¡cómo no!) de los Rolling Stones; libros de Bruce Springsteen o David Bowie, un CD de homenaje a Pepe Risi, uno de los fundadores del grupo, ya fallecido tras dosis extremas de rock and roll.

Es el local de ensayo de los Burning. Allí sudan las canciones a pleno pulmón Johnny Cifuentes, que detrás de sus gafas negras pone la voz y sus dedos sobre el teclado; Kacho Casal, que se destroza al fondo en la batería, hasta rajar el parche ("menos mal que no se me ha roto en directo", ríe); Eduardo Pinilla, que se abre hueco con su guitarra, y Carlitos Guardado, que toca el bajo con los ojos cerrados y pega su boca al micrófono para hacer los coros.

El que menos, Kacho, lleva 12 años en el grupo; y el que más, el superviviente Johnny, lleva 34, desde los orígenes de la banda, desde aquel día de verano en ese seiscientos que ardía bajo el sol en el paseo de la Castellana. "Burning, ardientes, así nos sentíamos y así nos llamamos", cuenta Johnny, el dueño del adosado, donde vive con Pilar, su chica de siempre, y sus dos hijos, Julián y Claudia, de 20 y 19 años y que esa mañana se van a encargar de hacer la comida.

La banda está preparando y cronometrando el concierto con el que debutarán en el Conde Duque, después de 34 años de rock and roll, de vida (y de muertes), "después de haber visto allí mogollón de conciertos y haber soñado siempre con estar encima de ese escenario mágico, bajo ese cielo de Madrid...", dice Johnny. Será el viernes 1 de agosto, será su primera vez y la última en el patio del Conde Duque, que cierra esta edición con ellos y Jaime Urrutia (ex líder de Gabinete Caligari). Con ellos terminan los conciertos en el mítico escenario madrileño, porque del año que viene en adelante, el Ayuntamiento buscará otra ubicación para los Veranos de la Villa.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Y a los Burning, aún todos muy rockeros a la par que responsables padres de familia, se les hace un nudo en el estómago. Están nerviosos, ansiosos, emocionados e ilusionados: "Madrid, y en concreto el Conde Duque, es para nosotros como para un torero Las Ventas", dice Johnny. No lo pueden evitar: "Flipamos, tía, y nos encanta flipar y que la gente sienta eso con nosotros", agrega Kacho, de origen uruguayo y puro nervio.

No han dejado de tocar, ni de componer: "¿Quieres ser mi primera mujer?", es un buen comienzo para una canción, improvisa Johnny. Se han mantenido en una media de 45 bolos al año: "Los Burning hacen música para todo el mundo, hemos tocado en los sitios más dispares", dice Eduardo. Su último disco, el número 13, ha sido Altura (2002), y el último editado este año, Burning, desnudo en el Joy, que recoge el concierto que ofrecieron en la sala Joy Eslava en junio de 2006.

Pero los Burning tienen su propio templo en Madrid. Y no podía ser otro que un bar: el Cocodrilo. Un nombre para homenajear a "un colega que llamó así a su local, pero que acabó metiéndoselo todo por la vena y pegándose un tiro", cuentan desgranando miserias y grandezas del rock and roll. Allí las paredes cuentan su historia en imágenes. Allí llegan sus fieles, allí está su lugar en un Madrid en el que les resulta difícil hacerse sitio. Y allí está su banda sonora, pinchada por el propio Johnny: de los Stones a los Doors, pasando por El Jefe, Lou Reed o Bob Dylan. Auténticos, tan malditos como sensibles y fieles a sí mismos: "Si no has probado el veneno, ésta es tu oportunidad".

Kacho, Johnny y Eduardo, tres de los cuatro miembros de los Burning, en su bar en el barrio de Batán (Carabanchel).
Kacho, Johnny y Eduardo, tres de los cuatro miembros de los Burning, en su bar en el barrio de Batán (Carabanchel).LUIS SEVILLANO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_