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Columna
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¿Robamos 'El Padrecito'?

Cuando llegue septiembre, dice la canción, todo será maravilloso. Y así es. Ha llegado septiembre y EL PAÍS, con esas tazas iluminadas, como los fluorescentes del beato de Liébana, con las portadas de los discos de los Beatles, nos transporta a la década prodigiosa por excelencia. El quiosco madrileño, como los quioscos de Cataluña y Extremadura, es ya un quiosco griego. Y el quiosco griego es como El Corte Inglés: ofrece al cliente prensa, libros, discos, tabaco, camisetas, tuercas para arreglar el tractor e incluso camas en todas sus modalidades, sin excluir, por supuesto, las camas articuladas. Del mismo modo que en Atenas te llevas a casa el diario Ta Nea (Las Noticias) y unos jerséis para los niños por si, en este curso próximo, vuelve a haber, como otros años, invierno, algo que en estos momentos no está nada claro dadas las temperaturas saharianas de los últimos tres meses, en Madrid te llevas tu periódico de cabecera y, hasta la fecha, un par de tazas con las portadas de los dos primeros discos de los Beatles. Madrid, en el terreno del quiosco, está ya casi a la altura de Atenas. El quiosco madrileño, hasta donde llega mi información, no ofrece todavía camas articuladas de 3.500 euros adquiribles con el recorte de los cupones de un periódico por sólo 320 euros con 35 céntimos. Pero, si uno se mueve un poco, ya al menos puede encontrar almohadas en algunos quioscos de Alcalá de Henares y de Pozuelo de Alarcón, que, por cierto, y para decirlo con palabras de un verso de Pablo Neruda, arde como el petróleo. Y, anteayer, a los delincuentes que tan graves disturbios han causado en las fiestas de Pozuelo Iñaki Gabilondo, con suavidad, los llamó, con la más justa indignación, bestezuelas en el telediario televisivo de Cuatro. Bestezuelas no deja de ser un diminutivo -y es, por cierto, el primer diminutivo que le oigo a Iñaki Gabilondo; y es lo normal, el castellano es casi alérgico al diminutivo- y la actuación delincuente de esos jóvenes tan neciamente desnortados debe tener su respuesta en los tribunales.

El quiosco madrileño es ya un quiosco griego. Y el quiosco griego es como El Corte Inglés

El quiosco me depara en septiembre otra inmensa alegría. Veo por fin editadas las maravillosas películas de Cantinflas que, hasta anteayer, estaban descatalogadas por problemas de derechos de autor. Compro la oferta cantinflesca -el adjetivo cantinflesco está incluido en el Diccionario de la Academia- de El Padrecito y Por mis pistolas, que veo desde una óptica madrileña. Arrastrado por los juegos verbales de Cantinflas, que fue el verdadero dios que alegró mi juventud, aclaro que, cuando digo que veo El Padrecito desde una óptica madrileña, no se debe entender que he visto la película en Óptica Crisol, ni en Federópticos Orense, una óptica domiciliada en la calle homónima y llamada así en homenaje al actual número uno del tenis mundial, Roger Federer, porque, en un viaje a Madrid, se compró allí unas gafas de sol. He visto, como digo, El Padrecito, desde una óptica madrileña y he descubierto que el argumento de esta película, esencialmente melodramática, es de la misma estirpe que el argumento de la novela juvenil Fray Perico y su borrico, de ese gran escritor madrileño que es Juan Muñoz y que, de la mano virginal de la editorial SM -siglas de Santa María-, vende sus libros con un éxito descomunal. En El Padrecito un cura joven, interpretado por Cantinflas, es destinado a un pueblo mexicano para ayudar al párroco, que tiene ya setenta y pico años. Desde su llegada, el cura joven es tratado con la mayor hostilidad pues hasta es recibido, como en el mejor western, por tres pistoleros a caballo. Como bien sabe José Luis Garci, tan sabio en cine como supremo maestro del melodrama, el cura joven se ganará el afecto de incluso los gánsteres que controlan los negocios del pueblo. Es tal mi devoción por Cantinflas que debo admitir que he visto la película casi con devoción cristiana. Por supuesto, la ideología de la película, endeble hasta las cachas de su director don Miguel M. Delgado, le habrá hecho perder en su tumba la paciencia a Marx, que era también un genio en el terreno de la publicidad, pues frases tan brillantes como "la religión es el opio del pueblo" o "un fantasma recorre Europa", frase que abre el Manifiesto Comunista, siguen tan frescas como se escribieron hace ya un siglo y medio largo. Fray Perico y su borrico, uno de los grandes éxitos de la literatura juvenil española, está inspirado en las Florecillas de san Francisco de Asís. Cuenta la vida conventual camuflando los dramas del convento. El Padrecito, como tantas películas, se abre con un sermón contra la piratería que suscribo plenamente. Pero no deja de ser cómico que la editora cinematográfica de las películas de Cantinflas se llame Manga Films. ¿En qué quedamos? ¿Mangamos las cintas o no las mangamos?

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