_
_
_
_
_
Reportaje:Memorias compartidas

Vidas que contar

Personas mayores han relatado a jóvenes estudiantes sus historias para participar en un concurso intergeneracional

Flora López todavía llora los moratones que su marido le dejó en la cara durante una vida inacabable. Su historia, premiada en un concurso que trata de tender puentes entre jóvenes y mayores, la llevará a conocer París y a cumplir uno de sus sueños: viajar en avión.

Teresa Bórmez fue una niña de la escuela republicana a la que acunó en sus brazos más de una vez el duque de Alba, que tenía amores con su madrina. Fausto Simón cuenta que el cadáver del abuelo de su mujer estuvo metido en un arcón en el pajar tres años, hasta que cesó el fuego cruzado entre rojos y nacionales y se le pudo enterrar. Carmen Pabón, la reina del Tupperware, ha recopilado sus 128 apellidos...

A todos ellos, socios de centros municipales para mayores o que viven en residencias geriátricas de Madrid, los han entrevistado estudiantes de periodismo de las universidades de la región.

Más información
Entre el Papa y Fidel Castro

Como premio, el joven que mejor ha trasladado a papel la historia que le ha tocado recibirá 6.000 euros. Y la persona mayor ganadora podrá realizar el sueño de su vida (siempre que sea algo económicamente razonable, un viaje, una comida, una joya, un crucero, publicar un libro...).

Este proyecto de colaboración intergeneracional de la Fundación Viure i Conviure, en colaboración con la Unión Democrática de Pensionistas y Jubilados de España (UDP), está financiado por la obra social de Caixa Catalunya y durante unos meses ha servido para que los estudiantes aprendan algo de la historia de las generaciones que les precedieron. Los mayores han podido contar lo que sus hijos a veces no tienen tiempo de escuchar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Los estudiantes se han asomado a pequeñas intrahistorias de este país, mitad singulares, mitad penosas. A las personas mayores les ha permitido conversar, compartir anhelos, contar las batallitas que sus nietos no tienen tiempo de oír (o no quieren escuchar por enésima vez), mostrar con sosiego el tiempo que fue.

El primer premio lo han ganado Flora López, de 81 años y su compañera estudiante, Marta Vega, de 20. La primera viajará a París con su sobrina durante una semana. La segunda recibirá 6.000 euros. El segundo premio es para Francisco Cordero (79 años) y Alejandro Sánchez (24). Francisco irá a Nueva York y el estudiante gana 3.000 euros. Y el tercer premio lo han conseguido Manuel Ortego (75 años), que podrá editar un manual de diseño que ha redactado, e Irene de la Torre (19 años), que gana 2.000 euros.

He aquí algunos extractos de las historias que contaron los mayores y que redactaron los estudiantes.

FLORA LÓPEZ. Una vida de maltratos

Su marido le pegaba ya cuando eran novios. "Todos los golpes iban a la cara. Me daba vergüenza salir. Las vecinas me traían algo de comer hasta que podía bajar a la compra. Bebía, sí, pero me pegaba porque le daba la gana. En qué hora me casé". Aguantó años de malos tratos "por los hijos". "No quería que nadie les dijera que su madre era la mala". Él se iba de casa y la dejaba "sin un duro". "Todo lo que he comido me lo he ganado yo trabajando de asistenta". A veces, cuando llegaba a casa, él no la dejaba entrar hasta que oía que venía la policía.

Flora recuerda haber tenido alguna vez un cuchillo en la mano, porque él no reconocía ser el padre de sus hijos. "¿De quién iban a ser? Podía aguantar que me pegaran, pero eso no". Toda su familia sabía que él la pegaba, pero sólo decidió separarse hace ocho años. Ahora tiene 81. Tuvo juicios y consiguió una exigua paga de 12.000 pesetas (72 euros) para sumar a su pensión no contributiva; hace dos años que no la recibe.

Vive en una residencia pública de Madrid donde, durante años, había pasado por viuda hasta que una carambola macabra del destino la reunió, allí mismo, con su ex marido. La mentira se descubrió. "Aquí lo veía por los pasillos, aquellos meses me quería morir, estuve muchos días mala". Las lágrimas se le remansan entre las mejillas y la montura de las gafas. Aquello se resolvió por fin cuando le cambiaron de residencia geriátrica.

Hoy, Flora le cuenta a su amiga Marta Vega, la estudiante que ha redactado la historia ganadora, la mala vida que ha llevado. La estudiante de periodismo, de 20 años, le ha servido de desahogo. Ambas se han cogido cariño. A Flora ya no le importa relatar lo que pasó, aunque nunca ha sido partidaria de airear su vida. Sólo quiere que alguien obligue a su ex marido a pagar la pensión que recogía la sentencia. "No hay justicia para los pobres".

TERESA BÓRMEZ. En brazos del duque

Teresa Bórmez recuerda a sus padres. Ella, una mujer muy moderna que, en cuanto llegó la moda, se cortó el pelo a lo garçon; él, un hombre "buenísimo" que vestía de librea y conducía un coche de caballos al servicio de la artista Teresa Saavedra.

Eran los años veinte y la célebre "actriz de revista" amadrinó y dio su nombre a la pequeña Teresa, que se crió "echa un chicazo" y completamente volcada en sus estudios escolares. Su madrina "tenía amores con el duque de Alba, que la visitaba en su casa". "Anda que no estuve yo veces en brazos del duque", dice Teresa.

Pero los recuerdos que ha querido contar al estudiante de periodismo Tino Horrach tienen sobre todo que ver con sus años en la escuela republicana.

Las lecturas en voz alta de El Quijote, "las clases prácticas, la experimentación en botánica, las maquinitas de tren para explicar el funcionamiento a vapor, las visitas al Museo del Prado, la venta de capullos de seda para comprar libros" y los muchos talleres voluntarios de todo tipo. El sábado limpiaban los pupitres, y la maestra les eximió de pedir permiso para ir al baño: "Cada una lo hacía cuando era necesario, en silencio sin molestar a nadie. Eso es democracia", relata.

Y aquella maestra, Martina Alcántara, que hizo lo posible y lo imposible para que su pupila siguiera estudiando, pero una economía doméstica precaria lo impidió. Años más tarde, ya casada y con los niños de la mano, Teresa encontró de nuevo a su maestra por la calle. "Qué emoción más grande. Me conoció". Hacía tiempo que no la veía. "Había estado muchos años en la cárcel. Por ser directora del colegio. Nada más".

En el relato de Teresa sorprende de repente una afirmación desconcertante: "Recuerdo la guerra como los mejores años de mi vida". Lo explica. "Para una niña era un mundo distinto que se abría a su alrededor. Toda la gente se ayudaba, echaban una mano en lo que se podía; y hubo escuelas por todos lados".

FAUSTO SIMÓN. El muerto en el desván

La historia de Fausto es la historia de su mujer. Nacieron el mismo día del mismo año, uno enfrente del otro, en un pueblito de Guadalajara, Copernal, que estuvo tres meses entre dos líneas de fuego que hicieron la vida imposible a los lugareños. Los rojos tiroteaban por aquí, los nacionales, por allá. Una de aquellas balas dejó tieso al abuelo de ella en plena calle, delante de los niños.

No pudieron enterrarle porque los zumbidos de los proyectiles no daban tregua. Tres años estuvo el cadáver guardado en un arcón y recogido en el desván de la casa. Hasta que acabó la guerra. Mientras, las familias salieron huyendo de aquel campo de batalla.

En los pueblos cercanos otros habían huido antes. Aquellas casas de puertas abiertas con el tiempo detenido en un día cualquiera de la guerra les sirvieron de refugio a las familias de Fausto y de Francisca, que, andando el tiempo, tras un noviazgo eterno, se casaron. Ahí siguen.

CARMEN PABÓN La mujer de 128 apellidos

Carmen Pabón Roldán, Roldán Pabón, Moreno Salvador, Salvador Moreno, Pelaz Hernández, Hernández Pelaz... Y así hasta 128. Esta peculiar letanía se debe a una familia de matrimonios con lazos de sangre cuyo rastro en el tiempo llega hasta finales del siglo XVII en tierras de Castilla. Una huella que ha seguido Carmen durante años por el placer de acumular datos y de "pisar las mismas piedras que ellos pisaron".

Con 74 jóvenes años, Carmen Pabón sigue siendo una mujer independiente acostumbrada a andar por su propio pie. Años atrás, ella trabajaba fuera de casa cuando a otras no las dejaban. En realidad a ella tampoco. Días se pasó pidiendo a su marido que le dejara ir a una reunión de mujeres que organizaba la empresa americana Tupperware, en la que ella colaboraba tímidamente. No había forma: "Que qué se creían esos americanos, que si estaba loca, que no me dejaba y punto".

Pero Carmen tomó la decisión y se fue. Tres meses estuvo sin dirigirle la palabra. Pero ella siguió, se sacó el carné de conducir y se hizo jefa de grupo de Tupperware. La firma de plásticos a domicilio le proporcionaba coches cada dos años. Su primer automóvil fue un Simca 1000, luego el 850, el Mini, un Ford, el 127. "Estuve 20 años organizando reuniones en casas y cuando mi marido vio que aquel negocio rendía, empezó a ayudarme", recuerda Carmen.

Una de aquellas reuniones la celebró al final de un concierto de Manolo Escobar, "porque su cuñada también trabajaba en eso". Fue después de un concierto en el teatro Calderón de Madrid. Cuando bajó el telón, todas se reunieron en los camerinos, "vamos niñas, que vengan las vicetiples", llamaban. Y allí, Carmen desplegó todo el desparpajo que acompañaba al catálogo de tarteras.

Ana María Marín, la estudiante de periodismo que ha entrevistado a Carmen está asombrada con las anécdotas, la vitalidad y el empuje de esta mujer, que lamenta terriblemente no tener nietos que prolonguen su dilatada lista de apellidos.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_