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Muertos y estudiantes comparten un antiguo edifico del siglo XVII

El instituto anatómico forense, como hace veinte años

Varios jóvenes, sentados en los escalones de la puerta de entrada, esperan que el cuerpo de un hombre de cuarenta anos sea trasladado hacia el cementerio donde será inhumado. Pocos metros más lejos, tras atravesar un patio parecido al de un cuartel, el resto de familiares y amigos rodean en el interior de una de las capillas particulares, cuyo precio es de ochocientas pesetas las dos horas el ataúd, de un cuerpo sin vida, con la cara parcialmente destrozada por un accidente de moto e intentan, sin conseguirlo, calmar a una mujer y a un muchacho, viuda y huérfano, respectivamente.La escena se repite 1.400 veces al año y es presenciada todos los días en el Instituto Anatómico Forense por cerca de mil estudiantes de Medicina que, para aprobar la asignatura de Medicina Legal, deben asistir a un número mínimo de autopsias.

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El centro, instalado en un edificio del siglo XVIII, dispone de abundantes goteras en invierno, de un montacargas, señorial y chirriante, que traslada a los cadáveres a dos salas de autopsia, ocupadas por una mesa y una lámpara, y algunas ratas, antiguas vecinas del Hospital de San Carlos.

El actual director del Instituto, Modesto Martinez-Piñeiro, comenta que el centro no reúne ninguna cualidad que le haga especial. «Un empleo es que para que los seis u ocho cuerpos que pueden venir al día se conserven bien es necesario que estén a una temperatura por debajo de cero. Aquí y tal como funcionan los motores de las veinte cámaras frigoríficas, están a cinco grados sobre cero. Este es el motivo de que en el momento que se retrase un entierro, el cadáver se ponga de color verdoso. Las capillas en donde se instalan los cuerpos, dos horas antes del entierro, están en muy mal estado. Un día vamos a meter un muerto y vamos a sacar seis.»

A pesar de todas estas faltas el centro realiza su trabajo como si en los últimos treinta años la capital de España no hubiera crecido nada. En él ingresan, en general, las personas cuyas muertes fueron anormales, si hoy en día puede ser anormal un accidente de tráfico, laboral o una muerte natural en plena calle. Asimismo, y junto a estos casos, se encuentran aquellos en los que se sospecha indicios de criminalidad y cuyo tratamiento, en el Instituto es secreto sumarial.

A todos ellos, excepto a los fallecidos por accidente de tráfico o en grandes catástrofes, se les practica la autopsia en el mismo Instituto, dentro de las veinticuatro horas de su ingreso.

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«Es aquí cuando intervienen los alumnos de la cátedra de Medicina Legal con la que colabora el Instituto. Les enseñamos diferentes autopsias, unas de un delito de sangre, otras de accidentes diversos. Imagínese la cantidad de operaciones que tenemos que hacer para mostrar a más de novecientos alumnos, distribuidos en grupos de cincuenta, entre cinco y siete autopsias en un cuatrimestre.»Según nos explicó el doctor Muñoz Tuero, jefe de Tanalogía de la Escuela de Medicina Legal, a pesar de que los alumnos están presentes, no participan en absoluto del secreto sumarial, ya que mientras un «director de autopsias» explica a los asistentes cómo se debe abrir una de las cavidades, craneal, torácica o abdominal, la forma de usar el serrucho «mejor el normal que la sierra eléctrica», o cómo se debe evitar que la duramadre del cráneo sufra, un corte excesivo que obligaría a seccionarlo totalmente «a la forma francesa», un médico forense estudia por su parte otras características que sólo serán reflejadas en el informe judicial.Además de estos médicos y alumnos, asisten a la autopsia, según la ley, el juez o un delegado suyo y el secretario que da fe de lo que es realizado en el cadáver. Todo ello formará el informe, en el que, en algunas ocasiones, ha figurado hasta la declaración de culpabilidad del procesado realizada ante la visión del cuerpo de su víctima o de la autopsia que realizaban en su presencia. «Aunque son los casos más extraños, no por eso es anormal que el juez solicite del procesado su asistencia a la autopsia. Allí, en presencia de la autoridad judicial y el forense, el inculpado da su testimonio y el médico ve las posibilidades de. que la muerte se haya producido en una pelea, a causa de una caída, tal como declara el acusado. Sin embargo, otras veces, el detenido, al ver el cuerpo, no ha podido aguantar y ha confesado inmediatamente: «También es bastante normal en accidentes laborales que las empresas quieren saber si el empleado estaba bebido cuando murió o existieron otras causas. »

Papeles y trámites para olvidar

Una vez realizada la autopsia y si el cuerpo está identificado, comienza para los familiares una sucesión interminable de firmas, para quemar la ropa, para llevársela, para hacerse cargo del cuerpo, para solicitar permiso al juez, para su entierro, para solicitar su traslado a otra provincia o país, etcétera.

Estos trámites, realizados por los familiares más enteros, conllevan una demora de tiempo y un gasto de dinero. En el mismo Anatómico Forense puede comprarse un sudario, cuatrocientas pesetas, una corona de un metro de diámetro, 3.000 pesetas, (cada diez centímetros superior, quinientas pesetas más),o alquilarse una capilla individual por dos horas.

Luego vendrán los papeles de los servicios funerarios, únicos que pueden trasladar un cuerpo desde el Instituto al correspondiente cementerio, los trámites con las compañías de seguro, los viajes al Juzgado y el resto de las operaciones burocráticas. Eso si el fallecido no es extranjero y su familia desea enterrarlo en su país natal, lo cual exige embalsamiento total, al precio de 50.000 pesetas, solicitudes de permiso a la Policía Sanitaria Mortuoria y otros papeles.

Entretanto una capital como Madrid, donde se producen a diario de seis a ocho casos que exigen la actuación del Instituto, continúa con un centro «propio de una capital de provincia del tipo de Soria». Esto no les debe importar mucho a las autoridades, ya que ni la enseñanza que se puede impartir con los medios existentes ni los defectos del edificio cuentan para unos familiares que sólo sienten haber perdido a un padre, hermano o esposo ni para los muertos que no están en condiciones de protestar por su agitado tránsito al cementerio.

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