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Reportaje:

El Museo Naval sale a flote

La institución inaugura una visita guiada que descubre sus valiosos tesoros

Patricia Gosálvez

Ni falta que nos hace tener playa ni puerto. Varados en el paseo de Recoletos se encuentran naos y carabelas, fragatas y galeones. El Museo Naval de Madrid es uno de los más ricos del mundo. Tras una anodina entrada institucional (está en la sede de la Armada) y el saludo de un marino con la mano a la frente (¿debe uno corresponderlo?) el visitante entra en un espacio mágico, atiborrado de piezas, con suelos de parqué, techos de vidriera y un aire decimonónico como el que tienen los museos científicos de Londres o Nueva York. A pesar de no ser tan famoso como otros, la visita es imprescindible y el Ayuntamiento acaba de inaugurar un tour guiado los miércoles.

Arranca con un paseo por el entorno; una media hora que se centra en las fuentes del Salón del Prado y que no parece venir mucho a cuento, sobre todo si uno es madrileño. Sí que ayuda sin embargo, tener guía una vez dentro, donde desgrana de forma cronológica la íntima relación de España con los siete mares. Entre las joyas del museo está la primera carta geográfica de Juan de la Cosa que en 1500, sobre dos pieles de cordero (se ve la costura), dibujó lo que hasta entonces era todo el mundo conocido, glosándolo con delicias como un retrato de la reina de Saba o los Reyes Magos cruzando la zona de Oriente. Preside el mapa una estampa de san Cristóbal, el santo de los viajeros por haber cruzado un río con el niño Jesús en brazos, y quizás como homenaje a su homónimo Colón.

Lo más divertido, y donde el lego más agradece tener un experto a mano, es la descripción de un modelo "que a diferencia de una maqueta, es una réplica exacta del barco original". Además de contemplar una maravilla del miniaturismo, se descubre qué es la eslora, el trinquete y el mayor. En los barcos, los pisos se llaman puentes y los lados babor y estribor (básicamente porque izquierda y derecha es un lío en algo que se mueve). Las condiciones de los marineros del XVIII eran "insoportables": dormían tirados entre los cañones, no se lavaban, solo podían fumar durante el día, en un lugar concreto y con un cubo de agua a mano por si prendían algo, la letrina era un agujero en la proa (la zona más limpia del barco porque siempre salpica el agua), y el resto se limpiaba con vinagre. El pan se llamaba bizcocho y era tan duro que había que mojarlo para poder tragárselo.

La visita dura una hora y media, pero merece la pena quedarse explorando: curiosidades como la cuna hamaca en la que durmió el infante Alfonso XII en su primer viaje a las Baleares, el agujero del tamaño de una sandía en la fragata acorazada Numancia (que no la hundió) o la evolución de los colores de la bandera de España que fue roja y amarilla para que se distinguiese bien entre las aguas. Por cuenta propia el acceso al Museo Naval (www.armada.mde.es) es gratuito y navegando sus hermosas salas se puede echar la mañana.

Museo Naval. Paseo del Prado, 5. Visita guiada, miércoles a las 11.00, hasta el 24 de noviembre. Inscripción previa: esmadrid.com. 3,90 euros.

Un visitante ante uno de los modelos de barcos expuestos en una de las salas del Museo Naval.
Un visitante ante uno de los modelos de barcos expuestos en una de las salas del Museo Naval.CRISTÓBAL MANUEL
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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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