_
_
_
_
_
Reportaje:

Laboratorio de la raza

Un veterinario perfecciona la genética de toros y vacas madrileños en una finca que se puede visitar

Juan Diego Quesada

En el palomar, reconvertido ahora en una agradable estancia, se escucha hervir el agua de una cafetera eléctrica. Sobre la mesa se despliega una bandeja con pastas. La enorme cabeza de un toro que pesó 1.200 kilos (cuando aún tenía el cuerpo adjunto) reposa junto a una chimenea. Se llamaba Carretero, según se lee en una placa, y fue el primer morlaco que campó a sus anchas por esta finca, la de Riosequillo, rodeado de un harén de vacas bravas. Carretero podía aparearse más de 700 veces durante un año, una cifra que intimida a cualquiera que venga aquí con aires de superioridad.

-Era un excelente animal.

El veterinario Juan José Urquía recorre la finca situada en Buitrago de Lozoya vara en mano. Es el encargado de este centro de investigación tecnológico que busca mejorar la genética de la raza avileña-negra ibérica, autóctona de la sierra madrileña, para elevar así el caché de las explotaciones ganaderas de la región. Se puede visitar esta especie de laboratorio rural con cita previa (91 868 09 50). Lo suelen hacer los estudiantes de veterinaria, pero a cualquiera que le gusten los animales y el campo podrán pasar una mañana muy entretenida.

La ganadería se inscribió en el libro genealógico de la raza en 1979, fecha en la que la extinta Diputación Provincial de Madrid compró la finca a unos particulares. Urquía pasea esta mañana entre las vacas, bajo el cielo plomizo. A más de una las conoce por su nombre. Acaricia el lomo de una que se llama Javier, sin reparar en que un par de pitones se sitúan cerca de su costado. "Esta se porta muy bien. Hay otras con peor carácter...", explica Urquía.

Cada una de las 50 vacas que pastan por las 157 hectáreas de terreno está registrada y numerada en función de la fecha de nacimiento y los datos familiares. Los animales están en aparente calma hasta que escuchan un tractor que se acerca. "Hora de la comida", anuncia. Un mayoral se sube a un carro y con una horca lanza paja en pequeños montones que van poco a poco formando un círculo. Las vacas dominantes copan los mejores montones y las otras, como una que tiene un cuerno partido, se buscan la vida. Pueden ser fértiles durante 20 años y su diámetro pélvico facilita el parto. Paren sin ayuda de nadie. El veterinario está acostumbrado a rebuscar entre los matorrales para encontrar a las crías que las madres intentan esconder.

Aparte se guardan los tres sementales. Cenicero, Guapo y Facoquero. Se miran y se bufan unos a otros a través de los vallados. Los árboles han perdido la corteza de tanto rascarse en ellos estos toros que superan la tonelada. Miran desafiantes, pero al acariciarles con un rascador se quedan groguis. En sus manos está la supervivencia de la raza.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete
Un toro en la finca de Riosequillo, en Buitrago de Lozoya.
Un toro en la finca de Riosequillo, en Buitrago de Lozoya.SAMUEL SÁNCHEZ

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_