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Columna
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Madrid para catalanes

Vicente Molina Foix

Es mentira que en Cataluña odien a los madrileños, y tampoco me creo que Madrid -que los más conspicuos pronuncian "Madrit"- sea allí un lugar maldecido. Los catalanes nos aman, incluso antes de que el Partido Popular, con la boca pequeña, incorporara la lengua catalana a la vida privada (las famosas conversaciones de alcoba de Aznar con quien tal vez así pasaba a llamarse Anna Ampolla) y hasta a la enseñanza, con el anuncio de que Esperanza Aguirre va a financiar en nuestra capital una escuela para que los niños aprendan la lengua de Maragall (el abuelo del otro).

Josep Pla y Carles Riba, Terenci Moix, Jaime Gil de Biedma, Eugeni d?Ors, Joan Brossa. Todos ellos y muchas otras personas sin currículo literario han mirado fijamente hacia Madrid y en ella han volcado, con más o menos gotas de seny, la copa de sus sueños.

Barcelona ya no es la única princesa cosmopolita de la España que un día fue atrasada

Una de las últimas muestras de cariño la leí hace menos de un mes en el diario La Vanguardia, de arraigada sede barcelonesa. Dentro de las páginas de su siempre estimulante suplemento semanal Cultura/s, en esa ocasión dedicado monográficamente a barcelona/s, también se hablaba de madrid/s, destacando esta declaración del buen cronista político Enric Juliana: "Madrid es hoy una ciudad furiosamente cosmopolita. Sofisticada, no, probablemente no lo será nunca; cosmopolita, sí. Madrid es hoy la ciudad más americana de Europa, con una gran dureza de fondo, pero también con una tremenda capacidad de atracción".

Frente a ese salto cosmopolita madrileño, Juliana avanzaba la tesis de una Barcelona herida en su narcisismo y devorada no sólo por Madrid, sino por otras grandes capitales españolas como Bilbao, Zaragoza o Valencia; Barcelona, escribía el periodista, "ha sido devorada por la prosperidad española".

En los primeros años 30 del siglo XX, viviendo en Madrid, Pla vuelve una y otra vez en sus magníficas Notas para Sílvia a ese paralelo Madrid-Barcelona, visto a menudo por el escritor ampurdanés bajo las especies del humor. En abril de 1931, Pla achaca los cambios y mejoras administrativas y urbanas de Madrid a un pique, que pone en boca o en mente de la clase dirigente centralista de la época: "Ya verán los catalanes de lo que somos capaces también nosotros".

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Casi un año después, en un apunte de mayo de 1932, Pla escribe desde el otro lado: "En Madrid, los catalanes tenemos fama de antipáticos. Somos unos desaboríos, como se dice por estos lares. Sin embargo, cuando un catalán sale del gusto de esta tierra, su éxito es fulminante, definitivo. Ha habido catalanes que han hecho en Madrid lo que han querido". Pla nombra a unos cuantos catalanes triunfales, fundamentalmente artistas plásticos.

La lista ha ido creciendo desde entonces, hasta el extremo de que famosos cocineros, directores de teatro, actores y pintores, tienen en Madrid más que parada, fonda. Se les recibe bien, se les discute menos, se les perdona el acento. Y sobre todo: se les agradece que estén aquí.

Yo no estoy tan seguro como Enric Juliana del mundialismo de Madrid, aunque sí sea probablemente cierto que Barcelona "ya no es la única princesa cosmopolita de la España que un día fue atrasada". Lo interesante de la sugerencia del periodista catalán es esa contraposición entre dureza y sofisticación.

Ver a Madrid como un precipitado de Chicago, Detroit y el Distrito Federal de México enaltece mucho el sentimiento de malestar y queja que algunas vecinas mías de la zona de Francisco Silvela expresan incluso en carteles caseros que pegan en la portería: la peligrosidad de las calles próximas, donde más de una ha sido asaltada a plena luz del día.

La ciudad dura resulta así un lugar, de tan insospechado, casi aventurero, un punto exótico. ¿Tendrá esto que ver con lo que decía el cronista Pla?: "En Madrid, salvo en algunos, pocos, hoteles, uno siempre tiene la sensación de estar viviendo a la intemperie, en medio de la calle".

Uno de los argumentos más recurrentes del elogio de nuestra capital es su franqueza. Madrid, ciudad abierta. Otro barcelonés adicto a Madrid, Gil de Biedma, escribía en uno de sus poemas del "ensanchamiento/ de la respiración, casi angustioso", que siente al llegar aquí, la "especial sonoridad del aire,/ como una gran campana en el vacío", afirmando que en Madrid la vida "adquiere/ carácter panorámico".

Un sinnúmero de madrileños tiene al contrario de los catalanes que viven en Cataluña una imagen cerrada, ahogada, insonora. No importa.

Ellos siguen amándonos, y a fuerza de vernos tan callejeros, tan indisciplinados, tan mundanos, quizá nos abran un poco más. Benditos sean.

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