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El rastro de la muralla

La rehabilitación de una casa dejó visible el jueves un trozo de la antigua fortificación, pero hay muchos más

Antonio Jiménez Barca

Cuando uno camina por la Cava Baja, en el distrito de Centro, en realidad anda sobre miles de toneladas de relleno. Se echaron hace cientos de anos encima del foso de 16 metros en el que moría la antigua muralla cristiana.El foso se cubrió con relleno; la muralla, o lo que quedaba de ella, con casas. Buena parte de la base de las dos fortificaciones que rodearon y defendieron la ciudadela medieval que fue Madrid, una árabe del siglo IX y otra cristiana del XII, permanece enterrada a lo largo de un perímetro que rodea aproximadamente. 900 hectáreas. Abarca desde la plaza de Oriente a la plaza de los Carros; desde ópera a la calle de Bailén.

Si alguien quisiera sacar la antigua fortificación a la luz no le quedaría otro remedio que poner patas arriba todo el centro de la ciudad. Por eso, sólo obras ocasionales -y a veces fortuitas- en viviendas o plazas logran, cada cierto tiempo, alumbrar. pequeños trozos de los muros que construyó el rey Alfonso VI tras arrebatar la ciudad a los árabes.

Por ejemplo: la rehabilitación de una corrala antigua en Cava Baja, 10, terminada el pasado jueves, ha sacado a flote la base de un torreón y la de una parte de lienzo (trozo de muro). Ya están a la vista de todos.

En la ciudad, actualmente, se puede rastrear lo que queda de muralla al menos en seis sitios más. Lo que sigue es una excursión por la parte más noble y antigua de Madrid.La muralla del emir en la Cuesta de la Vega. La parte mejor conservada y la más antigua. Cuándo a esta cuesta le ponían el artículo, allá por el siglo IX, y sus pobladores la llamaban Al-Vega, el emir cordobés Mohamed I, por entonces al mando de Al-Andalus, mandó construir una muralla de unos 12 kilómetros de largo, 15 de alto y 2,5 de ancho. Abarcaba lo que es hoy, poco más o menos, la plaza de Oriente y un trozo de la calle Mayor. Es el origen y el corazón de Madrid. El objetivo de la fortificación era defenderse de las tropas cristianas que podían descolgarse de Guadarrama. De todo aquello no resta sino un par de torreones bien plantados y 150 metros de muro en dos tramos. Desde los bancos del parque de Mohamed I la perspectiva es buena: se observa la trayectoria de la fortificación hasta que muere tristemente debajo mismo de un edificio moderno a la puerta de un garaje.Aceite y arqueología. El curioso perseguidor de la muralla debe acceder a los números 8, 10 y 12 de la calle de don Pedro, lo que actualmente es ni más ni menos que la Agencia Estatal de Aceite de Oliva. Los trozos están restaurados. Y se pueden. visitar, aunque en horas de oficina. Muy cerca, en la calle de los Mancebos, en un solar, si uno consigue mirar por encima de la valla, también. se observan restos de sillares.

El jardincillo y el Almendro. Los vecinos del barrio informan amablemente. Y le llevan a uno hasta el lugar. En la calle del Almendro existe un diminuto jardín. No es fácil entrar -la puerta está casi siempre cerrada- pero desde fuera se ve bien la espalda de una casa asentada sobre los restos de la vieja muralla cristiana. En él fondo, no es tan extraño: en los siglos XV y XVI, la ciudad crece enormemente y la muralla sucumbe ante los nuevos edificios que aprovechan como cimientos la firme base de la fortificación.

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Por el antiguo foso. Cava Baja, número 10. Otra vez obras, y otra vez la muralla que se presenta en los sótanos. La EMV y la Dirección General de Patrimonio, tras rehabilitar el inmueble, han dejado visible, para orgullo de los residentes y disfrute de amigos de la historia, la base de un torreón y un trozo de muro. El torreón se si túa al lado de una escalera interior, en medio mismo del edificio, cubierto con un cristal. El muro, en un local adyacente que sirvió de caballeriza. Aún existen las argollas con las que los madrileños del XIX ataban a sus caballos. Muy cerca de ahí, en el número 30 de la Cava, en un inmueble con solera, la Posada del segoviano, se guardan también, bien conservados, trozos de la antigua defensa de Madrid. En su tiempo, hubo aquí un reclamo publicitario que decía: "Se venden pisos con vistas a la muralla".Particular y en casa. En la plaza de Puerta Cerrada, 6 - do de, como bien ilustra el topónimo, se erguía en tiempos uno de los accesos a la vieja ciudad-, existen restos que alcanzan el tercer piso del edificio. Los inquilinos viven rodeados de las paredes más antiguas de Madrid. Para visitar el prodigio hay que pedir permiso a los vecinos, claro. Igual ocurre en el número 4 de la calle de Gómez Mora.Torreón defensivo de la calle de la Escalinata. Es uno de esos lugares con aliento mágico. Aparentemente no se ve nada. Pero si uno, plantado en medio de la calle, se fija bien, se puede observar -detrás de otro garaje- una construcción cuya pared adopta el aire de torreón. Y no es casual: el muro se construyó sobre los cimientos de la muralla cristiana, exactamente sobre la base de un torreón defensivo. Desparecida la piedra, queda la forma.La muralla, las guitarras y la nada. Hace nueve años, los obreros que trabajaban en las reformas de la planta baja de una tienda de instrumentos musicales encontraron, para pasmo de todos, un monumental muro que albergaba un arco de inconfundible catadura cristiano-medieval. En efecto: la muralla otra vez. La tienda estaba en la plaza de Isabel II, a un paso del torreón de la calle de la Escalinata, y se llamaba ópera 3. Su dueño abrió con la condición de que se rehabilitara el hallazgo. Durante un tiempo, los visitantes admiraron el trozo de fortificación sin necesidad de comprar nada. Ése era el trato establecido entre el propietario y la Comunidad de Madrid. Ahora ya no es posible. La tienda cerró por quiebra hace un año, según cuentan los vecinos: además del paso triturador de los siglos, -y a las novedades urbanísticas de los arquitectos y habitantes del Siglo de Oro que soportó-, la vieja muralla madrileña sigue sujeta todavía a ciertos vaivenes contemporáneos.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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