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Exhibicionismo obsceno

Juan José Millás

La juez Tardón quiere encerrar a las prostitutas de la Casa de Campo por "exhibicionismo obsceno". Asustan a los niños, dice la juez, por exhibirse en ropas menores, en lugar de asustarles, piensa uno, por haber llegado a la Casa de Campo en patera o en el interior de un vehículo que podría competir con los trenes del exterminio judío llevado a cabo por los nazis.La brillante idea de la juez Tardón, que en el apellido lleva la penitencia, coincide con la muerte de 58 chinos que, de haber sobrevivido, estarían ahora "exhibiéndose obscenamente" en cualquier sitio de Europa, donde serían perseguidos por un juez de explosión retardada empeñado en encontrar los resquicios legales para devolverles al camión frigorífico del que nunca deberían haber salido vivos. Continúa escandalizándonos más el sexo que la violencia; el ruido que las nueces; la paja que el grano.

No nos movilizamos, pues, por las pateras, ni por los camiones frigoríficos, ni por las furgonetas de alquiler, pero nos escandaliza que las sobrevivientes a ese holocausto nazi se exhiban en la Casa de Campo para comer de mala manera y enviar un poco de dinero a su familia.

Tardón ha estado husmeando en las grietas del Código Penal y va a acusarlas de "exhibicionismo obsceno", lo que en el fondo anima a pensar que esas mujeres se exhiben por placer, y no por necesidad. Para Tardón y Cía. son gente obscena que disfruta obscenificándose bajo tres grados en invierno o bajo 40 en verano. Si la juez se fijara un poco habría visto que se exhiben en plan casquería empujadas por el hambre, por el chulo, por el pensamiento políticamente correcto de personas como la juez y su compañero Álvarez del Manzano.

A mí no me gusta que mi hijo vea a las putas de la Casa de Campo cuando vamos al Zoo o al Parque de Atracciones, pero antes de que se escandalice de sus muslos quiero que se escandalice del modo en que han sido facturadas hasta la Casa de Campo por el pensamiento global; que se escandalice de la existencia de organizaciones que marcan a las mujeres como al ganado para que cada quién sepa si pertenecen a la mafia rusa, a la china o a la española. Esas chicas no son psicópatas, señora juez. Se exhiben porque las exhibimos. El psicópata es el exhibidor. De modo que, aunque a usted le disguste el espectáculo de la Casa de Campo (a mí, ya le digo que también), debería hacerse una crítica del gusto para establecer jerarquías. Así se llamaba, por cierto, un libro de nuestra adolescencia, Crítica del gusto, cuando aún leíamos cosas que nos costaba comprender. Era un libro duro, duro, pero si conseguías llegar hasta el final tenías garantizado al menos que jamás serías como la juez Tardón.

Ni como la juez Tardón, ni como ese cura que ha distribuido entre sus alumnos de religión un cómic macabro supuestamente antiabortista. Los curas antiabortistas no se excitan con cualquier cosa. Necesitan droga dura, y este curioso profesor de religión, al que por lo visto dejan solo con niños y niñas de doce años, ha estado excitándose (intelectualmente, esperamos) con un cómic terrorífico en el que se muestran las distintas formas en las que, según él, las madres pervertidas gozan asesinando a sus hijos.

El cura raro parte de la idea de que a las mujeres les gusta abortar como a los inmigrantes exhibirse obscenamente. A partir de esa sospecha enfermiza, el cura, como la juez, hace una crítica del gusto y gasea con ella a todo el que se le pone por delante. El problema es que el cura, como la juez, no ha leído a Galvano della Volpe, con perdón, y le sale todo mal. Quiere decirse que hay que echar una mano a las chicas que abortan, hombre de Dios, y someterle a usted a un programa de reeducación para que aprenda a excitarse intelectualmente con imágenes menos cruentas que las de ese cómic. Está todo al revés.

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Habría que empezar a ver el modo, en fin, de enfrentarse al tráfico de esclavos, y recomendarle a Tardón que lea a Della Volpe, incluso que lea, no importa qué. La cosa es empezar. Y no sólo a Tardón, sino a todos los Gobiernos a los que el holocausto de Dover y el de Mijas (Málaga) les cogió en una cumbre de Lisboa sin que acertaran a decir algo medianamente inteligible sobre la inmigración. Cincuenta y ocho cadáveres eran sacados de un camión frigorífico en la Europa de la Unión Europea y a ellos no se les ocurría otra cosa que lamentar el hecho. De haber sobrevivido, los inmigrantes estarían siendo acusados ahora de "exhibicionismo obsceno" por algún temperamento retardado. Algo no nos funciona en la cabeza.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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