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Columna
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Maldita prensa gratis

-Pan para hoy y hambre para mañana -dijo Juan Urbano, arrojando violentamente el escueto periódico que acababan de darle a una papelera.

Aquel gesto iracundo, ostensible y algo teatral, lo repetía Juan cada mañana, punto por punto, a la entrada del intercambiador de Moncloa, cuando se disponía a entrar al metro, para hacer evidente su rechazo a la prensa gratuita. Por lo general, los repartidores lo miraban con cara de a mí qué me dice usted o de habráse visto el muy imbécil, pero nunca le decían nada. Él, por su parte, se iba mascullando razones contra aquellos diarios que tanto le disgustaban, como quien roe un hueso, y por el camino, mientras atravesaba túneles y estaciones, preparaba lo que iba a decir al respecto en cuanto llegara, esa misma tarde, a su mesa del Café Gijón.

A Juan Urbano, que era una de esas personas que cree que, a pesar de los pesares, la prensa es una de las últimas madrigueras que le quedan a la libertad en este mundo de todos los demonios, entregado en cuerpo y alma al poder y al dinero, le parecía advertir un peligro enorme en esos diarios gratuitos que se repartían en las calles del amanecer.

-Son periódicos hechos sin medios y, en el fondo, sin escrúpulos -dijo esa tarde, alzando un dedo apostólico ante sus contertulios-, no tienen corresponsales, no tienen estructura, no tienen analistas serios, ni línea editorial, ni redacciones autosuficientes, ni firmas de prestigio, ni enviados especiales; se dedican a recalentar lo que oyen por aquí y por allá y a copiar las noticias de las agencias; no tienen equipos de investigación, carecen de fuentes fiables; en definitiva, son simples folletos publicitarios disfrazados de periódico que evitan que la gente lea los periódicos de verdad, no hace falta más que meterse en un metro o en un autobús por las mañanas para ver que el 80% de los viajeros lleva en la mano una de esas malditas gacetillas y da miedo pensar que, con lo que ven ahí, muchos ya se consideran informados, ya creen estar al tanto de lo que ocurre, aunque jamás llegan a saber por qué ocurre, que al final es lo que importa. Los odio, deberían estar prohibidos.

Sus compañeros de pónganos otra se quedaron un poco sorprendidos por la vehemencia de Juan Urbano, y hubo unos instantes de desconcierto en los que todos parecían estar buscando una respuesta a su arenga como quien arma uno de esos malditos cubos de rubik.

-Si, puede que sí -dijo alguien-, pero, al fin y al cabo, lo que tú llamas los periódicos de verdad no son más que empresas, puros negocios, no son para nada organizaciones altruistas, y todos sin excepción tienen servidumbres políticas y personales, son amigos de unos banqueros y enemigos de otros, tienen ideologías que deforman todo lo que publican; sólo tienes que leer una misma noticia sobre el Gobierno en dos diarios distintos y ver cómo cada uno dice lo contrario del otro, para darte cuenta de que tengo razón.

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-¿Y qué? -contestó Juan Urbano-. ¿Por qué no iban a tener ideología? Siempre ha habido periódicos de signos diferentes para lectores diferentes. ¿Por qué razón iban a ser organizaciones altruistas? Tampoco son altruistas los médicos que descubren una vacuna y ganan el Premio Nobel, por ejemplo, y eso no quiere decir que no les estemos agradecidos. En cuanto a las servidumbres, pues qué quieres que te diga: cuántas más tengan, peor periódico serán. Pero te voy a decir una cosa: sin medios de comunicación, aquí no habría democracia, imagínate la caradura y la falta de vergüenza que tienen algunos políticos con la cantidad de televisiones, radios y periódicos que hay, y luego piensa en lo que pasaría si no se sintiesen vigilados y en peligro. Si la prensa se debilita, los desalmados se fortalecen, no lo dudes.

Juan Urbano volvió a su casa preocupado. Vio más gente leyendo pequeños periódicos gratuitos en el autobús y contó cada uno como una derrota. '¿Por qué dejan que ocurran estas cosas?', se dijo. 'Si por mí fuera, prohibiría que los diesen también en la puerta de los transportes públicos. No hay derecho. Qué competencia tan desleal para los auténticos diarios y qué peligro para todos'.

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