_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Kale borroka'

El cantante Joaquín Sabina publicó hace unos días en este periódico un panegírico del matador José Tomás en el que dice así: "Estuve en la Monumental, del brazo de Serrat, soportando en trance la kale borroka antitaurina la tarde de su ruidosa reaparición". Como el cantante Sabina tiene (o quizá tuvo) muchos seguidores de sus letras y comparte con el matador de Galapagar mucha cobertura mediática (el panegírico ocupaba una página completa, a la que hay que sumar las que ocupa el profuso seguimiento de las actividades de ése y otros matadores), conviene responder a su atrevimiento: su fama no puede justificar su, llamémosla, confusión ni ser carta blanca frente a los lectores. Sabina define la protesta antitaurina como kale borroka, lo que significa confundir con violencia el derecho constitucional de manifestación y concentración ciudadanas. Sorprendente. La kale borroka, tal como la entiende nuestro imaginario común, persigue la desestabilización del sistema a través de la agresión callejera y el enfrentamiento incontrolado: quema de mobiliario público, rotura de escaparates, vuelco de autobuses, lanzamiento a las fuerzas policiales de objetos contundentes y artefactos explosivos, carreras, amenazas. En el País Vasco se identifica con la antesala del terrorismo etarra.

La protesta antitaurina, por su parte, persigue el cambio del sistema que maltrata a los animales y se ejerce de forma pacífica, haciendo notar su presencia sin recurrir a la violencia: convocando a los afines, coreando los eslóganes pertinentes, portando pancartas alusivas. Nada que no conozca o practique cualquiera que haya participado de una legítima protesta ciudadana; muchos de los que conocen y apoyan a Sabina, sin ir más lejos. Y nada, ni mucho menos, que ver con el cóctel mólotov que el propio Joaquín Sabina lanzó en Granada contra una sucursal del Banco de Bilbao en 1970 y que le llevó a su romántico exilio en Londres. Sin embargo, yo jamás me atrevería a llamar kale borroka a su lucha antifranquista. Eran otros tiempos y él, un cantante protesta.

En estos tiempos, mal que les pese a antiguos subversivos o a viejos revolucionarios, hay quienes creemos que debemos seguir luchando. Ya no contra el Proceso de Burgos, gracias a tantos que lo hicieron valientemente antes que nosotros, pero sí, entre otras causas, contra lo que también consideramos procesos: los que se abren y cursan contra los animales. Injustos, porque los procesados son inocentes, y extremadamente crueles, dado el sufrimiento que se les inflige. Si el dictador fue antaño la ruindad que nos acompañaba fuera de nuestras fronteras, hoy es la taurofilia lo que horroriza y provoca desprecio. Nuestra mayor vergüenza. Acosar y torturar a un animal hasta la muerte no tiene justificación moral ni puede confundirse con el arte. Dice Sabina que sólo le queda una adicción: el matador José Tomás. Habló con propiedad. Porque, como bien sabemos, toda adicción genera, en mayor o menor medida, violencia hacia los demás: la adicción alcohólica destruye familias y hace correr mucha sangre (cuánto crimen machista viene anegado en sol y sombra), la adicción cocainómana levanta la mano y deja caer golpes sobre lo que encuentra cerca (cuánto bebé maltratado es su escalofriante víctima). Aunque, en última instancia, el alcohólico o el cocainómano puede quedarse solo con ella, con su adicción. Por su parte, la adicción taurófila convierte a los toros en sus víctimas, pero además las necesita para persistir. Y trata de sublimar su dolor (lo sabotea, lo ignora) con poéticas sobre la sangre. Una egoísta y perversa adicción.

Los antitaurinos estamos en contra de ese abuso, sencillamente. Y la taurofilia española va más allá del coso estrella. A su alrededor se producen cientos de festejos populares donde se maltrata a toros y vaquillas que son quemados, ensogados, rajados, cegados, destripados, ahogados. En Tordesillas (Valladolid), y con el beneplácito institucional y mediático, el tristemente célebre Toro de la Vega es alanceado hasta la extenuación y la muerte por hombres que lo persiguen a caballo. Pero la víctima de este año, de nombre Jaquerito, no estará solo. Como en años anteriores, el próximo domingo día 9 muchas personas llegaremos allí en autobuses a protestar, legítima y pacíficamente, contra ese terror. Y cada vez somos más (de ahí la campaña del cantante Sabina y los suyos). Aunque la policía tenga que protegernos de los insultos, de las amenazas, del lanzamiento de objetos contundentes, de los agresivos infiltrados. De la kale borroka taurina.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_