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Columna
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A Portugal con tu médico

Ante el maltrato que en Madrid sufren los médicos, Pablo Rivas, especialista en medicina interna, que renuncia ahora a su plaza y, harto ya, se marcha a Portugal a prestar sus servicios, nos hizo en una carta al director de este periódico la siguiente pregunta, quizá con un poco de retintín, tal vez acusatoria: "¿Qué has hecho tú, político, periodista o ciudadano de a pie para cuidar a tu médico?". Lo que las administraciones han hecho por el médico lo tiene claro el doctor Rivas: someterlo a contratos basura eventuales, incluso de días, que se suceden durante años; sueldos indignos para las responsabilidades que se les exigen, jornadas de 24-32 horas, consultas con tres minutos por paciente... No es poca cosa. Ni siquiera es preciso recordar las vejaciones, y hasta las ignominias, que han sufrido algunos médicos por parte de las autoridades de la región. Y esto es lo que parece haber hecho el Gobierno de Madrid, acaso como otros, aunque tal vez de un modo especial. No en vano está el de Madrid entre los últimos gobiernos de la cola, de acuerdo con recientes informes muy bien argumentados, a la hora de ofrecer sus servicios sanitarios.

Pero el doctor Rivas no sólo lamentaba la deriva de los políticos o su incompetencia, sino también el comportamiento de sus compatriotas enfermos, de ese paciente impaciente que en sus largas horas de espera maldice al médico, lo agravia verbal o físicamente y ni siquiera entiende que un doctor tenga necesidad de dejar de trabajar para disponerse a comer. Así que, aunque no por esa carta, pero sí bajo los efectos de su lectura, acudí a la sala de espera del servicio de urgencias de un hospital público madrileño y pude comprobar los hervores de ánimo que produce la impaciencia del paciente, después de horas de espera para ser atendido, y la impotencia de celosos médicos, enfermeras, celadores y auxiliares del centro para intentar resolver con responsabilidad su trabajo y tratar de atender la demanda de los enfermos, a pesar de las carencias notorias de personal y de medios. Y se entiende, claro, que al ciudadano enfermo le pueda más su propio dolor, entre suspiros y quejas, que la comprensión hacia el personal sanitario que con tanto empeño como imposibilidad trata de atenderle pronto. Pero no fue el caso esta vez del menos dolorido de la sala, un joven charlatán de brazo escayolado, adornado con graffitis, que a voz en grito proclamó la solución del problema: "Esto se acabará el día en que privaticen este hospital, que es lo que mola", bramaba. "Te haces tu seguro privado y sin problemas", garantizaba, altanero.

Su actuación confirmaba la sospecha, razonablemente extendida, de que alguien se empeña en desacreditar los servicios públicos de salud para que en medio del desconcierto los pobres aspiren a ser objeto de negocio privado con sus vidas sin que les importe el timo. Líbreme Dios, sin embargo, de entender que el muchacho vocero sea un portavoz de los que se empeñan en eso y no por el contrario una fácil víctima por ignorancia de los torcidos intereses de nuestros gobernantes en el camino que va del interés general al particular, con sus cruces mercantilistas y sus estaciones de sospechosos beneficios para lo privado. Es evidente que las carencias en la sanidad pública consigue a veces convencer a los más necesitados que mejor les iría haciendo prosperar el negocio de la sanidad privada que reclamando sus derechos a la sanidad. Ahora bien, para conocer la verdad de lo que sucede, sin simplificaciones, le hubiera convenido al joven privatizador haber leído la carta del médico que se va. El doctor Rivas acababa su despedida diciéndonos: "Yo estoy aprendiendo portugués; les recomiendo que, ante la llegada de médicos extranjeros, ustedes vayan aprendiendo polaco". Y, digo yo, ¿por qué no portugués como él? ¿Por qué, tratando de hacer algo por nuestro médico, como nos requería Rivas, y por nuestra salud, por supuesto, no nos vamos todos a Lisboa con nuestros médicos, creamos una crisis de patriotismo, que es la única enfermedad que preocupa a nuestros gobernantes en esta hora de enardecido amor patriótico, y esperamos a que nos reclamen?

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