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La mayor colonia extranjera en la región

La Rumania que crece en Madrid

Los rumanos de la Comunidad, organizados según su fe, pasan en seis años de 13.000 a 170.000

Los rumanos contaban su hasta ahora minúscula historia migratoria en Madrid en cortes de siglo XX: brigadistas internacionales en la Guerra Civil, la dispersión en tierra amiga de colaboradores nazis tras la Segunda Guerra Mundial o disidentes del comunismo que localizaron España en el mapa de la huida. "Gotitas políticas y culturales.

Entonces, como el escritor Émile Cioran, uno emigraba a París", dice Miguel Fonda Stefanescu, presidente de la Federación de Rumanos de España. Desde abril de este año son 170.357 en la región (el 17% de todos los extranjeros censados). Por primera vez, la nacionalidad más representada en la Comunidad. En 2001 eran sólo 13.961.

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"La gente piensa que España es todavía un lugar fácil para iniciar una nueva vida. Además, aquí ya están tejidas las redes sociales", es la explicación de Döina Fagadar, actriz y presidenta de la asociación Romania. "Las vías a Estados Unidos y a Alemania o Francia están cortadas. Los destinos son Italia y España". Fagadar, que llegó hace 25 años a Madrid, aún recuerda cuando la gente "¡confundía Bucarest con Budapest!" y tenía que reunirse en murmullos en los bajos de una iglesia para "escuchar mi idioma a seis o siete personas".

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A los rumanos les siguen gustando los muros de las iglesias. Ahora son muchos. Pero no homogéneos. Sólo tienen una forma en común: la de la cruz. La comunidad rumana está fragmentada entre católicos ortodoxos, adventistas y pentecostales. Una diversidad religiosa que mediatiza su actividad desde antes de coger el tren, el avión o el autobús desde sus poblaciones de origen (principalmente, Bistrita, Alexandría, Alba Iulia o Tagorice).

Las iglesias "son la red social de cohesión", según Fagadar. "Aunque no sé si la gente necesita eso", desliza con un punto de escepticismo. En los templos se filtran los alquileres es más ventajosos y los trabajos vacantes. "La represión de Ceaucescu creó una reacción y la gente identifica púlpito con libertad", recuerda Horia Barna, director del Instituto de Cultura Rumano.

"Ortodoxos y adventistas somos tan distintos que debería estar una semana hablando para explicar las diferencias", ironiza George Ovidiu Cimpoca, sacerdote ortodoxo de la iglesia de Coslada. Lo dice bajo tierra. Su congregación se reune en "la cripta". No es un nombre sugerente, sino una descripción: es el sótano de la parroquia católica de la Virgen de la Luz. Adrián Valerian Pintea, su homólogo de Alcalá, suscribe sus palabras pero evita profundizar: "Hiere sensibilidades y eso va contra cristo".

Los adventistas son muy pocos en Rumanía, donde el 87% de la población se declara ortodoxa. Hay quien especula con que hay más adscritos a esta fe en España que en Rumanía. En Madrid son más de un tercio. Sobre todo, en Arganda y Coslada. Descansan los sábados, no beben, no fuman, y "no tenemos líos en discotecas". Eso dice una de sus fieles, Luminita Tecu, dueña de una pastelería.

Un cargo oficial, con rango "casi de ministro", que solicita que no se use su nombre "porque todo esto es muy polémico", asegura que los adventistas "son una secta cerrada que lava el cerebro. Ofrecen ventajas desde Rumanía, trabajo, casa, y a cambio piden otras cosas". Por ejemplo, el 10% del sueldo. Tecu dice que eso es cierto, lo del salario, pero que "es muy poco para la labor social" que hace la iglesia. Esa tarea, a la que ella contribuye donando "pan y queso" es, entre otras, repartir comida entre los rumanos "que duermen en los parques". Tecu asegura que tiene empleados ortodoxos y acusa a quienes les critican de "intolerantes".

Alin Mercas y Cristina Lincu, promotores del periódico quincenal Roman in lume (Rumano en el mundo), son ortodoxos. Aunque bastante heterodoxos dentro de su comunidad. Tienen sus oficinas en Leganés, lejos de la malla del Corredor del Henares. Acusan a los adventistas de ser "un negocio". Lo cierto, es que ambas comunidades viven de espaldas. Cada una proviene de zonas geográficas distintas y desarrolla sus propias actividades culturales y de ayuda de manera separada.

Mercas, pelo leonado y abundancia de bisutería en las muñecas y el cuello, reivindica que el grueso de los nuevos rumanos es, como él, "ortodoxo y educado". También "humilde y dispuesta a rebajar su status" para ganar más dinero. El sueldo medio de un licenciado en su país no alcanza los 300 euros.Su publicación, al igual que su página de Internet, www.romaninlume.com, ha denunciado "la confusión entre rumanos y los gitanos, que son, sobre todo, los que delinquen". Y es que los gitanos, pentecostales en su mayoría, son la tercera aspa de la cruz rumana. Son cerca de 20.000. Algunos de ellos traídos por las mafias y comprados a sus familias para mendigar. Otros, "sin problemas, porque en el bosque hay de todo", según proverbio de Barna. Tanto ortodoxos como adventistas, en su gran mayoría, reniegan de la "rumanidad" de los gitanos. Incluso el director de la Fundacón Secretariado Gitano, Isidoro Rodríguez, comentó que "algunas conductas de los gitanos rumanos perjudican a nuestra etnia".

Más comprensivo se muestra Cimpoca: "Están limitados por su educación, hay que ayudarles", dice mesándose la larga barba. "Los conozco bien", explica. Ayudó a muchos. "Algunos, víctimas del holocausto".

"Hay ladrones rumanos que no son gitanos", protestan desde las asociaciones rumanas de esta etnia. Por ejemplo, los implicados en bandas organizadas para el robo o su dominio casi completo de la prostitución. En España, los rumanos que participaban en bandas organizadas eran el 8% de todos los detenidos el año pasado. "Son gente sin nada que perder, tipos que van a por todas", resume un experto en la comunidad rumana.

Pero eso, las mafias, las noticias "tremendas" con rumanos implicados, son "una anécdota", según los consultados. "Lo relevante es que somos una comunidad trabajadora", zanja Fonda.

Una colonia que crece, entre otros factores, por "la reagrupación familiar", según advierte Marius Lionel Ioan, director de inmigración de Torrejón de Ardoz. "Vienen los niños, los familiares, los abuelos..." En Rumania, población en continuo éxodo, no es rara la composición familiar en la que se salta de los abuelos a los nietos. Los padres están fuera. Contribuyendo con casi el 20% del producto interior bruto del país. Eso, crea "niños con sensación de abandono en Rumanía, adultos frustrados en España", apunta Fagadar.

Otros niños, sin embargo, han nacido en España o llegaron muy pequeños. Así, desconocen la cultura rumana. Por eso, los domingos por la mañana en las iglesias, claro, hay clases de "rumanización". También, desde hace pocos meses, hay varios maestros rumanos aterrizados en Madrid mediante convenios para refrescar su lengua a estos chavales.

También hay historias alegres. Por ejemplo la de los que ya han comprado alguna de las casas que se promocionan en España para regresar. Las inmobiliarias españolas ya han posado su ojo en Rumanía. Los anuncios de promociones abundan en las cuatro publicaciones impresas en rumano que se distribuyen en España. "La gente piensa en regresar por las expectativas que genera la Unión Europea", señala Mercas.

En algunos aspectos todos están de acuerdo. Las costumbres, las tradiciones. Como Ruxandra Facsa, propietaria del restaurante Acasa y partidaria de los rollitos de repollo con carne picada y arroz. "Somos trabajadores. Latinos, alegres y europeos", recitan. Después, agregan una coletilla: "¡Somos cristianos!".

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