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Columna
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Dios no existe, relájese y disfrute

Jesús Ruiz Mantilla

Cuánto me gustaría ver en los autobuses y en el metro de Madrid los carteles que ha impulsado una asociación humanista británica en los buses de Londres. Rezan así: "Dios probablemente no existe, deje de preocuparse y disfrute de la vida". Lo ha lanzado un grupo liderado por Richard Dawkins, un conocido ateo darwinista, harto de los mensajes alucinatorios con los que nos bombardean día sí, día no, todos aquellos iluminados alentadores del borreguismo fundamentalista que crecen como cactus últimamente por todo el Occidente.

Aquí no nos libramos de eso. Menos que en ningún sitio, a no ser que hablemos del dormitorio de los Bush. Miren esa orgía en torno a la muerte que retrata la película Camino. Para echarse a temblar. Pues con ese ánimo se enfrentan a la vida miles de familias españolas presas de una irracionalidad alentada por facciones perversas y mentalmente enfermas con poder indestructible dentro de la Iglesia.

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No veo que a día de hoy, en una ciudad como Madrid, tomada por gobernantes partidarios de esos tipos de fanatismo, fuera a sentar bien una campaña tan apañada como la londinense. Menos con un cardenal como el amigo Rouco al mando de la tropa y el PP aguirrista y más cavernario diciéndole amén. No se ha rasgado nadie las vestiduras por esas declaraciones que ha hecho monseñor como presi del aquelarre ese de la Conferencia Episcopal, condenando al infierno porque sí, como si de un Damien se tratara, a ese prodigio de bebé nacido el otro día en Sevilla gracias al cual podrá curarse su hermano de una enfermedad mortal.

¿Se imaginan un adelanto como ése hoy en un hospital de Madrid? Porque la sanidad pública también está para eso. Para fomentar la investigación y los avances. No exclusivamente para acelerar una gestión que reduzca el tiempo de espera en las listas. Dicho capítulo queda por descontado. Viene con la cuenta de los gastos mínimos. Se da por hecho en un país avanzado. Pero es que aquí perdemos el foco con chorradas. La cuestión es otra: ¿tiene Madrid hoy un sistema sanitario que deslumbre por la vanguardia de sus descubrimientos y sus aplicaciones para mejorar nuestra calidad de vida? Ni de coña, amiga Esperanza.

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Recuerden que cuando gobernaba el PP, el simple hecho de mentar cualquier iniciativa de investigación con células madre resultaba blasfemo. Que nuestros científicos emigraban. Sencillamente, Madrid se revela día tras día como el último reducto de aquella concepción de la política que nos ataba en corto bajo el siguiente lema: "¿Al pueblo? Que le den".

Pero, en fin, ¿qué podemos esperar de una gobernante empeñada en vendernos ahora la milonga de que no ha privatizado la sanidad? Esos desprecios a la ciudadanía son los que luego cuestan caros en las urnas. Aunque para enredarlo más buscarán culpables que justifiquen su propia mezquindad, su perverso juego de mentiras. Existen precedentes. La soberbia hunde y además, después, te vuelve como las maracas de Machín. Cuando los dirigentes se meten en esa onda de llevarle la contraria al mundo mundial, deliran. Miren al pobre Aznar con el cambio climático. Métanle una pastilla, por Dios. Que se calme.

En fin, que el fomento del ateísmo no goza ahora de su momento idóneo. Más en este foro nuestro cubierto por el manto de la Almudena y vigilado desde las catacumbas por seguidores de Kiko Argüello y demás peña; más en un Madrid tomado por sectas católicas subvencionadas y alentadas como los Ultra Sur en nuestros clubes de fútbol, sin que eso haga la ciudad más habitable.

Por otra parte, uno debe entender su pavor. El hombre ha puesto a Dios en un brete. Conquistas científicas como la de Sevilla dan idea de lo poco necesario que resulta en estos tiempos un invento tan rentable como ha sido el suyo por los siglos de los siglos. Ahora lo tiene crudo. El hombre ha sido capaz de entrar en el terreno divino, dando lo que hasta ahora sostenían sus seguidores, que era de su entera potestad. Creando vida. Con una competencia así, muchos han tenido que cerrar el negocio. El propio hijo se rebela contra el padre. No sólo lo emula, sino que lo perfecciona: un niño nacido para curar a su hermano. ¿No es fascinante? Pues lo han condenado al infierno. Tiene huevos la cosa.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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