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Reportaje:GATOS PARDOS

Heraldos del azul y de la bruma

Al amor de una terraza tranquila, poetas madrileños construyen su memoria con palabras.

El sol acaba de ponerse sobre el oeste de Madrid. En su retirada parece dejar hebras de oro cuyas brasas la noche, recién llegada, apaga mansamente. Alfilerazos de luz surgen entonces sobre el cielo madrileño envuelto aún en destellos violeta y esmeralda. La luna navega callada encima de los tejados de Lavapiés con un recuadro pálido que la acompaña. Sentados en la apacible terraza de un bar, El Automático, hombres y mujeres discuten apasionadamente. Podría tratarse de un grupo cualquiera de amigos. Su aspecto y atavío así lo indican. Pero, más de cerca, el sonido de sus palabras resuena de una forma distinta: son poetas.Se reúnen en esta terraza del tuétano de Madrid para hablar y leer poesía, esa manera suprema del conocer conjurando el miedo a la verdad y ahuyentando la nada. Manejan sonidos impregnados de sentido: palabras.

Dos veteranos, al modo de púgiles, llevan el peso del diálogo. A la derecha, Francisco Fernández Salazar, gitano, de furia vital heredada, según dice, de Rubén Darío. Frente de él, Enrique Gracia Trinidad, verbo sabio, métrica meditada. Entrambos los jóvenes: Ana Maricalva, que. traslada su belleza asu palabra; Antonio Pastor Bustamante, conciliador de la razón con la nostalgia; Eliseo-García Nieto, solitario entre poemas media vida; Zoila Abréu, tez de café íntimamente sobre sí replegada; sólo 19 años, pero experto ya en sentires, en silencios, Víctor Olaya, y Ana Caballero de la Morena, ansiedad de ternura y de infinito, añoranza.

Son un puñado de entre los centenares de poetas que en Madrid habitan. Los ecos de Octavio Uña Juárez, Lola Manjavacas, Chema Rubio, Cao Serrano o Tomás Díaz, hoy lejos, troquelan también esta noche.

Los reunidos preparan un recital poético en un escenario completamente inédito: una piscina pública de Puerta de Hierro, a la que el 28 de agosto han convocado, en bañador, a todos los poetas. La poesía nos une es el lema de su contribución personal al impulso colectivo por hacer renacer escrita la belleza en un Madrid demasiado herido por la electricidad y la distancia.

Hay un aire de cercanía entre ellos, son cómplices de una bella aventura. Un libro, Aldea poética, les ha hermanado con escritores en castellano de una treintena de países. Con el apoyo sin condiciones de Gloria Fuertes, de Fernando Quiñones y de orfebres como el pintor Rafael Rodulfo, se han lanzado en comandita a conquistar un ámbito expresivo nuevo. Quieren abrirlo de par en par a todos los que desean la poesía como una forma de convertir la vida, todas las vidas, en una obra de arte.

La luna madrileña ha resbalado sobre una fuente. Su espuma son hebras de plata mansa.

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