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Ignacio Frade, el hombre que estuvo allí

Pablo de Llano Neira

La imagen del doctor Ignacio Frade el día que testificó en el Tribunal Supremo, alto, bien peinado y trajeado, con las fundas de sus gafas de sol en la mano, la voz firme, el relato seguro y coherente, contrastaba con la del anestesista Francisco González Martín-Moré, con el cuerpo vencido, las palabras lentas y brumosas, como si solo quisiera salir de aquella sala en la que repetía por enésima vez su versión de los hechos que dejaron en coma a Antonio Meño.

El Supremo dio crédito a la versión de Frade, anulando todos los juicios anteriores sobre el caso Meño, precisamente aquellos en los que había prevalecido la versión que Martín-Moré defendió con fatiga ante el Supremo.

El testigo Frade, la incógnita que ha despejado un caso entrampado durante dos décadas, ha cumplido su objetivo, según decía ayer en conversación telefónica, "decir la verdad y que los jueces hagan lo que les corresponda". No quiere publicidad, perjura, ni sacar "un beneficio económico de esto". Él, afirma, es "un médico más con seis hijos que alimentar".

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Según Luis Bertelli, abogado de los Meño, es eso y algo más: "Es el testimonio que ha hecho cuadrar todas las piezas de un rompecabezas que nunca había encajado", resume Bertelli, aludiendo a las supuestas contradicciones surgidas en las declaraciones de los acusados durante años de pleitos.

¿Por qué aparece este hombre 21 años después?, se preguntan quienes siguen el caso, y le preguntaron directamente a Frade los abogados defensores en el Supremo. El médico sostiene que le informaron de la primera sentencia penal, que dictaba que los Meño fuesen indemnizados, pero que no supo nada de las posteriores absoluciones, tampoco de la condena final a la familia a pagar las costas judiciales. Hasta que, según explicó, se topó con la caseta de esta familia, con su hijo en coma, descubrió lo que había ocurrido y decidió hablar.

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Para los padres de Meño es un "ángel"; para el Supremo, un médico que dice la verdad.

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