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Reportaje:

Comer en un aula, dormir en otra

El encierro en el colegio público Palacio Valdés llega a su séptimo día - Padres y niños protestan contra el traslado forzoso a otro centro situado a 13 kilómetros

Elena G. Sevillano

Ante todo, organización. En una clase se hacen las comidas, juegan los niños y charlan sus padres. En otra está el dormitorio, con una decena de colchonetas y colchones por todo mobiliario. Al principio, se arreglaban con una sola sala, pero siete días de encierro han obligado al medio centenar de padres y alumnos del colegio Palacio Valdés (paseo del Prado, 38) a organizarse. Más todavía teniendo en cuenta que piensan quedarse "el tiempo que haga falta", afirma convencida Esther, una de las madres.

Protestan porque no quieren trasladarse al colegio Arroyofresno (distrito de Fuencarral-El Pardo), a unos 13 kilómetros, mientras dure la rehabilitación del suyo.

Está previsto que las obras empiecen el próximo lunes. Al día siguiente, los niños tendrían que empezar en el nuevo colegio, pero varias decenas de padres se han negado. "No queremos que pasen un mínimo de 40 minutos sólo de ida en un autocar, por la Castellana y la M-30", se queja Antonia Cano, miembro del consejo escolar. La consejera de Educación, Lucía Figar, aseguró ayer que el centro de Arroyofresno es el "único colegio disponible" para acoger a los 325 alumnos del Palacio Valdés.

Los encerrados han reunido más de 6.000 firmas de apoyo

Figar también insistió ayer en que el traslado se pactó en noviembre y que la mayoría de los padres estuvieron de acuerdo. "Eso es mentira", responden ayer a coro varias de las madres encerradas en el Palacio Valdés. "Sabíamos que iba a haber una reforma, y que nos iban a trasladar al colegio Miguel Hernández, pero nadie ha venido a preguntarnos si nos parece bien el de Arroyofresno", asegura Cano.

El centro Miguel Hernández, en Aluche, donde estaba previsto enviar a los alumnos del Palacio Valdés, lo ocuparon los del Sagrado Corazón después del derrumbe de parte de su colegio, ocurrido en diciembre pasado.

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Todo parece estar listo para empezar las obras del centro, donde no se ha hecho ninguna obra en profundidad en sus más de 100 años de historia. La mudanza acabó el martes por la tarde. Sin pupitres, sin sillas, sin muebles de ningún tipo, el colegio tiene un aire bastante lúgubre. Abundan los desconchones en las paredes y hay clases, como el antiguo laboratorio, que llevaban años cerradas por su deterioro.

Los padres quieren dejar claro que no se oponen a la reforma: "Somos los primeros que la pedimos", afirma otra de las madres. Pero quizá, dicen, habría que esperar unos meses hasta encontrar un colegio mejor al que enviar a sus hijos. Proponen como "opción menos mala" repartir en dos centros cercanos a los alumnos de infantil y a los de primaria.

La consejera dijo ayer que "es mejor trasladar a todo el colegio conjuntamente que disgregarlo en grupos pequeños".

Además del recorrido en autocar, los padres tienen otras preocupaciones. Leila, por ejemplo, no sabía ayer si su hija de siete años podría continuar con sus clases de informática. Muchos se quejan de falta de información, a pesar de que Figar aseguró ayer que se ha hecho un esfuerzo para "readaptar los horarios de las actividades extraescolares para que encajen bien a los padres de los alumnos".

Los encerrados, que permanecen en el colegio por turnos, han reunido más de 6.000 firmas de apoyo y están decididos a resistir.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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