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Reportaje:

Madrid descubre el enigma de los etruscos

Una exposición relata la vida y el arte de los primeros moradores de la península Itálica

Sumergirse en el fértil légamo de cuya mixtura con los de Fenicia y Grecia surgió el cimiento de la Roma inmortal es desde ayer posible -y gratuito- para forasteros y madrileños en el Museo Arqueológico Nacional. El edificio tardoneoclásico de la calle de Serrano acoge en su sala de exposiciones temporales Los etruscos. Se trata de una muestra fruto de la casi siempre enjundiosa colaboración cultural ítalo-española, que recorre el todavía enigmático discurrir de este pueblo arcaico, desplegado nueve siglos antes y hasta el primero de nuestra era entre el río Arno, que riega Florencia, y la ribera derecha del Tíber.

Su vida, contada en cinco capítulos -orígenes, cultura principesca, ciudades, helenismo-romanización y religiosidad-, transcurrió en la Etruria, sobre el Lacio, la Padania, incluso la Campania, el valle del Poo y la Toscana feliz, derivada del latín tusci que, con el griego tyrrenoi, definía a los moradores etruscos de este territorio tan singularmente humanizado por ellos, como la exposición explica; a sí mismos se llamaban, al parecer resenna, explica Giuseppina Carlota Cianferoni, directora del Museo Arqueológico florentino y autora, con la colaboración de Débora Barbagli, del proyecto científico al que se atiene la muestra, coordinada por Elena Cortés y Daniel Virtuoso.

Cianferoni no oculta su entusiasmo por el valor que atribuye a las 450 piezas que se exhiben, en su mayor parte traídas ex novo a Madrid desde Florencia, Siena y Volterra, sobre todo el llamado Frontón de Talamone; hasta ahora, nunca había sido exhibido fuera de Italia como lo es ahora en Madrid: su montaje permite pasar bajo el dintel que su imponente presencia adorna, con figuras de impar talla y una disposición suya que recuerda los rangos de jerarquías celestes que distinguirían luego a las civilizaciones clásicas.

Ante los ojos del visitante comienzan a surgir pequeñas urnas cinerarias con forma de cabañas; muestran incrustaciones abstractas de vocación figurativa; se trata de los ajuares funerarios que permitieron a los primeros investigadores científicos, con el nacer del siglo XX, inducir desde sus mimbres la trama sobre la que aquellos primitivos inteligentes, los etruscos, asentarían su existencia, crearían sus ciudades y rendirían culto a sus dioses.

Puñales, dagas, petos bruñidos y oxidados yelmos broncíneos de color turquesa dan paso a pequeños animalillos labrados en metales duros, casi siempre uncidos a sofisticadas ruedas que revelan una desenvoltura tecnológica más que elemental. Al poco, surge una serie de fíbulas, diademas y collares en los que alumbra con cegador destello un oro cuyo tratamiento revela tanta finura en su filigrana que su esplendor incluso se extiende a ambas facies de las láminas que baña.

"Se trata de un polvo áureo fundido con gránulos preciosos", comenta Cianferoni. Los orfebres etruscos pegaban ambos elementos mediante una cola vegetal que, por la longevidad del engaste de estas joyas, ha de esconder potente artificio electroquímico. Los diseños de estos tesoros revelan que muy poco se ha innovado en la ideación de formas, perfiles y geometrías; tales son la plenitud de sus hechuras y la destreza del cincel de sus orfebres. Sarcófagos como el de Vipiniana, del que se muestra su lápida superior, o la serie de urnas monumentales de Chiusi, por primera vez fuera de Italia, exhiben una figuración humana imantada de la hermética potencia que signa a la escultura ibérica. Es imposible no evocar a la Dama de Elche, cuyo tenso silencio de diosa parece ascender desde la planta baja del museo madrileño con vigorosa fuerza. "Verdaderamente, fue Fenicia el nexo que permite aún hoy establecer semejanzas entre el arte íbero y el etrusco", explica la arqueóloga italiana con una sonrisa.

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El orgullo de la civilización de Roma no permitió a muchos de sus próceres admitir el ascendiente etrusco sobre su propia cultura; por ello, sancionaron a la vetusta Etruria con cierta damnatio mamoriae, condenación histórica versada a sepultarla en el olvido. Pero hoy, esta exposición sirve para ahuyentar toda amnesia y revela que la sabiduría de aquellos primigenios pobladores de la península Itálica perviviría luego en los otros moradores del Lacio, los latinos, irradiados igualmente con influjos de púnicos y helenos que, siglos antes, germinaron al otro lado del majestuoso Tíber en fabulosa cosecha.

Los etruscos. Martes y sábados, de 9.30 a 20.00. Domingos y festivos, hasta las 15.00. Lunes, cerrado. Grupos 91 578 02 03. Serrano, 13. Hasta el 6 enero.

Diadema de oro, siglo IV a. C.
Diadema de oro, siglo IV a. C.MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL

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