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El Museo del Traje se pone un vestido de lunares de colores

El artista oscense Ángel Orensanz conecta pinos con esferas cromáticas

El Museo del Traje estrena nuevo atavío en su enclave de la Ciudad Universitaria. Sus frondosos jardines, tapizados de frescas praderas y señero arbolado, gozan del esplendor que les procuran las cercanas aguas freáticas, más las abundantes lluvias caídas el pasado invierno. Las lustrosas copas de los árboles reciben estos días la visita de un singular invitado, el escultor oscense Ángel Orensanz (Larués, 1941). Ha sido convocado por la subdirección general de Promoción de las Bellas Artes para poner a dialogar su obra con el museo.

Ducho en mil avatares artísticos, Orensanz ha enclavado sus instalaciones en el Holland Park londinense, la plaza Roja de Moscú o el Central Park de Nueva York, ciudad en cuya avenida Norfolk adquirió el edificio de una sinagoga. "Su planta coincide con la de la Capilla Sixtina", asegura este creador para el cual "los artistas venimos haciendo el ridículo desde el Renacimiento". Tal es su fascinada afección por el gran arte, que ha troquelado su personalidad cargada de rebeldía y originalidad, al decir de los críticos. A Madrid Orensanz ha traído, sin embargo, no una instalación poderosa, como acostumbra a erigir, sino otra de apariencia lábil, evanescente, que vuela entre el ramaje denso de los pinos y que persigue "rendir homenaje a ese silencio creativo de la naturaleza que dibuja su inmensidad potencial, su pasividad anárquica".

El escultor acompaña su obra con una fuente de 100 chorros

La instalación consiste en una oferta de círculos coloreados de tonos vivos, esferas pintadas por dibujos repletos de trazos nerviosos que perfilan manos, preguntas y miradas. Cada elemento se une a otro cercano y todos ellos, en progresión cromática, dialogan con el agua de una fuente de 100 chorros en rara geometría. La instalación toda parece incitar a la naturaleza a un diálogo que la libere de su ensimismada gravedad.

Desde la niñez, en la que Orensanz descubriera miles de colores distintos en los prodigiosos huevos durmientes en los nidos de las aves rapaces que surcan los cielos pirenaicos, el escultor aragonés aprendió a domeñar una cromática propia, fuerte, porque sabe que el fondo sobre el que la proyecta no es otro que el que las praderas, los riscos y los canchales le brindan. No lejos del Museo del Traje, allá por el año 1978, Orensanz instaló frente al pabellón de gobierno del rectorado de la Complutense una enigmática instalación al aire libre. Aquella ristra silenciosa de tótems, henchidos de colorido y taladrados por oquedades silbantes, anunciaba ya el futuro de su arte: un diálogo perpetuo y apasionado que rinde pleitesía a los árboles y a las rocas, al poder misterioso del agua y al capricho temible del viento. Precursor del land art en clave hispana, pocos rincones quedan donde no haya mostrado sus obras: ahora, en San Petersburgo, ayer en Pekín y mañana en Sidney, Orensanz reservaba a Madrid esta muestra, preludio de un giro acompasado con los cambios operados en nuestro tiempo y que parece buscar un compromiso nuevo con quienes piden a los artistas involucrarse frente a tanto ruido, tanta banalidad y tanta incertidumbre.

Paradigma. Hasta el 30 de octubre. Museo del Traje. Avenida de Juan de Herrera, s/n. De 9.00 a 19.00.

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LUIS SEVILLANO

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