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Kiss solo despega al final ante 15.000 de sus fanáticos

Carlos Marcos

Empezando por el desenlace. Si alguien entró justamente en los cinco minutos finales del concierto de Kiss se encontró con el siguiente panorama. Cuatro tipos a punto de entrar en la sesentena vestidos con unas estrafalarias armaduras y maquillados por, es una suposición, el estilista de Marujita Díaz; el guitarrista, el bajista y el batería se elevan sobre el público gracias a unas enormes plataformas de acero que, además, escupen cascadas de humo; el otro guitarrista golpea su instrumento hasta casi destrozarlo al tiempo que irrumpen unas explosiones rompetímpanos; fuegos artificiales que estallan ¡en un local cerrado!; la lluvia de confeti más copiosa que el ser humano haya soportado que acaba enterrando a un público que se mueve en espasmos. Ah, entre tanto ruido parece intuirse una canción, ese Rock and roll all nite himnístico que se creó precisamente para eso, para rockandrolear. Excitante, ¿no? Al menos sí para los que llenaban (15.000 personas) el Palacio de los Deportes. Pero no fue así todo el concierto.

Las cosas como son: hasta que no llegó el tramo final, Kiss estuvo pelín aburrido. La tirolina que transporta a Paul Stanley por encima del público, Gene Simmons y su sangre de mentira brotándole por la boca, el batería, Eric Singer, disparando con un bazuca... Toda esa cacharrería que excita a los seguidores de Kiss se disparó sin causar daños. Pero no el repertorio, con una elección equivocada de temas. Tampoco ayudaron esos discursos eternos de Stanley que fracturaron el ritmo del espectáculo recurriendo a reflexiones tan originales como "sois el mejor público del mundo". No fue hasta la media hora final (y el concierto consumió dos horas) cuando aquello se enderezó. ¿La causa? Clásicos como Love gun, Detroit rock city, I was made for lovin' you o el cierre de Rock and roll all nite. Kiss es una hamburguesa grasienta, un bocadillo de mortadela, algo contraindicado en cualquier dieta, pero tentador en algún momento de la vida. Anoche, esa inflación de colesterol solo la sirvieron al final. Al menos nuestra salud lo agradecerá.

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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