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Fiebre del oro en la Puerta del Sol

La crisis económica duplica los negocios de empeño en el centro de la capital

María Martín

Hay un negocio en la calle de la Montera que bien podría ser el parque temático del oro. Juegos de luces, megafonía, media decena de vitrinas repletas de joyas con un 50% de descuento, dos tipos en la puerta que invitan insistentemente a entrar y un constante ir y venir de amantes del metal y del dinero dispuestos a vender la última cadena de oro de su madre para irse de vacaciones o comprarle a la novia una pulsera que no podrían pagar en una joyería al uso. El negocio parece ir viento en popa.

No es el único. Cuando en 2009 pocos sectores se salvaban de la crisis, el precio de la onza de oro -equivalente a 31 gramos- pasó de 723 euros a los 921 euros actuales, casi un 27% más caro. Ante esta perspectiva las tiendas de compro oro se han duplicado en la capital. Actualmente hay 353 establecimientos, según la Policía Nacional, que ejerce un constante control sobre estos locales. En el distrito centro, donde se concentra la mayoría de estos negocios, también se han duplicado, ya hay más de 40, según fuentes municipales.

La Policía Nacional tiene registradas 353 tiendas donde se compran joyas
"Si me dan un DNI y una dirección, no pregunto más", dice una empleada
Los tratantes van a captar clientes a la puerta del Monte de Piedad

"¡Compro oro!". "¡Precio máximo!". "¡Hoy, 20 euros el gramo!". Los gritos se repiten en boca de las decenas de trabajadores de chaleco fluorescente que salpican los alrededores de la Puerta del Sol. Sami, un marroquí de unos 30 años, aún está aprendiendo los códigos del negocio y los límites, bien marcados por los compañeros, entre los que puede moverse para captar clientes. Hace solo 20 días que viste un chaleco amarillo de obra con el "compro oro" escrito con rotulador. Sami cobra 950 euros mensuales más las comisiones, de entre 150 y 400 euros, que dependen del volumen de ventas y de la generosidad de su jefe, Carlos Rovira, un joven de 19 años que gestiona dos locales en la Puerta del Sol con cuatro captadores cada uno.

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El ático donde trabaja Rovira, una quinta planta en un edificio de la Puerta del Sol, tiene las paredes forradas de madera, como una sauna. Hace el mismo calor. Dentro, un grupo de cinco hombres y mujeres despacha con una empleada que atiende detrás de una vitrina protectora. Los vendedores llevan collares, pulseras y pendientes brillantes que entregan a dos manos a la mujer, cuya primera misión es comprobar si es oro todo lo que reluce.

Una a una, frota las piezas sobre lo que se llama una piedra de toque. La joya deja una marca que solo si es auténtica se mantendrá cuando le apliquen un ácido específico. ¿Controlan el origen de las joyas que compran? "No, mientras me den un DNI y una dirección, no pregunto más", contesta la empleada.

Y aquí aparece el Grupo XI de la Policía Nacional. El responsable, Juan Seca, asegura que "todos los días se recuperan en estos locales piezas robadas". Los comercios están obligados por ley a mandar a la policía un listado semanal de sus compras y la identidad del que vende. Además, han de mantener las joyas durante 15 días, antes de enviarlas a la fundición, donde aguardarán otros siete días.

"Tradicionalmente había unas 50 casas dedicadas a esto. Ahora, no damos abasto", explica Seca, que afirma que es en estos lugares, especialmente los situados en el distrito centro, donde se requisa la mayor parte del patrimonio robado. "De las casas de compraventa han salido más de cuatro kilos de joyas robadas durante las dos operaciones Yugoslavia, ejecutadas el 2 de junio de 2009 y el 2 de febrero de este año", afirma Seca. En esta operación la policía detuvo a 48 integrantes de una red internacional a los que se les intervinieron más de 22 kilos de joyas.

"Yo no compro ni a jóvenes, ni a gente con mala pinta ni a nadie que no me enseñe un DNI", asegura el responsable de una de las 17 tiendas de la calle de la Montera. No se arriesga a que la policía le confisque el material que luego resulta ser robado. Pero "otros menos escrupulosos, aunque pierdan muchísimo dinero", explica Seca, "sí corren el riesgo" y crean un efecto llamada en los ladrones.

Los empresarios del oro que no seleccionan sus clientes juegan sin dificultad, según el mando policial, con ese porcentaje de pérdidas derivado del material que les requisará la policía. Las sanciones impuestas a los locales por no registrar en condiciones los datos de los vendedores se han duplicado en un año.

Estas tiendas también ganan prestando dinero. David, que no quiere dar su nombre real, aguarda sentado a que sus clientes salgan del Monte de Piedad de Caja Madrid, un negocio que en 2009 registró 161.043 operaciones, un 12,2% más que en 2007. De la caja del local de David ha salido el dinero con el que sus clientes retirarán sus joyas a cambio de que, una vez recuperadas, se las vendan a él.

Los empresarios del oro mandan a sus mejores captadores, según cuentan ellos mismos, a la plaza de Celenque, donde está el Monte de Piedad y "donde es más difícil pillar a alguien". Allí se arremolina una quincena de chalecos amarillos que avasallan a los clientes que empeñan allí sus joyas a cambio de unos intereses más bajos que los del mercado.

Alejado de la tensión de captar clientes, pero beneficiándose también del auge de estos negocios, está Raúl Romero, propietario de una tienda que suministra material a los joyeros. En un año ha aumentado la facturación un 20%. Todos los establecimientos de la zona le compran a él las balanzas, los alicates, los ácidos... Su producto estrella es una balanza de 2.000 euros que especifica la pureza del metal. "Antes no vendía ninguna, este año vendí 20", cuenta Romero. Eso sí, en plena fiebre del oro advierte: "Esto antes sí era un pelotazo; ahora un negocio de estos te da para comer. Cada vez hay menos oro que vender".

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Sobre la firma

María Martín
Periodista especializada en la cobertura del fenómeno migratorio en España. Empezó su carrera en EL PAÍS como reportera de información local, pasó por El Mundo y se marchó a Brasil. Allí trabajó en la Folha de S. Paulo, fue parte del equipo fundador de la edición en portugués de EL PAÍS y fue corresponsal desde Río de Janeiro.

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