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Columna
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Erotismo y pornografía

Mientras en el quiosco echan triste leña al fuego las declaraciones de Borja Thyssen en la revista ¡Hola! contra su madre Carmen Cervera, el Museo Thyssen Bornemisza sigue prestando sus magníficos servicios. El miércoles pasado, ya a las diez menos cinco de la mañana, 30 personas hacían cola en la puerta del museo, que abre a las diez, para visitar la fantástica exposición Lágrimas de Eros, que seguirá abierta al público hasta el 31 de enero. Tras mi visita a la exposición Lágrimas de Eros, luego, en las salas de la llamada exposición permanente, asistí a un maravilloso espectáculo didáctico.

Pero, comencemos por las lágrimas, para que se alegre el arzobispo de Madrid que siempre nos recuerda que este mundo es un valle de llantos, y continuemos con Eros a quien ya calificó, en su Antígona, Sófocles de anícate majan, que, en castellano de Chamberí, hay que traducir (aunque no para la ministra de Cultura Ángeles González-Sinde que es licenciada en Filología Clásica y sabe griego) por invencible en la batalla. Abren el soberbio catálogo de esta exposición, comisariada -¡vaya palabreja!- por Guillermo Solana, autor de unos textos prodigiosos, unas palabras de la ministra de Cultura, presidenta del Patronato del Museo Thyssen-Bornemisza. González-Sinde nos dice que nos esperan en esta exposición más de un centenar de obras, entre pinturas, esculturas, fotografías y vídeos de altísima calidad que podemos admirar en las dos sedes que la albergan: las salas de Museo y la Casa de las Alhajas. Y esta Casa de las Alhajas, por cierto, hará las delicias de los vecinos de Colmenar Viejo que, con tanta frecuencia, llaman, cariñosamente, alhaja al padre, a la madre, al cuñado y a cualquier vecino que participe en la conversación con un hijo de esta villa, que, allá por 1971, recibió la visita de uno de los mayores símbolos sexuales del siglo XX, Brigitte Bardot, nacida bajo el signo astrológico de Libra, regido por Venus, diosa omnipresente en esta exposición. Brigitte Bardot, junto con Claudia Cardinale, protagonizó en Colmenar Viejo nada menos que Las petroleras, una auténtica obra maestra del cine religioso.

Los niños rejuvenecen los museos. Hay que felicitar a los entusiastas profesores que los llevan

La exposición del Thyssen lleva el título del último libro del escritor francés Georges Bataille, Les larmes d'Éros (Las lágrimas de Eros) y se inspira en algunas de sus ideas sobre el erotismo como la dialéctica prohibición-transgresión. Esta dialéctica, de entrada, puede dejarnos un poco fríos. Pero, obviamente, significa que un marido o una esposa con el deseo hibernado puede entusiasmarse, en décimas de segundo, si se encuentra en el ascensor con un vecino o una vecina prohibida.

Del renacimiento al arte contemporáneo, esta exposición es un viaje a la historia erótica del ser humano. Asistimos al nacimiento de Venus, a la caída de Eva, al martirio de san Sebastián -el pretoriano romano tan venerado por el colectivo gay- o a la penitencia de Magdalena.

Y ¿qué es el erotismo?, le preguntamos a Bécquer, que está pidiendo conversación en su monumento del parque de la Fuente del Berro. Eso no me lo preguntéis a mí, contesta Bécquer, porque fui un romántico, y hasta en un poema en que hablé de una orgía dije que tenía triste el vino. El Diccionario de la Academia (DRAE) define, sin mucho acierto, el erotismo como "amor sensual".

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Esta exposición de arte erótico es, además, útil para ver el infame gol que nos dejamos meter en la lengua al aceptar el uso de las voces pornografía y pornográfico para actividades eróticas que no lo son. Pornografía, del griego porne (ramera) y de grafo (yo describo) es una "descripción de los servicios sexuales de las rameras". Que las más variadas y no mercantiles actividades sexuales sean con frecuencia calificadas de pornográficas, sin ser actividades de prostíbulo, demuestra la eficacia con la que el puritanismo logró hacer funcionar el ventilador para manchar el erotismo de muchos millones de ciudadanos. Hay confusión general en el uso de las voces erotismo y pornografía porque la casi total mayoría de los hispanohablantes no sabe griego y, por tanto, no sabe lo que dice cuando usa estas voces, que ni siquiera la Academia define bien.

En mi visita de la colección permanente, el monitor Enrique González, del equipo didáctico del museo, da una lección de cómo hay que explicar el arte a los niños. Un grupo de 15 niños y niñas del colegio público Regimiento Inmemorial del Rey, encauzado por las extraordinarias dotes de comunicación del monitor, comenta un cuadro abstracto de Mondrian con un entusiasmo, un rigor académico y una vitalidad fascinantes. También los vitalísimos alumnos del colegio público San Juan Bosco están visitando el museo. Los niños rejuvenecen los museos. Hay que felicitar a los entusiastas profesores que allí los llevan.

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