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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Quién teme a Felipe II?

Javier Vallejo

"Esto no es una obra política, es un drama familiar", dijo Schiller de su Don Carlos. No le crean: estaba curándose en salud, porque el estreno reciente de Los bandidos había puesto a la aristocracia local en su contra, con consecuencias graves para él. Pero la historia del príncipe ninguneado por Felipe II -y enamorado supuestamente de su madrastra-, le sirvió para enfrentar dialécticamente los principios del poder absoluto con los de su ideal republicano, encarnados en la obra por el marqués de Poza.

Lo que no es Don Carlos es un drama histórico. Schiller, como tantos, utilizó ropajes históricos para hablar del aquí y ahora sin que el príncipe de turno se diera por aludido: el discurso ilustrado de Poza, por ejemplo, resulta anacrónico en la España imperial del siglo XVI. No hay que tomar la verdad poética por verdad absoluta. Valdría la pena ver el montaje que Calixto Bieito presenta estos días en el teatro Valle-Inclán sólo por escuchar el texto en la traducción cincelada y elocuente de Adan Kovacsics, recortada por Marc Rosich y por el propio director, que han convertido una obra llena de personajes secundarios en un espectáculo de cámara, resuelto con 10 actores.

Bieito acaricia las obras a contrapelo, con resultados dispares: le gusta el riesgo. En Anfitrión extrajo acíbar a la comedia, y bajo El barberillo de Lavapiés halló toneladas de trinitrotolueno. En ambos casos, ciñó las obras con firmeza y les imprimió un ritmo endemoniadamente contemporáneo, sin descabalgarlas. A Peer Gynt, en cambio, su idea de montaje le quedaba manga por hombro. Don Carlos, sin tener la rotundidad de aquellos ejemplos, ofrece la cara mejor de Bieito, la más contenida y afinada.

Para que se hagan una idea, el director viste a Felipe II con ropas actuales, convierte su corte en un invernadero rebosante de macetas bien podadas (he ahí una de esas alusiones a nuestro pasado reciente con las que Marc Rosich dice haber aderezado su trabajo), convierte al Gran Inquisidor en un trasunto de José María Escrivá de Balaguer y le pone a bailar con el Duque de Alba un pasodoble romeroesteiano.

Carlos Hipólito encarna al rey con una autoridad que le desconocíamos; Àngels Bassas clava el papel de la Princesa de Éboli, y Violeta Pérez le presta su encanto a Isabel de Valois. Rafa Castejón da bien el perfil idealista y romántico de Poza, pero el marqués se le desdibuja durante el conflicto final. Rubén Ochandiano hace un príncipe blando y coloquial, apayasado por la dirección sin que sepamos por qué. Es el eje excéntrico de un espectáculo vertical.

Violeta Pérez y Carlos Hipólito durante la representación de <i>Don Carlos.</i>
Violeta Pérez y Carlos Hipólito durante la representación de Don Carlos.
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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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