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Columna
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'Tedetesto'

La Televisión Digital Terrícola es en Madrid asunto de marcianos, alienígenas cabreados, a sueldo de Esperanza Aguirre, que se cuelan por los rincones catódicos y amenazan la cada vez más precaria salud mental de los espectadores con furibundos ataques a la razón, la moral y las buenas costumbres. Aunque su camuflaje humano es casi perfecto, basta subir el volumen del receptor para percibir el engaño. En ese momento, el telespectador no avisado debe apagar el aparato o cambiar de canal para no dejarse abducir por la verborrea, diarrea mental, que esparcen por los platós estos agentes mercenarios del caos y del sinsentido. Al principio te ríes pues piensas que se trata de programas humorísticos, de un humorismo descerebrado y descerebrante, pero ¡cuidado!, aunque no sean muy frecuentes, se están dando casos de ciudadanas y ciudadanos que, tras la ingestión indiscriminada de sus ponzoñosos mensajes, han sido inoculados por poderosos virus que anulan poco a poco las facultades de raciocinio.

Esperanza Aguirre repartió la parrilla televisiva entre sus adeptos más aguerridos

Hace unos meses, en uno de sus foros, un espécimen llegado del espacio exterior, perfectamente encorbatado y trajeado, destiló en los oídos de sus cómplices y de sus víctimas una peculiar defensa de la prohibición por parte del Vaticano (otra civilización extraterrestre) de los preservativos, especialmente en África, porque, según su indocta y extravagante opinión, muchos negros no saben utilizarlos, pueden romperlos y contaminarlos con la mugre de sus uñas, exponiéndose a males terribles. El remedio, vino a decir el tertuliano de Andrómeda, sería peor que la enfermedad y sus compañeros de debate frotaron con fruición sus invisibles antenas, gesto simbólico que entre algunas razas nacidas en lejanas galaxias equivale a la ovación y al asentimiento. Para dar mayor verosimilitud a su alegato, los invasores deberían haber convocado, por ejemplo, a ese obispo católico y europeo que, hace unos días, declaraba que el sida es un castigo divino, el precio que pagan los réprobos por su nefando pecado de promiscuidad.

El presunto gran invento de la tedeté, que obligó a los consumidores a renovar sus aparatos de televisión generando un negocio de pingües beneficios para los vendedores e instaladores autorizados, ha dado origen a la proliferación de canales tedetestables y a programaciones aberrantes que se cuelan en una parrilla repleta de nuevas emisoras que reciclan viejas series o retransmiten en diferido programas de actualidad caducados, entre canales temáticos y teletiendas, entre televidentes que leen el futuro por teléfono y televendedores de pócimas milagrosas y utensilios mágicos. En esta galaxia cutre de la tedeté madrileña, los telepredicadores laicos propagan sus consignas apocalípticas, denuncian el imperio del anticristo y llaman a la penitencia y al voto de la ultraderecha. El Tea Party es una merienda parroquial al lado de los banquetes antropófagos en los que sus colegas catódicos y católicos españoles devoran a sus enemigos con especial ensañamiento.

Esperanza Aguirre repartió la parrilla televisiva entre sus adeptos más aguerridos para que organizaran su gran barbacoa mediática, para que hicieran lo que ella no puede hacer con total libertad en Telemadrid, donde ella y sus cocineros fieles hacen lo que pueden por arrimar el ascua a sus sardinas. Al fin y al cabo se trata de una televisión pública expuesta a las críticas y a las denuncias de los madrileños, inconvenientes que no alcanzan a las televisiones privadas que pueden hacer de la capa de Aguirre un sayo a la medida de sus desmedidas pretensiones. Gajes del sector público, esa bestia negra a la que tanto cuesta domesticar y privatizar.

Las manipulaciones y las tergiversaciones que se producen en Telemadrid deben hacerse cuidando las formas, de soslayo y mirando hacia otro lado, camufladas en un gráfico falseado o en un burdo montaje, por omisión de noticias y comentarios inconvenientes para la Causa y otras triquiñuelas del oficio de desinformar.

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Como ejemplo de la pericia que pueden alcanzar estos profesionales de la mentira en sus celadas, publicaba el jueves pasado este periódico una información titulada: Polémica en Telemadrid por un gráfico engañoso. En el programa titulado Madrid opina, el presentador opinador mostró, dispuestas en columnas, las comparaciones entre las inversiones del Estado en diferentes autonomías. La barra que representaba a Madrid mostraba un sospechoso encogimiento que no se correspondía con la cifra que figuraba en su base. 1.775 millones de euros madrileños se convertían en la octava parte de 2.907 millones de euros andaluces.

Por si cabían dudas, el presentador turiferario señalaba: "Madrid queda a la derecha en esa exigua columna". Haciendo un uso torticero de la estadística y de la aritmética, este mago de la numerología hinchó las cifras de las inversiones estatales en Cataluña y Andalucía para ofrecer a la audiencia, alérgica a los números, el resultado que se quería ofrecer, el maltrato y la discriminación que el Gobierno zapateril ejerce sobre los madrileños por no haber votado a su partido. Una semana después, forzado por la polémica generada, el presentador sicofante rectificaba las cifras pero no el gráfico. Calumnia que algo queda y al que Esperanza se la dé, san Pedro se la bendiga.

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