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Reportaje:

Hasta las narices de la Navidad

Relato de cuatro vecinos para los que las fiestas se convierten en un suplicio

VICENTE G. OLAYAANTONIO JIMÉNEZ

"La Navidad es bonita, si no te pasa por encima", afirman a coro cuatro madrileños que este periódico ha descubierto en la marabunta de la ciudad. Estas personas sólo esperan que las fiestas pasen -lo más pronto posible- para rehacer sus vidas, para reír, para charlar o, simplemente, para dormir sin ser molestados. Sus quejas, desde hace años, siempre han quedado ocultas por la alegría que desprende la mayoría de los ciudadanos durante estas festividades. Saben que a partir del lunes todo volverá a la normalidad, pero antes quieren dejar claro que les gusta la Navidad, "pero como el perfume, en frasco pequeño".

EL VECINO DE CORTYLANDIA

NI MIRAMOS DE LA RABIA QUE NOS DA

La familia Rodríguez ve desde el balcón de su casa, y desde hace doce años, un bello espectáculo: el gigantesco montaje de muñecos mecánicos que El Corte Inglés prepara cada año para los niños en su centro comercial de Preciados, Cortylandia. A la familia Rodríguez le gusta mucho el montaje. "Suele ser muy bonito y cambia completamente cada año. Nos acordamos perfectamente del primero que pusieron. Era uno con docenas de pajaritos articulados que cantaban a coro. ¡Qué ilusión nos hizo aquel año!", sonríen sarcásticamente.

Sin embargo, esta familia no es feliz del todo en Navidad. Un pequeño detalle les impide culminar con alegría estas fiestas: no son completamente sordos. "El ruido del Cortylandia ése se cuela por nuestras ventanas Navidad tras Navidad. Es un sonido atronador, uno no se lo puede ni imaginar. La música se te mete aquí, aquí [se señalan la frente con el dedo], y lo pasas mal, muy mal. Imagínese doce años escuchando la misma tabarra cada hora. Nos sabemos de memoria la canción de Cortylandia", dice Felipe, el cabeza de familia. "Cortylandia, Cortylandia...", canturrea con la mirada perdida en el infinito su mujer.

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Los Rodríguez aseguran que el espectáculo atrae, además, a decenas de carteristas. "Hasta hace unos años dejábamos el portal abierto todo el día. Cuando salíamos de casa teníamos que tener cuidado en no resbalarnos con las carteras que había tiradas por el suelo", comentan.

Felipe Rodríguez añade: "Hace dos años, un carterista intentó rajar el fondo del bolso a una chica. El novio de la muchacha se dio cuenta y le llamó la atención. El joven terminó en el hospital con dos cortes de navaja en la cara". "Cortylandia, Cortylandia", remacha la mujer, incapaz de liberarse del canturreo.

Uno de los hijos de este matrimonio trabaja en un pub cercano. "El pobrecillo está toda la noche trabajando, y cuando llega a casa, por la mañana, no puede dormir. Toda la mañana y toda la tarde... y la familia Rodríguez vuelve a entonar la canción. "En Navidad tiene que dormir en otra casa, alejada un par de manzanas de la nuestra. Le doy mi palabra", mantiene Felipe.

Esta pareja asegura que varios vecinos de la zona se han quejado al Ayuntamiento por el ruido que provoca la atracción. "Ni caso. Sólo un año bajaron un poco el sonido. Pero ya todo se ha olvidado. Escuche, escuche", piden. (Una voz gangosa, perteneciente a uno de los muñecos del montaje, invitaba a los niños concentrados a la puerta de la casa del matrimonio a cantar una canción infantil)."Esta no nos la sabemos porque este año le hemos prestado poca atención al invento. Pero luego, cuando esté a punto de acabar el espectáculo, si quiere le cantamos a coro lo de Cortylandia, Cortylandia", prometen.

El matrimonio termina: "Le damos nuestra palabra de que este año, de la rabia que nos da, ni siquiera hemos mirado qué muñecos han puesto".

Los Rodríguez añoran cuando, en la manzana que ocupa actualmente El Corte Inglés, existía un teatro, un hotel y varias casas de vecinos. "Hace muchos años, la alegría vivía en este barrio. Todos nos conocíamos y éramos amigos. Un buen día, hace unos 25 años, todo se vino abajo. Tiraron los edificios. Las máquinas levantaron ese mamotreto de edificio. Empezaron a llegar personas desconocidas. Al principio nos hizo ilusión saber que íbamos a tener unos grandes almacenes delante de casa. Pero pronto nos dimos cuenta de que la tranquilidad se había marchado a otro barrio.

EL BARRENDERO DE SOL

LAS CAMPANADAS ME REVIENTAN

Domingo Vico Álvarez, de 57 años, es el madrileño que más sufre en Nochevieja. Su televisor, a las doce de la noche del último día del año, le muestra con toda claridad lo que le espera al día siguiente: miles de botellas de cristal por el suelo, latas de refúescos, toneladas de papeles, bolsas...

Domingo Vico trabaja desde hace ocho años como barrendero en la Puerta del Sol. "No puedo dejar de pensar, mientras miro la tele en Nochevieja, lo sucia que es la gente. ¿Qué necesidad tienen de tirarlo todo al suelo? ¿A que en su casa no hacen lo mismo? Son unos cerdos. Este año han metido botellas hasta en el caballo de Carlos III. ¡Qué barbaridad!", dice.

Vico recuerda: "En un día normal recojo unas nueve cubos de basura y lo dejo todo bastante limpio. Durante las navidades, ningún día bajo de los quince, y tengo que dejar lo que falta para el siguiente turno de barrenderos. No me da tiempo".

Domingo Vico lleva nueve años destinado en la Puerta del Sol y sus aledaños. "Creo que es la zona de la ciudad que más trabajo da. Por ejemplo, hoy [5 de enero], miles de madrileños se comerán un roscón gigante junto al oso y el madroño [Aldeas Infantiles y el Ayuntamiento invita ese día a los madrileños a degustar el roscón más grande del mundo en la Puerta del Sol]. No quiero ni imaginarme cómo van a dejar la calle. Luego, servidor tendrá que recogerlo todo: papeles, migas... Y, encima, les he pedido un trocito para mí, antes de que llegue la marabunta, y me lo han negado. No hay derecho", añade con una sonrisa.

Preguntado por cómo se divierte durante las fiestas de Navidad, responde: "Me voy con mis amigos a tomarme un refresco ya que yo no bebo alcohoI. Me divierto como cualquier persona normal, sin tirar ni un papel al suelo. La alegría no está reñida con la limpieza. Hay gente que no entiende esto".

Domingo Vico, a pesar del trabajo extra que realiza durante las fiestas de Navidad, no recibe ningún sobresueldo. "Me conformo con la paga de Navidad que me dan. Para mí, que soy soltero, ya es suficiente. De todas formas, si los jefes leen esto, que sepan que estoy dispuesto a recibirlo. No pondré mala cara, je, je", se ríe.

EL GUARDA JURADO DEL METRO

300 CARTERISTAS DAN DOLOR DE CABEZA

No quiere decir su nombre por si tiene problemas con la empresa al quejarse. Tiene unos 35 años. Y no soporta las navidades. Lógico. En la estación de Sol, en esas fechas, el mareo es continuo. Miles de personas atraviesan la céntrica estación de metro madrileña, convertida estas fiestas en algo muy similar a un mercado persa a las doce de la mañana.

Según cuenta el guarda, hay diez veces más viajeros que el resto del año. "Cada dos por tres me viene gente preguntando por dónde se sale, por dónde se entra, por dónde se va a la calle de Carretas, si esto es Sol. ¿Dónde estoy? cuenta suspirando. "El día que la Plaza Mayor se llena de jóvenes hay que vigilar mucho más porque, cuando vuelven para sus casas, muchos están borrachos y existen muchas posibilidades de que rompan cosas", prosigue.

"Después hay jornadas familiares -como la de la cabalgata, por ejemplo-, y esto se llena de niños y de familias despistadas. Por no hablar de la gente que intenta colarse aprovechando el follón", sigue contando.

"¡Ah!, y como hay mucha más gente, pues también hay muchos más vendedores ilegales, y tenemos que estar todo el tiempo jugando al gato y al ratón con ellos. Por no hablar del aluvión de carteristas que viajan en el metro en estas fechas, siempre a la que salta. Ellos saben que el personal anda con la cartera llena de dinero para los regalos. Tenemos identificados a unos 300 carteristas. Todo esto te produce, créeme, un impresionante dolor de cabeza. Y cobramos lo mismo. Deseo con toda mi alma que esto termine de una vez".

Un dato. La entrevista se produjo el pasado jueves en los pasillos de Sol; duró escasamente diez minutos y, en este tiempo, el guarda fue interrumpido tres veces: dos por viajeros que no sabían por dónde salir y una por un borracho que se cayó por la escalera.

EL CAMARERO

LOS CLIENTES SON MÁS 'GAMBAS' ESTOS DIAS

Los propietarios de los comercios del distrito Centro soportan con gusto el alboroto navideño. No en vano sus ingresos se multiplican. Otro cantar es para muchos empleados. Algunos, como Francisco Javier Morales, de 27 años, camarero, saltan como liebres cuando se les pregunta sobre la Navidad: "No la soporto, no la soporto...", llega a gritar Morales.

Francisco Javier Morales trabaja en la cafetería Akumal, en la calle del Correo, 2, y en cuanto llegan las navidades debe cambiar su cómodo turno matinal por el vespertino. Desventajas de ser el empleado más nuevo.

"Cada año lo mismo. Hay más trabajo por la tarde, claro, y a mí, que soy el comodín, me toca cambiar el turno de mañana a la tarde. Y hay que atender más, cerrar más tarde y, alguna vez, aguantar a algún pesado borrachín", cuenta. "Y no sólo eso. Puedo asegurar que, en estas fechas, los clientes, y aunque parezca lo contrario, son más desagradables, más gambas, más chulitos. Es debido a que no son gente del barrio, son de fuera, y vienen aquí con muchas ínfulas. Son mucho más quisquillosos. Es como quien se pone a conducir los domingos y no tiene ni idea y todo lo joroba", cuenta Morales, que cobra por su trabajo, tanto con navidades como sin navidades, 86.000 pesetas al mes.

"Hombre, hay que tener en cuenta, además, que lo mío con la Navidad es algo personal. No es sólo por mi trabajo. No entiendo por qué se tienen que regalar cosas y todo eso. Yo creo que la odiaría aunque no estuviera de camarero", concluye, con una sonrisa

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