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Crónica:FESTIVAL DE JAZZ | AfroCubism
Crónica
Texto informativo con interpretación

Eliades y los galácticos de Malí

¿Cuánto viene a durar un concierto de AfroCubism? El productor británico Nick Gold esboza una amplia sonrisa desde su atalaya en la octava fila y resopla: "¡Uf, eso depende!". Porque el padre de esta importante alianza entre músicos cubanos y malienses, expectante e ilusionado ante la panorámica de un Circo Price a rebosar, sabe bien que 13 artistas sobre el escenario son felizmente ingobernables en función del momento, el entorno, las vibraciones, el duende. Y ahí radica parte del mérito, pero también de las incógnitas, que arroja esta resultona entente transoceánica: en ella hay tanto espacio para la inspiración como para la rutinaria sucesión de pasajes impregnados de un virtuosismo autocomplaciente.

Toumani ejerce de ángel indiscutible en esta comunión de músicos

Gold invirtió los primeros minutos de la velada en remitir un SMS cariñoso a su homólogo y amigo Mario Pacheco, fundador de la discográfica Nuevos Medios y anoche convaleciente por enfermedad. A Pacheco le habría encantado corroborar una vez más la talla gigantesca de Toumani Diabaté, el gran maestro de la kora (arpa africana), un hombre que dispara semifusas como una lluvia de estrellas fugaces. Porque fue Mario quien imaginó, 22 años atrás, amigar a Diabaté y Ketama en aquella gloriosa ocurrencia -Songhai- que un país más atento con los suyos elevaría a objeto de estudio en las escuelas de música.

Toumani ejerce como ángel indiscutible en esta comunión de siete músicos cubanos y seis de Malí. Esta fusión, como ya ha sido muy divulgado, era la idea original para la que Gold y Ry Cooder habían reservado en 1996 los estudios Egrem, en La Habana. Los visados nunca llegaron y la iniciativa derivó, por accidente, en Buena Vista Social Club, uno de los discos más influyentes de la década.

A los malienses les ha llegado la hora de desquitarse. Eliades Ochoa, uno de los supervivientes cubanos de Buena Vista, asume un papel menos protagónico. Bassekou Kouyate, el inmenso descendiente de griots, trastea en el tosco y diminuto ngoni, ancestro del banjo; Djelimady Tounkara brinda ecos de blues con su guitarra Gibson eléctrica y la voz de Kasse Mady Diabaté resulta a menudo conmovedora. Pero llega un momento en que el hallazgo cubano-maliense se gota, en que los ingredientes y modismos se vuelven recurrentes.

Eliades Ochoa (con la guitarra) y Toumani Diabaté, anoche.
Eliades Ochoa (con la guitarra) y Toumani Diabaté, anoche.C. ROSILLO
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