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ARTE URBANO

Las pintadas de Muelle admiten ayuda

Octavio Cabezas

Las pintadas madrileñas están de luto. Juan Carlos Argüello, Muelle, murió el viernes víctima del cáncer, a los 29 años. El profeta de los grafiteros castizos, que ador nó el Madrid de la segunda mitad de los años ochenta con su peculiar marca, alumbró toda una pléyade de guerreros del aerosol que usaban los muros de la ciudad para expresar una actitud y una ética dis tintas de las convencionales. Ahora, después de miles de pintadas, la herencia mural de Muelle es escasa. Pero el concejal de cultura está dispuesto a conservar alguna de sus obras si recibe solicitudes para ello.

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Una firma, una vida

Al nuevo edil de Cultura, Juan Antonio Gómez-Angulo, no le gustan las pintadas urbanas, sobre todo si dañan monumentos. Pero ayer se mostraba dispuesto a conservar alguna de las escasas huellas que quedan de Muelle en la ciudad. Todo depende de que reciba solicitudes para ello.Sería un homenaje póstumo al artista callejero que dio abundante trabajo a otro servicio municipal, el de Limpiezas. Un empleado de ese departamento se refería ayer al artista callejero como "ése que puso de moda el guarrear la ciudad".

Muelle había dejado de actuar hace un par de años, al considerar que su "mensaje" estaba ya "agotado". Casi to-. das sus huellas y las de sus epígonos han sido borradas por bayetas municipales, y sus retoños pintan garabatos inspirados en las nuevas culturas de baile.-

Muelle se hizo, literalmente, un nombre en las calles del Madrid de la movida. A partir de 1984 difundió su mote, -que arrancaba desde la escuela, por haberse hecho una bicicleta con un muelle gigante de amortiguador- por el perfil estético de la ciudad, a través de miles de pintadas. Primero en el barrio de Campamento, donde vivía. Después, por toda la Villa y Corte, e incluso por toda España. Casi siempre con nocturnidad. Al principio sus obras eran meras firmas. Posteriormente, empezó a sombrearlas con colores o con dimensiones de profundidad, que le aproximaban a la estética del grafito neoyorquino.

Los años de práctica también le proporcionaron unos sólidos principios éticos. Muelle fue seleccionando sus lienzos, concentrándose en superficies muy visibles, tapias de solares o vallas publicitarias (por las que sentía predilección, ya que consideraba su "mensaje" como un antídoto contra el bombardeo de imágenes que nos invade). Evitaba lugares de interés cultural o natural. Le preocupaba, incluso, el hecho de que los aerosoles que usaba, se cargaban la capa de. ozono.

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Lo suyo, como él mismo de-cía, era "una historia carismática", democracia cultural en movimiento, corte de mangas al sistema. Voluntad de expresión de un chaval de barrio con ganas de dejar impronta, tanto plástica como sónica (aporrear los parches de su batería era su otra pasión, y lo llevó a la práctica en varios grupos punkies).

No admitía bromas al respecto: en diciembre de 1985, Muelle registró su logotipo en la propiedad industrial, y nunca permitió que su nombre quedara ligado a marca o establecimiento alguno. El dinero para el maletín repleto de rotuladores y aerosoles con que viajaba salía de su bolsillo. Incluso llegó a poner pleitos a un par de agencias de publicidad, acusándolas de haber plagiado parte de su logo. Hasta llegó a denunciar, en junio de 19 8 8, al mismísimo Ayuntamiento, con ocasión de una ilustración aparecida en la revista Villa de Madrid que reproducía su marca.

Rúbrica sobre el oso

Y es que con el Consistorio no parecía llevarse bien. En 1987 fue sorprendido mientras plasmaba su rúbrica sobre el pedestal de la estatua al oso y el madroño, pocas horas después del emplazamiento definitivo de ella en la entonces recién remodelada Puerta del Sol.

Multado con 2.500 pesetas, Muelle defendió ardorosamente, como un moderno Veronés, la validez de su arte callejero ante los tribunales. La re percusión de su hazaña le valió salir en los periódicos, en una de las pocas veces en que relajó su reacia actitud hacia los medios de comunicación. Un año más tarde, cuando operarios municipales limpiaban la estatua de la Cibeles, todas las cubiertas del andamiae que rodeaba la estatua aparecieron firmadas por él.

Su actividad transcurrió al margen de las instituciones. Pero éstas son las únicas que pueden preservar lo que queda de su obra (después de destruir la mayoría, eso sí), como el enorme logo en rojo que saluda a la Red de San Luis, varios metros por encima de la acera, a la altura del número 32 de la calle de la Montera. Es una de las pocas pintadas de Muelle que aún existen en su ciudad.

El concejal de Cultura deja abierta la puerta a la conservación de alguna pieza. Pero no es el único protagonista. Muelle también viajó con su arte fuera de Madrid y allá por donde anduvo no se recató en dejar huella. La huella del aerosol.

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