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Columna
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Con Rouco hasta el infierno

Viendo al arzobispo de Madrid recuperar el micrófono de mando de la Conferencia Episcopal, se acordó de Manuel Fraga Iribarne, que después de poner en su silla presidencial a Antonio Hernández Mancha y volvérsela a quitar, un poco más tarde, como quien devuelve un delfín al océano, declaró estar algo confuso por el hecho de ser a la vez el sucesor de su predecesor y viceversa. De modo que a Juan Urbano, que precisamente estaba leyendo un libro llamado Cristianismo primitivo y religiones mistéricas, ahora reeditado por Cátedra, se le ocurrieron dos cosas: que Ricardo Blázquez era el Hernández Mancha de la Iglesia y que ese libro podría ser lo que es o convertirse en la autobiografía del cardenal Rouco con sólo cambiarle una letra: la eme de mistéricas por una hache.

Como van a ganar los socialistas les volvemos a poner enfrente al enemigo más duro

Me juego algo a que al antiguo y nuevo presidente de la Conferencia Episcopal, que es íntimo del papa Benedicto XVI porque Dios los cría y ellos se juntan, el resto de las religiones de este mundo le parece que siguen siendo mistéricas, que es el nombre que se le dio a los cultos minoritarios que coincidieron en el tiempo con auge del cristianismo y que fueron devoradas por él, lo cual entonces significaba quedarte con la mayor parte de los creyentes y hoy significa quedarte con todo el poder y todo el dinero. A partir de ahí, sumas dos y dos y te salen Rouco y sus hermanos, porque si el resto de las religiones no son más que el tentempié de la suya, al obispo le parece también que ésta puede ser todo lo histérica que quiera y llegar hasta donde haga falta para conseguir poner de rodillas al Gobierno que no se someta a su voluntad. Porque eso es lo que representa el de nuevo presidente, la entrega de la Iglesia al integrismo, que es la ciencia de desintegrarlo todo. "Ya sé que todo es una palabra demasiado grande", se dijo Juan Urbano, "pero tampoco me cuesta mucho imaginar que a los elementos más radicales de la Conferencia Episcopal la propia democracia les debe parecer mistérica, es decir, devorable".

En cualquier caso, parece que a unos días de las elecciones, la reaparición de monseñor Rouco Varela como piloto de la Iglesia es poco menos que una declaración de guerra: como van a ganar los socialistas, nosotros les volvemos a poner enfrente al enemigo más duro, el más impermeable, el que pelea con más sangre en el ojo. Y es también un ejemplo más de cómo hay movimientos preocupantes del espacio político que están llevando a lo más reaccionario de cada radio y cada casa a tomar el control de medios de comunicación moderados y a inundar espacios que, en sus manos, se convertirán en rampas de lanzamiento de consignas reaccionarias, xenófobas, homófobas y un largo y peligroso etcétera.

Juan Urbano se preguntó por la influencia real que esa Iglesia tan beligerante tiene en la vida política de un país. Desde luego, el ejemplo de la capital da que pensar, si uno repasa la sintonía que obviamente existe entre la jerarquía de la diócesis de Madrid y algunos de los líderes regionales más destacados del Partido Popular, empezando por la presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, y si ve la manera en que ambos triunfan con mayorías absolutas desde hace tanto tiempo. Uno aún recuerda las fotos de Rouco y sus obispos con Álvarez del Manzano o la propia Aguirre y, en el otro extremo, sus imágenes inolvidables en las manifestaciones contra el Gobierno que, a fin de cuentas y pasando por alto que España es un país aconfesional según su Constitución, les da miles de millones de euros de dinero público y les perdona otros tantos a base de no cobrarles impuestos. La línea que representa el arzobispo de Madrid quiere más, sin embargo, porque lo quiere todo: manipular las leyes de Educación, suprimir las bodas entre personas del mismo sexo, prohibir el aborto, gobernar la Ciencia desde la superstición, impedir que mueran los que quieren morir porque la eutanasia es pecado, y mandar a la muerte a otros que preferirían seguir vivos porque usar preservativos también es pecado...

Bueno, en cualquier caso, Juan no supo si debía estar de enhorabuena: al fin y al cabo, ahora no tendríamos a Rouco sólo para los madrileños, sino que nos podríamos repartir su peso entre todos los españoles. Un peso tan grande que, en su opinión, si te abrazas a él caes hasta el infierno, o lo que haya ahí abajo.

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