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Crítica:MÚSICA | Tim Robbins
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Torpón actor con guitarra

¿Habría publicado Tim Robbins su primer disco como cantautor vaquero a los 52 años si no estuviéramos hablando del protagonista de Mystic river? La duda es razonable, como tantas otras veces en estas extrañas traslaciones de la pantalla grande al vinilo (o mp3), y se acrecentó anoche en cuanto el actor californiano intentó en vano adueñarse de la Sala Caracol, muy holgada de espacios para lo que cabría esperar de una rutilante estrella de Hollywood.

Robbins tiene agenda y ascendente como para permitirse que le escolte un sexteto cualificadísimo, The Rogues Gallery Band, con David Coulter o Roger Eno (hermano de Brian Eno) en la alineación titular. El director de Pena de muerte presume de pedigrí trovadoresco desde el mismo cartel, una foto en la que se le ve agarrando una guitarra cuando aún no levantaba ni un par de palmos del suelo. Pero las sospechas de los más cautos acabarán confirmándose: en los anaqueles de música americana podemos encontrar varias docenas de artistas con más sustancia y personalidad que el ex marido de Susan Sarandon.

Su voz resulta desvalida, anodina, sin intencionalidad conocida

Nuestro ciudadano Bob Roberts bebe de los cantautores clásicos, el tex-mex o la tradición campestre, pero le persigue una sospecha que cobra cuerpo a lo largo de la velada: no canta un carajo. De acuerdo, Dylan o Steve Earle tampoco pretendieron nunca parecerse a Pavarotti ni practican una afinación irreprochable, pero la voz de Robbins resulta ser desvalida, anodina, sin cuerpo ni, en último extremo, intencionalidad conocida. Ese caballero larguirucho que pretende gobernar el escenario se muestra inseguro, torpón, zopenco, incapaz de arrancar algunas estrofas cuando corresponde. Sabemos de sus muchas tablas, pero en esta faceta no se le notan.

Lo mejor que pudo pasarle anoche a Robbins fue que los plomos se fundieran en plena interpretación de If I had the words, quién sabe si por algún complot orquestado por George W. Bush. Era solo la quinta canción y el espectáculo ya languidecía, pero el percance obró como revulsivo: a renglón seguido, las versiones de Folsom prison blues (Johnny Cash), Oh Mary don't you weep (Pete Seeger) y All the world is green, esa maravillosa casi ranchera de Tom Waits, sonaron con algo parecido a la enjundia. Pero, ya lo ven, la cosa tenía truco, porque más tarde también llegarían clásicos de Warren Zevon o The Pogues. Los originales de Tim, en cambio, suenan demasiadas veces a pastiche. Como si su ilustre firmante todavía no hubiera tirado las suficientes canciones a la papelera.

No podía faltar, eso sí, una composición sobre Irak: Time to kill. Ejercer de hombre concienciado es loable, pero también demasiado predecible. Tim decepciona hasta en lo más prosaico, mucho menos gallardo de lo que nos había hecho creer el celuloide.

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En realidad, la sorpresa más agradable de la velada la propiciaron los teloneros, Medelia, unos madrileños que recuerdan mucho -quizá demasiado- a The Swell Season. No podremos alabar exactamente su originalidad, pero con una banda de respaldo como The Rogues Gallery podrían hacer auténticas virguerías.

SAMUEL SÁNCHEZ

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