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Columna
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¡Cuidado con las bicicletas!

Del mismo modo que se inventó un motor que acabó con el coche de caballos y con los carros, ¿se nos ocurrirá algún artilugio que sustituya al coche de cuatro ruedas? Mientras que la comunicación va a toda pastilla y nos las hemos ingeniado para que la información y los bulos vayan y vengan al instante, el transporte por carretera es primitivo, mortífero y caro. Digamos que el coche no está a la altura del GPS. El GPS parece del siglo que viene y el coche se remonta a dos siglos atrás y la rueda no digamos. Quizá algún día se diseñe un traje o una burbuja transparente individualizada que, previamente programada, nos lleve donde queramos. Esta burbuja sería tan resistente y blanda que al chocarnos con otra, el resultado no tendría que ser de muerte y si nos cayésemos por un terraplén, rebotaríamos y en el agua flotaríamos. El volante y las marchas habrían pasado a la historia y al salir podríamos plegar la burbuja o quitarnos este traje especial y los problemas de aparcamiento se reducirían casi por completo. Pero me estoy dejando llevar por la imaginación. La culpa la tiene Valentina Zuravleva, que escribió un relato titulado El capitán de la astronave Pólux y que he encontrado en una antología de ciencia-ficción rusa de 1965. Me lo estoy pasando en grande con ella.

Muchos ciclistas siguen mentalmente sentados en el coche y piensan que la carretera es suya

Aparte de la maravillosa naturalidad con la que Zuravleva nos cuenta como si fuese normal que se supere la velocidad de la luz, la ciencia-ficción tiene el encanto irresistible de ser el termómetro de nuestros deseos y fantasías. Desde que Valentina escribió este relato hasta ahora ¡cuántas cosas han pasado! Algunas continúan siendo complicadas como ir a un planeta a siete años luz, como hacen sus personajes, pero ya no necesitamos la llama del fuego para hervir un líquido en la astronave porque tenemos la placa vitrocerámica o el microondas. Ni las páginas podrían amarillear porque se escribe en ordenador, y quién sabe dentro de 100 años dónde escribiremos. Por lo general la ciencia-ficción se adelanta en lo imposible, pero se queda rezagada en lo práctico. Nos resulta complicado imaginarnos peinándonos con algo que no sea un peine o que no tenga púas. Y, sin embargo, es a la realidad cotidiana donde antes ha llegado el futuro: el móvil y todos sus hermanos y primos, la Red, el dinero invisible, el agua que cae sola si pones las manos debajo del grifo, la luz que se enciende si das una palmada. Y lo asombroso es lo bien que nos adaptamos a la novedad. Antes pensaba eso de si mi abuelo levantara la cabeza... Ahora creo que iría corriendo a comprarse un iphone. Aunque, como en la ciencia-ficción, también en la realidad quedan lagunas de atraso: aún no existe una lavadora que lave, planche y doble la ropa, y llama la atención que la cisterna del WC tenga un mecanismo tan rudimentario.

En cambio, es una bendición que no nos hayamos deshecho del más ingenioso medio de transporte de todos los tiempos: la bicicleta. Según informes del Ayuntamiento, su uso se ha duplicado en Madrid. No tengo más remedio que alegrarme porque tiempo atrás, en estas mismas páginas, insistía mucho sobre la conveniencia del carril bici y me considero una gran animadora del uso de la bicicleta como síntoma de ciudad moderna. Desde luego aún no se usa de forma habitual para ir al trabajo, pero sí como deporte. No hay nada más que darse una vuelta por la Casa de Campo, por los márgenes del Manzanares o por cualquier parque para cruzarte con ciclistas, con muchos ciclistas. Así que estamos en el momento oportuno de advertir sobre algo que vengo observando y padeciendo y es que muchos ciclistas continúan mentalmente sentados en el coche y piensan que la carretera o la acera es suya. Te exigen que te apartes, no se limitan a ir por el carril bici porque creen que el ir subido en una bici es un salvoconducto para hacer lo que les dé la gana, como si el ciclista fuese un ser moralmente superior. Tanto hemos alabado la bicicleta que ahora cualquiera que se sube en una se cree con derecho a arrollarte. Aún estamos a tiempo de ponerle solución. En primer lugar, señalando muy bien el carril bici para que no haya confusión. El resto lo tiene que hacer el propio ciclista dándose cuenta de que el peatón continúa siendo el más débil y que debe respetarlo, y sobre todo que la bici no es sólo un sustituto del coche sino un estilo de vida más ecologista y más sano y que por lo tanto implica mayor sensibilidad hacia los demás. O eso se supone.

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