Gaddafi se puso flamenco
Ser capital de España resulta enojoso en ocasiones, pero otras veces nos visitan personajes que dejan gran impacto en el pueblo. La visita fulgurante del líder libio Muammar el Gaddafi sólo es comparable a la cabalgata de los Reyes Magos, pero de verdad, sin cartón piedra. No traía regalos de poco más o menos, sino negocios con un mercado de 17.000 millones de dólares. Durante su fugaz estancia aquí, Madrid se ha quedado atónito ante el líder mundial con más sentido del espectáculo, la puesta en escena y el vértigo. Parece salido de una ópera de Verdi. Durante toda esta semana ha sido uno de los temas estrella en las tabernas. Es lo más parecido a Las mil y una noches que ha pasado por aquí en los últimos tiempos. Sólo le vieron en directo unos pocos privilegiados, pero su presencia inundó la ciudad de exotismo y sueños.
Se instaló en El Pardo con una comitiva de 300 personas, incluidas las 30 vírgenes musulmanas de su guardia femenina que le acompañan a todas partes. Al lado del palacio instaló su ostentosa jaima, tienda de campaña de los pueblos nómadas. Sólo para caldearla se emplearon cinco toneladas de leña. Con toda esta parafernalia, es lógico que el protagonista supere en alarde a sus pregoneros: esa chilaba vaporosa, esos gorros, esas gafas de Guerrero del Antifaz, esa mirada enigmática y fría, esos cabellos descabellados, ese asomo de barbilla. Es un político carismático y excéntrico, pero muy listo (manda absolutamente en Libia desde 1969). Seguro que los modistos de prestigio ya andan diseñando chilabas para la próxima temporada.
Lo más sorprendente de su visita fue la juerga flamenca en El Pardo. Los fantasmas de palacio, asustados. El ministro Moratinos contrató a la compañía de Rafael Amargo. Muammar quedó fascinado con la bailaora y cantaora María La Coneja, que concluyó con esta bulería: "Ay de mí Granada, Granada mía, / ya no volveré a verte en toda mi vía". Quizá Gaddafi se puso flamenco y soñó con Alándalus. Él es bereber, como el caudillo Tarik ibn Ziyad, que invadió España en el siglo VIII y acabó con los visigodos.