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Crítica:ROCK | Chicago
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sintiéndonos mayores cada día

Más de un chavalín que hoy rondará la cuarentena estrenaría su primera bicicleta BH por los parques medio destartalados de los setenta mientras tarareaba Saturday in the park, una de aquellas piezas optimistas y rutilantes con las que Chicago iluminó aquellos años tal vez un poco cándidos. Aunque solo fuera por eso, porque la llamada de los "viejos días" (como uno de sus títulos) siempre resultó demasiado poderosa para el ser humano, existía curiosidad por saber qué había sido de estos nueve músicos tanto tiempo después. Por eso y porque, aunque suene francamente extraño, Chicago jamás había pisado suelo madrileño en sus 44 años de actividad.

Unas 1.500 personas quisieron saldar esta cuenta pendiente acercándose anoche por Puerta del Ángel. Fue a ratos divertido y hasta entrañable, pero también una pizca frustrante. Los mitos tienen el enojoso problema de que acaban desvaneciéndose. Recordábamos la característica sección de metales de Chicago (James Pankow, Lee Loughnane y Walt Parazaider) tan avasalladora como un destacamento de infantería, pero los años le han hecho perder fuelle a borbotones. Y, sobre todo, nos venían a la cabeza los temas que definieron el sonido de la banda durante sus ocho o diez primeros años, pero, por puro instinto de autodefensa, habíamos olvidado toda la blandenguería que vino después.

Cuando publicaron Chicago Transit Authority, en el último suspiro de los sesenta, estos tipos eran revolucionarios, impactantes, vanguardistas: rock aristocrático en unos años donde nada parecía imposible. Habían integrado el jazz y los metales, igual que sus congéneres de Blood, Sweat & Tears, y entregaban uno o dos discos al año, a veces dobles y siempre sin título. Todo aquel abrumador poderío ya se ha diluido en parte, por mucho que la banda abra con su Ballet for a girl in Buchannon, una suite de diez minutos que en origen era demoledora y ayer sonó descafeinada. Y no tanto como la deliciosa Does anybody really know what time it is, en la que los coros originales en falsete se han convertido en pálido murmullo.

Parte del problema de Chicago radica en la figura de uno de sus fundadores, Peter Cetera, que abandonó el barco en 1985 después de transformar la enérgica maquinaria primigenia en una fábrica de baladas no aptas para diabéticos. Robert Lamm, otro de los supervivientes originales, admitió que "todo cambió" después de If you leave me now (1977), un tema que, por muchos acercamientos libidinosos que nos evoque, hoy suena más bien empalagoso. Pero no tanto como otras ñoñerías posteriores (Along comes a woman, Hard habit to break, You're the inspiration), todas defendidas por el trasunto de Cetera, el bajista Jason Scheff, que suma a los almíbares ajenos los aspavientos propios.

Todo sería mucho más gozoso si Lamm tomara más el mando, como cuando en Beginnings cambió el teclado por la guitarra acústica, asumió el peso de los focos y recobró las esencias: jazz-rock con percusiones latinas y órgano Hammond. Fue, de largo, el gran momento de la noche. Pero el final, con la antaño revitalizante Feeling stronger every day, volvió a desdibujarse. Como si en aquel lema original, Sintiéndonos más fuertes cada día, hubiera que actualizar el adjetivo. Mayores, sin más.

El grupo Chicago, durante su actuación ayer en Puerta del Ángel.
El grupo Chicago, durante su actuación ayer en Puerta del Ángel.CARLOS ROSILLO
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