Piscina M-30

¿A qué tanto rollo con la inundación de la M-30? En cuanto se nos presenta un problemilla de nada hacemos leña del árbol con una saña impropia de gente decente. Vamos como perros a hurgar en la basura. No reparamos en lo realmente importante. En lo crucial. Perdemos la perspectiva histórica y lo convertimos en una nimiedad práctica, propia de insignificantes mortales. Nos vemos atrapados en la madriguera de lo pequeño. Cae un poco más de agua de lo normal y los nuevos túneles se convierten en una ratonera. Van ocho veces que pasa a 15 meses de su inauguración y esta semana ha sido un poco más aparatoso de lo normal. Se ha desbordado un pelín el asunto. Bien, vale. ¿Y qué?
A nadie se le escapa que la nueva M-30 ha sido la obra estrella de la corporación Gallardón, que ha costado 4.800 millones de euros y nos ha endeudado para los restos en 1.500 kilillos. Pero ¿de verdad creen ustedes que todo ese esfuerzo se lleva a cabo por narcisismo? ¿Suponen que el ingente sacrificio de nuestros grandiosos gobernantes madrileños, que todos sus desvelos a lo largo de estos años son producto de la irresponsabilidad? ¿Pondrían la mano en el fuego por asegurar que lo han hecho exclusivamente para chinchar a Esperanza Aguirre? Bien, esto último puede que sea cierto. Pero el resto, no cabe en cabeza humana.
Basta con cerrar el túnel al tráfico y animar a los madrileños a que practiquen la natación
El incidente de esta semana, lejos de enfangar la gestión del alcalde, ha venido a ratificar su talento visionario. Merecería que lo llamáramos a partir de ahora Alberto I, con todos los honores de faraón posmoderno. No sólo ha enterrado la circulación de vehículos para aliviar el tráfico. Ha conseguido dos proezas por el precio de una. Una inversión redonda. Que hace sol, se circula en coche. Que llueve, parque acuático.
No hay por qué preocuparse en arreglar las bombas de achique o los sistemas de drenaje. Gracias a Dios han fallado. No sirve de nada quejarse ahora por haber ventilado la obra en un suspiro para llegar a tiempo a las elecciones. Basta con preparar unas vallas metálicas los días en que el parte meteorológico augure lluvia, dejar que se inunde bien a modo, cerrarlo al tráfico y animar a los madrileños a que practiquen la natación dentro. Con un poco de dinero extra para construir unos buenos vestuarios alrededor, arreglado.
Imagínense: la piscina más grande del mundo bajo nuestros pies. Si esta semana se han logrado tramos de 3 kilómetros de largo y 1,5 metros de profundidad, lo que supone eso con vistas al Madrid Olímpico de 2016. Eso es visión y lo demás tonterías. En semejantes dimensiones, los madrileños no tienen límites para practicar todos los estilos: braza, espalda, mariposa, croll. Pueden formar equipos de waterpolo, animarse a montar en canoas. Incluso podrían competir con Terra Mítica en mitad de la meseta. Puestos a soñar, si nos damos prisa, disponemos de la mejor infraestructura para preparar al Michael Phelps madrileño que bata todos los récords en su propia casa. Una nueva gloria para España. El desquite de nuestros fracasos en Pekín.
Visto así, ¿a quién le importa el dinero que nos ha costado la obra? ¿Quién puede atreverse a denunciar el supuesto de que los 4.800 millones invertidos se hayan ahogado en una chapuza? Muy malnacidos tienen que ser los que nieguen una visión de grandeza sin par a nuestro Alberto I. Pobres de aquellos que le acusan de megalomanía sin reparar en su auténtica talla. Están señalando con todas esas absurdas denuncias su propia frustración.
La temporada promete. En esta fascinante carrera de la derecha madrileña hacia La Moncloa -que no ha terminado, no se crean- el curso ha comenzado con dos inauguraciones de postín. Esperanza Aguirre ha dado prueba de su cacareado liberalismo, que en otras partes se llama jeta. A saber, la presidenta ha abierto en Majadahonda -a costa de cerrar el mítico Puerta de Hierro- uno de esos contenedores que llama hospitales públicos, construidos y equipados con su dinero y el mío, para que luego sean entregados a la gestión privada. Gallardón, en cambio, nos regala un parque acuático en las mismas tripas de la capital. Ambas iniciativas son ejemplo de gestión audaz y moderna. Lo demás, memeces trasnochadas. ¿Alguien da más?
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