Estamos donde nos corresponde

Nuestro pasado reciente, batido por un viento poético: en esta comedia certera, Alfredo Sanzol (1972) hace una revisión humorística de la transición española, que, a fin de cuentas, no parece tan modélica como sus artífices querrían. La mirada del autor madrileño, a ras de suelo, es la de quién entonces veía a los adultos desde abajo, con incredulidad y extrañeza infantiles, intentando aprender de qué va el juego de la vida. Sobre el escenario, tres generaciones protagonizan anécdotas reveladoras y dirimen conflictos larvados, o tapados con una alfombra de tierra.

Sanzol es un Hergé teatral: con cuatro líneas claras dibuja caricaturas que resultan tan ciertas y elocuentes como los retratos fotográficos tomados al descuido. Tiene el don de la síntesis y un oído absoluto para el habla de la calle: sus diálogos respiran una verdad restallante. Además, es un gran director de actores. Aquí hay alguno que trabaja con él por vez primera, y otros con los que es uña y carne, pero todos están igual de afinados en la multitud de personajes que representan: algo tiene que ver en ello su mano rectora.

Miscelánea de historietas y de parábolas ordenadas cronológicamente entre 1975 y 1992, En la luna es un cúmulo de dianas, de pequeñas iluminaciones, de situaciones embarazosas que respiran una verdad profunda y de réplicas sin desperdicio servidas con exactitud por tres pares de actores disparejos en estado de gracia: Luis Moreno, Juan Codina, Jesús Noguero, Lucía Quintana, Palmira Ferrer y Nuria Mencía, que tanto montan. Con esta función, Sanzol sube varios peldaños de una zancada: si algún empresario privado se anima y sus intérpretes pueden, En la luna se eternizará en cartel.